Borrar
Terraza del Café del Rhin, San Sebastián, 1920. GUREGIPUZKOA (FONDO FOTO CAR) CC BY-SA
Cuando las terrazas conquistaron España

Cuando las terrazas conquistaron España

Al comienzo del XX eran algo tan habitual en todas las ciudades que siguieron abiertas incluso en la epidemia de gripe de 1918

ANA VEGA PÉREZ DE ARLUCEA

Jueves, 28 de mayo 2020, 10:12

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Ahora sí que sí. Ya tienen todos ustedes de vuelta, queridos lectores de cualquier rincón del país, el derecho constitucional y desconfinado a sentar sus posaderas en una terraza al aire libre siempre que a) haya distancia suficiente con sus congéneres, b) encuentren mesa disponible y c) al sufrido hostelero de turno le valga la pena abrir. Antes de que me digan que estas son muchas condiciones a cumplir o que todas las terrazas de su pueblo están reservadas hasta octubre, esperen. Respiren. Congratulémonos primero por estar aquí hoy leyendo el periódico, por seguir teniendo carrete y por ser terracistas en potencia, aunque nos falte el acto.

Sin saber si todos los que hace tres meses leían mis chácharas siguen ahí, al otro lado del papel, resulta difícil hablar de cosas ligeras y puede sonar terriblemente frívola la atención que estamos dedicando al hecho de tomarse un vermú al solecito primaveral, pero poco puedo hacer yo aparte de desear que estén todos bien, entretenerles un rato y reivindicar la importancia de la frivolidad. Porque ese vermú con tapa de aceitunas además de solaz de quien lo disfruta, es sustento de quien lo sirve y así ha sido desde hace unos 150 años, cuando se dio la feliz circunstancia de que coincidieran en un mismo espacio-tiempo (España, década de 1870) las primeras terrazas, los primeros 'vermouths' y la pasión por el aperitivo.

Justo en esa época aparcamos la semana pasada esta breve historia del terraceo y qué mejor que darle fin, ahora que no queda nadie rezagado en fase 0. Así, pues, viajemos de nuevo al pasado para ver cómo eran las benditas terrazas de entonces.

No fueron pocos los que inicialmente creyeron que las terrazas serían foco de alcoholismo

Absenta, vermú y veladores

Corre el año 1879 y después de su introducción en Madrid de la mano de hosteleros franceses e imitadores de todo lo franchute, las terrazas comienzan su lenta pero inexorable expansión por toda España. Conquistarán primero las urbes mercantiles y con gran tráfico de extranjeros como Bilbao (donde en 1878 el Café Concert recibe autorización «para colocar mesas portátiles en la acera para el despacho y consumo de refrescos») o Barcelona, ciudad en la que en agosto de 1879 la Cervecería de Ambos Mundos pide permiso al ayuntamiento para poner mesas en la Rambla de Santa Mónica. Las 'terrasses' al estilo parisino crecen como las setas por las aceras de Las Ramblas, tanto que en 1889 el diario 'La Dinastía' califica ya de abuso «lo que está sucediendo en los cafés que están autorizados para colocar mesas en la calle, frente a los respectivos establecimientos». Al parecer la alcaldía barcelonesa dio órdenes de que se pusiera tan solo una hilera de mesas, pero los dueños de los locales se pasaban la ley por el forro de la chaquetilla, «llegando a obstruir completamente el tránsito de las aceras». ¿Les suena?

Igual que en París, las terrazas españolas se llenaron de sillas Drucker (las de ratán de colores trenzados, creadas en Francia en 1885) y de veladores, mesitas redondas que como define la RAE son de un solo pie y que se asociaron tan íntimamente al terraceo que hoy en día se suele llamar 'velador' a la carpa o marquesina que cubre parcialmente una terraza. Pronto hubo gente bebiendo y comiendo al aire libre en ciudades como San Sebastián, Valencia, Toledo o Sevilla, y se dio incluso el hecho curioso de que Madrid quedara rezagada en cuanto a pasión u ocupación terracil. El 19 de julio de 1902 el periodista zaragozano Eusebio Blasco se quejaba amargamente en el periódico 'El Liberal' de que en la capital del país y con los calores agobiantes del verano encima no se podía tomar un refresco al aire libre más que en dos o tres cafés: las dificultades burocráticas y la abundante presencia de carteristas, vendedores ambulantes y clientes amantes del menaje ajeno había dado al traste con la ilusión de una calle Alcalá llena de terrazas.

Blasco, quien había residido gran parte de su vida en París, falleció al año siguiente, pero gracias a los artículos que en 'El Liberal', 'Vida Nueva' o 'Blanco y Negro', de ABC, dedicó a los placeres del terraceo consiguió ser recordado en Madrid como el gran impulsor de la cervecita al sol. Aún en 1915, cuando se le dedicó una calle en la ciudad, se alabó su labor en pro del disfrute público de las calles, una misión ardua teniendo en cuenta que no fueron pocos los que inicialmente creyeron que las terrazas serían focos de alcoholismo, libertinaje e indecencia.

La prueba inequívoca de la buena marcha del terraceo español es que en 1918, en plena epidemia de gripe, no se tomó la decisión general de cerrarlas. En lugares como Almería, León, Zamora, Murcia y Valladolid sí se decreto el cierre de cafés, teatros y otros establecimientos públicos, pero en la mayor parte del país las autoridades se conformaron con ordenar la desinfección diaria de los locales con cloruro de sodio.

Menos mal que lo peor de la enfermedad llegó en otoño, a la vez que una huelga de camareros y cocineros, y que los hosteleros se vieron obligados a cerrar ante la falta de personal y los furibundos piquetes. Disfruten ustedes, que ahora pueden, de las terrazas.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios