Borrar
El mausoleo de Sheikh Zayed es el mayor edificio de mármol construido en la Tierra.
Sherezade y  el templo lunático

Sherezade y el templo lunático

La fabulosa mezquita de Abu Dabi brilla cada noche según el satélite. Bajo sus bóvedas, está el tesoro de Alí Babá

ICÍAR OCHOA DE OLANO

Domingo, 4 de diciembre 2016, 01:19

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Cuando el sol castigador de Arabia desfallece entre las dunas, se enciende la Mezquita de Sheikh Zayed. El fabuloso templo albino, mausoleo del primer emir de Abu Dabi y a la vez el mayor edificio de mármol construido sobre la Tierra, ejerce de luna. Hoy está menguante. Lo dicen sus bóvedas, sutilmente realzadas en azul cobalto sobre el intenso amarillo de la columnata, en realidad, un palmeral datilero. Todo apunta a que, en cualquier momento, Aladino cruzará uno de sus arcos de herradura a bordo de la alfombra voladora, o Alí Babá, o cualquiera de los exóticos personajes que Sherezade ideó en sus mil y unas noches para mantener a su verdugo entretenido.

Como el satélite, que se rellena de luz hasta colmarse para luego desaparecer gradualmente -un ciclo que rige el calendario religioso islámico-, la mezquita modula cada noche su sofisticado sistema de iluminación. Su belleza exuberante y la opulencia desmedida que envuelve sus colosales dimensiones resultan desbordantes para un par de visores del tamaño de un dirham. Se necesita, al menos, una hucha entera. O mejor aún, una lente con el radio del telescopio Hubble.

Las autoridades sanitarias del país no lo advierten, pero zambullirse en los pormenores constructivos de este prodigio arquitectónico, mitad mogol, mitad morisco, desata irremediablemente la gula. Sus pantagruélicos números empachan, pero uno nunca termina de sentirse saciado. Un tentempié: el templo ocupa una superficie similar a la de cinco campos de fútbol, en los que 41.000 fieles pueden orar a la vez. Se sustenta sobre una estructura de 6.000 pilares de acero que penetran veintisiete metros en la arena del desierto. 30.000 hombres permanecieron reclutados durante once años -cada día de trabajo, a cuarenta grados centígrados- para colocar más de un millar de columnas, dar forma a 82 bóvedas, levantar cuatro minaretes y abonar el camino al libro Guinness con tres récords de tamaño. El Taj Mahal de Oriente Medio se inauguró en 2007 después de una inversión superior a los 430 millones de euros.

Las mujeres caminan como sombras penitentes por la mezquita, cubiertas de la cabeza a los pies con una abaya o túnica, de prestado en el caso de las occidentales. La buena noticia es la obligación de desnudar los pies para acceder a la sala principal, la misma desde la que el imán imparte cada viernes su sermón. El mármol fresco e impoluto sobre las plantas de los pies aplaca el calor devorador del desierto. Las pisadas activan el mecanismo del portón acristalado ante el que emerge, con todo su fulgor, la joya de la corona, una lámpara de araña de diez metros de longitud y nueve toneladas de peso elaborada en cobre, plata y oro, de la que penden deslumbrantes esferas en rojo y verde. El centelleante color se lo proporcionan decenas de millones de cristales Swarovski. La casa Faustig, en Munich, fue una de las 38 empresas que el emirato contrató para la fastuosa obra. Le encargaron otras seis de menor tamaño. Bajo los 'chandeliers', 7.000 metros cuadrados de alfombra tejida a mano en Irán, la más grande del mundo. Para poderla entregar tuvieron que cortarla en nueve piezas antes de introducirla en dos jumbo jets.

Junto al Louvre árabe

Alá es grande. Pero, sobre todo, inmensamente rico desde que, en 1958, el subsuelo de Abu Dabi reveló su secreto viscoso. Al hallazgo de un piélago de petróleo le siguió, más tarde, el de otro océano. Esta vez, de gas natural. Guiados hábilmente por el jeque Sheikh Zaye, los humildes criadores de camellos, productores de dátiles y comerciantes de perlas que conformaban la Abu Dabi de entonces emprendían la reconversión de su oasis en una proeza arquitectónica. En la isla artificial de Saadiyat, el distrito cultural de la urbe, confluyen en torno a la mezquita las obras de la nueva sucursal del Guggenheim, diseñada por Frank Gehry, la filial árabe del Museo Louvre, de Jean Nouvel, y otros tres proyectos encargados a Norman Foster, Tadao Ando y al estudio de la desaparecida Zaha Hadid.

«El jeque Zayed fue un gran defensor de la diversidad cultural. De hecho, soñó este edificio no solo como un lugar de referencia para los musulmanes, sino como una plataforma de intercambio de culturas. Por eso, quiso que se recurriera a arquitectos locales, pero también británicos e italianos; que se emplearan materiales llegados de todo el mundo, y aquí hay mármol de Macedonia, lana de Nueva Zelanda o azulejos de Turquía; pero, sobre todo, que su política de funcionamiento fuera de puertas abiertas», explica Leila Ahmed, guía en la mezquita.

El patriarca nunca pudo verlo culminado. Murió en 2004, tres años antes de su apertura. Su hijo dispuso que su sueño sería su tumba. Cada año lo visitan un millón de personas, «lo mismo judíos y cristianos que ateos. Aquí todo el mundo es bienvenido. Por encima de su lujo, eso es precisamente lo que hace que esta mezquita sea tan especial», afirma Ahmed.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios