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La tribu de rafa

La tribu de rafa

BENJAMÍN LANA

Jueves, 16 de noviembre 2017, 11:10

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Había hecho mucho ruido toda su vida profesional a excepción de una vez: cuando se marchó. Se fue en silencio y casi sin decir adiós por la puerta de servicio. Probablemente, el homenaje que la tribu de la gran cocina española le dedicó el pasado lunes en Vitoria era el paso imprescindible para fijar su figura en la historia con un reconocimiento público de todos aquellos que le admiraron y temieron a partes iguales. Los exitosos chefs de la generación más brillante de la historia, a los que descubrió cuando tenían tanto acné como ilusiones, se lo debían.

Algunos años de vida excesiva y su carácter tiránico le hicieron transitar con dificultad cuando llegaron sus vacas flacas y los revolucionarios eran ya el ‘establishment’. Parecía que se iba a imponer una nueva forma de divulgación alternativa a sus artículos en ELCORREO y a su guía, jurisprudencia del ‘tribunal supremo’ de la profesión durante muchos años. Todo amenazaba con ser social: blogs y redes que, a falta de conocimiento gastronómico y de lenguaje suficiente, resolvían con muchas fotos y titulares grandilocuentes, pero no. ¿Ha muerto el crítico? Salvo excepciones, ahora todo es más complaciente, pero los chefs echan de menos a aquel hombre del que no solo recibían una nota –la gloria o el infierno– sino del que, a menudo, aprendían tantísimo.

Rafael García Santos es un hombre de una sola pieza de acero que no se ha doblado por muchas horas de fuego ni golpes de martillo. Está forjado a base de irredenta independencia y a nadie le ha ahorrado, a la cara o por escrito, ni un elogio ni una crítica demoledora. El suyo es uno de los paladares más educados de Europa y el más reconocido por la tribu que volvió al restaurante Zaldiaran de Gonzalo Antón, el nido del águila, donde todo empezó, para revivir el calor de aquellas noches ilusionadas en las que desconocidos de nombre Adrià o Roca cocinaban para los colegas y admiraban a Gagnaire, Chivois o Bras.

Sin perdón

No estaban todos. Alguno porque no pudo cuadrar su agenda –Ferrán apareció en forma de vídeo– y otros porque no han podido perdonarle, pero sí los suficientes como para que el reconocimiento fuera realmente colectivo. Viejos, coetáneos y jóvenes, sorprendentemente muchos jóvenes cocineros de toda España, que le rendían armas pese a que por su edad no han podido recibir el filo de su pluma. También algunos colegas de profesión, como López Canís o José Carlos Capel, generoso y hasta pasional en el reconocimiento público, micrófono en mano.

Por un momento parecíamos estar en uno de esos homenajes al final del camino cuando queda poco del hombre y se habla en pasado hasta que, más ágil que hace diez años, con una retadora camisa con el dibujo de un enorme felino rugiendo, García Santos se subió al escenario y comenzó a provocar con anécdotas de errores de bulto cometidos por varios de los ahora ‘tríestrellados’ que cocinaban esa noche. Mandobles irónico-cariñosos para Martín Berasategui, Quique Dacosta, Joan Roca y Eneko Atxa. Genio y figura. Con la acidez de un buen albariño en la lengua y la sonrisa socarrona no dejó de provocar hasta el final: «nunca me podréis copiar en el exceso. Yo no soy un antipático, soy un grandísimo canalla». «He hecho lo que me ha venido en gana y nunca me habéis influido en nada».

Tuve la suerte de compartir mesa con él en varias ocasiones cuando éramos más jóvenes, sobre todo yo. Era un lujo que te llamara cuando se acercaba por tu territorio y te proponía acompañarle. Nunca antes había visto tal tensión en un restaurante, tanta responsabilidad asumida en un servicio, tanto respeto. Tampoco vinos del porte de los que solían servirle, inalcanzables para mi bolsillo, botellas que llevaban años esperando su visita para descorcharlas. Me impactaba el lenguaje directo con el que sentenciaba su parecer, sin ahorrar un adjetivo, así fuera negativo, a quien le estaba atendiendo con lo mejor de su casa. La vida nos llevó por distintos caminos hace ya tiempo, pero guardo con todo el cariño dos de sus guías que un día me entregó al salir de una comida en el balneario de Salinas y que al llegar a casa descubrí me había dedicado: «A Benjamín, que tiene la insolencia de los que llegan a la gloria o al infierno», decía en la primera.

El lunes terminó su parlamento entre vítores, recurriendo de nuevo al reto vestido de provocación. Dijo que ha vivido dos revoluciones de la gastronomía y que espera vivir otra más. Los ojos de los más jóvenes brillaron pensando en que llegaba su turno. ¿Y qué tal si Rafa vuelve para contarla?, pensé.

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