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Domingo, 24 de diciembre 2017, 00:44
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Nada hay más parecido a un aula del siglo XXI que un aula del siglo XX. Cambian los decorados y el mobiliario, pero en esencia las dos clases, a pesar de los años, son espacios muy parecidos. El sistema educativo se resiste a los cambios. De hecho aún persiste el timbre para avisar de que la clase ha acabado, un método genuino de la revolución industrial. Sin embargo, no todos los profesores están anclados en la pedagogía tradicional ni en la clase magistral. En este reportaje, cuatro profesores que se rebelan contra el anquilosamiento educativo cuentan sus experiencias innovadoras, basadas en dar cabida al juego para despertar la motivación de los alumnos. No son los únicos.
«El cómic se lee de forma amena, porque básicamente es una novela gráfica de aventuras que, a su vez, permite muchos niveles de lectura», asegura el docente y pintor. «Se dice hasta la saciedad que los chicos no leen, lo cual no es verdad. Lo que ocurre es que leen en las pantallas y chats de WhatsApp. Eso, aunque no es malo, propicia que se cometan muchos errores ortográficos. También pensamos al principio que el cómic serviría para incentivar la lectura, que a veces es vista como un castigo». Por añadidura, las viñetas ayudaban a que muchos alumnos que son hijos de inmigrantes se familiarizaran con la cultura española de una manera natural y divertida.
El éxito de la propuesta obedece a que en el propio instituto una veintena de profesores de 17 departamentos distintos se involucraron en la iniciativa. Las vicisitudes de Unamuno sirven para deslizar nociones del pensamiento del atormentado miembro de la Generación del 98. De igual modo, las correrías de Maruja Mallo dan pie a explicar quiénes fueron 'Las Sinsombrero', ese grupo de mujeres artistas que se destocaron en público en los años veinte, un gesto entonces desafiante que les acarreó apedreamientos e insultos.
Los alumnos, entre los 12 y 18 años, se dotaron además de un libro de bocetos en el que realizan dibujos y ejercicios prácticos. En ellos pueden crear, por ejemplo, sus propios 'cadáveres exquisitos', esos juegos surrealistas en los que varios autores encadenaban textos e imágenes alumbrando composiciones sorprendentes. «Ahora estamos organizando una exposición con estos cuadernos. Ha sido una herramienta que ha motivado a los estudiantes», apunta el profesor.
Mientras ven los vídeos en su casa, a veces acompañados de sus padres, los alumnos tienen que tomar apuntes y rellenar fichas, al tiempo que pueden rebobinar si no han comprendido algo. De este modo llegan a clase con la lección más o menos aprendida. Ya en el aula, dedican el tiempo a debates, escenificaciones teatrales y actividades musicales destinadas a reforzar el aprendizaje del contenido. El profesor aplica lo que se llama clase invertida, un método pedagógico que han popularizado Jonathan Bergman y Aaron Sams, docentes que abogan por que el aprendizaje se realice también fuera del centro escolar, algo que ya es posible mediante herramientas informáticas.
Lucero, algunos de cuyos vídeos han logrado 4.000 visitas a la semana, ha traspasado los confines del colegio gaditano en el que trabaja, ya que sus lecciones también son vistas por estudiantes de Latinoamérica. El maestro no concede mucha vida a los libros de texto. «No soy partidario de su empleo diario, debe ser un material de consulta, pero no erigirse en el tótem de la educación. El tradicional manual está llamado a transformarse y adoptar un nuevo enfoque que brinde más ayuda al profesor y no tanto al alumno».
Desconfía de la «cultura del esfuerzo», un lema machaconamente repetido por algunos legisladores y pedagogos. «Creemos erróneamente que el esfuerzo se reduce a hincar los codos y memorizar. Mis alumnos se esfuerzan mucho, pero también aprenden de una forma lúdica y emotiva». Lucero, autor de la novela 'Mariela, 1972. Un asesinato en Rota', anima a sus alumnos a que escriban ficciones para espolear su creatividad. «Con los mejores trabajos publicamos a final de curso un libro».
Lo pudo comprobar de primera mano. Terminada una jornada dedicada a publicar tuits sobre mujeres que habían descollado en tiempos pasados, se encontró con que a las nueve de la noche un chaval de 1º de Bachillerato, un estudiante universitario, una periodista y él mismo seguían enzarzados en una sesuda discusión sobre lo que era un personaje histórico. «Los razonamientos eran de lo más interesantes. Lo más curioso es que al día siguiente, a las ocho de la mañana, cuando yo andaba todavía con sueño, me encontré con que los chicos seguían hablando de las mujeres y la historia».
En dos ocasiones han logrado ser 'trending topic' en España, una de ellas animando una conversación en la red social sobre las revoluciones americana y francesa. González no ha constatado un incremento del rendimiento académico, pero sí del interés de los estudiantes. «Es una actividad más dentro del curso. Tiene el inconveniente de que podemos caer en el error, sobre todo los profesores, por ser tendencia dominante». Otro efecto perverso es que la iniciativa se convierta en un mero volcado de información, en una producción industrial de tuits. El docente, profesor asociado en la Universidad de Valladolid, procura que los mensajes estén bien redactados, sin faltas de ortografía y precedido de una recopilación previa de información. El tuiteo no es en sí el objeto de la asignatura. «Todo esto requiere el esfuerzo del estudio. Mis alumnos de 2º de la ESO, 1º y 2º de Bachillerato, tienen exámenes y toman apuntes».
No es la primera vez que Naranjo, profesor interino, acude a métodos innovadores para explicar su asignatura. Ya recurrió a un videojuego en el que los protagonistas vivían en la Edad de Piedra para explicar la Prehistoria. Y para ilustrar la presencia hegemónica de las redes sociales hizo que sus estudiantes vieran un capítulo de la serie 'Black Mirror'. Es una paradoja, pero resulta que los nativos digitales adolecen de una falta de educación digital. «Dominan a la perfección Instagram o Snapchat pero tienen lagunas muy grandes en otras cosas».
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