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José Bretón, durante la vista oral por el doble asesinato de sus hijos en la Audiencia de Córdoba en julio de 2013.
El aislamiento del lobo solitario

El aislamiento del lobo solitario

Hace cinco años que José Bretón mató a sus hijos. En este tiempo ha sido trasladado cuatro veces de cárcel. Su madre, anciana y enferma, apenas puede visitarle. Antes no faltaba cada domingo. «Le están castigando doblemente», denuncia su letrada

PPLL

Domingo, 2 de octubre 2016, 00:55

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José Bretón se ha quedado solo. Aún más de lo que ya estaba tras convertirse, el sábado que viene hará cinco años, en el último asesino más despreciado de las cárceles españolas. Aquel 8 de octubre de 2011 fue capaz de inmolar a sus dos retoños (Ruth y José, 6 y 2 años) en la pira de la venganza contra su exmujer, Ruth Ortiz. Un lustro después, todos parecen haberse olvidado de su mirada retadora al tribunal que le condenó a 40 años (luego reconvertidos en 25), su aspecto cerúleo y sin pestañeos y su persistente fabulación acompañada de incapacidad para empatizar o arrepentirse de nada.

De la rutina de los días de condena y el largo horizonte entre barrotes se rescató a sí mismo con una entrevista en un periódico desde la prisión, por la que está pagando el precio de la definitiva soledad. En su nuevo destino en Herrera de la Mancha (Ciudad Real) «nadie va a verle desde hace meses», confirma su letrada, Bárbara Royo. Después de recorrer las cárceles de Córdoba, Villena (Alicante), además de estancias por traslados en Valdemoro (Madrid) y Huelva, Bretón, de 43 años, había llegado a la de Jaén en marzo. Era lo más cerca que habían transigido a su petición de regresar a Córdoba por «arraigo familiar». Lejos quedaban aquellos primeros dos años de prisión preventiva en su ciudad en los que su madre, «el verdadero referente de su vida», agotaba el derecho a verlo una vez a la semana.

Pero, en su regreso a Andalucía, le perdió su afán de notoriedad al invitar a un periodista al que coló como «amigo» en la petición de visita. El pasado 24 de mayo, la mirada inquisitiva desde el otro lado del cristal del vis a vis, gritaba en la portada de 'El Mundo' «No soy un psicópata». Allí presumía de su autoestima, de las fotos de sus hijos muertos en su celda de 11 metros cuadrados. Incluso de que le habían retirado el protocolo antisuicidio que le aplicaron en otros presidios anteriores.

Unos días después, Instituciones Penitenciarias le metió en un furgón y le llevó a Herrera de la Mancha. «Esto le ha hecho mucho daño y lo lleva muy mal. Su madre tiene 85 años y está enferma. Apenas podrá verle (su padre murió el año pasado)», protesta su letrada, cuyos buenos oficios han logrado su progresión de primer a segundo grado y la revisión de la condena para dejarla en 25 años.

Herrera de la Mancha es una cárcel pequeña en la que tanto la plantilla de funcionarios como la de presos coinciden en su fidelidad: suelen permanecer muchos años en ella. «Es un penal para presos de 'características especiales' y Bretón entraba en el perfil», indican fuentes de la institución. Por 'características especiales' se entiende a presos de ETA y a asesinos o violadores muy señalados o con gran proyección mediática. Esos que siempre corren el riesgo de ser víctimas de los ajustes de cuentas con la 'ley de la cárcel'. Desde que llegó allí en mayo, Bretón recorre los mismos pasillos que en su día transitaron Miguel Ricart (crimen de Alcàsser) y Pedro Luis Gallego (el violador del ascensor). «Le están castigando doblemente. No pinta nada allí. No tiene ningún arraigo. Y no es un terrorista», clama Bárbara Royo. Está incluido en el Fichero de Internos de Especial Seguimiento (FIES), aunque a pesar de las largas condenas sus compañeros de penal «suelen ser internos tranquilos y que provocan escasos incidentes», confirman funcionarios de esta prisión.

Enfermo de la limpieza

Una cárcel para ciudadanos de la peor calaña pero buenos presos en la que lo más probable es que José Bretón pase su tiempo hasta que tenga derecho a algún permiso. Una posibilidad que podría concretarse a principios de 2018. Y que será posible si no reincide en los tics y manías que le convirtieron en sus otros destinos en un preso al que todos evitaban.

«Es un tipo metódico y enfermo de la limpieza. Gasta tres rollos de papel higiénico a la semana y no toca nada si no lo ha limpiado antes», le retratan funcionarios del sindicato carcelario Acaip. Se hizo popular porque comía con tapones en los oídos, ya que no soportaba el ruido de los demás al mascar. Tras algunos incidentes, como simular que no podía andar y obligar a la Guardia Civil a llevarle en volandas, en Jaén pareció encontrar la estabilidad e incluso empezó a estudiar Derecho por la UNED y a ayudar a los reclusos a redactar sus recursos. Pero «todos sus gestos revelan que miente», dicen en Acaip sobre el exmilitar.

Su exmujer, Ruth Ortiz, no oculta su temor a que algún día salga de la cárcel. «Según mi teoría, soy lo que quedaría pendiente», dijo hace unas semanas en TVE. Por eso reclama que le apliquen la condena permanente revisable que aprobó el Gobierno en marzo de 2015.

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