Secciones
Servicios
Destacamos
J. GÓMEZ PEÑA
Lunes, 9 de julio 2007, 13:14
Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.
Compartir
No son frecuentes los ciclistas británicos en el Tour. Casos excepcionales. Como Tom Simpson, el mejor de ellos, campeón del mundo que falleció en 1967 -el viernes se cumplirán 40 años- con la cima del Mont Ventoux a la vista y una carga de anfetaminas oculta bajo su piel. O como una vecina de Dorset, al sur de Inglaterra, llamada Philippa York. Una señora de 48 años, de larga melena castaña y pecho rotundo, que en 1986 casi le gana la Vuelta a España a Álvaro Pino. Entonces aún podía domar a su cuerpo. Luego se liberó y dejó de llamarse Robert Millar. Se separó de su esposa francesa y de su hijo, y llenó de vestidos el hueco que ocupaban los maillots. Ahora, Philippa vive con su nueva mujer, Linda Purr.
Hace tiempo que la voz confidencial del pelotón hablaba de la metamorfosis de Millar, el rival vegetariano de Delgado y Pino en la Vuelta, segundo en el Giro y corredor de once ediciones del Tour. Cuerpo de escalador. Cuerpo confundido. A Pino, en broma, le suelen recordar que casi le vence una mujer. Otros sonríen con malicia: «Ese se ha pasado con la medicación». Incluso se ha escrito un libro sobre el antiguo ciclista escocés: 'En busca de Robert Millar'. Su secreto acabó cuando el sábado le cazó con una cámara fotográfica el diario 'Daily Mail'. Robert es hoy Philippa. «No he desaparecido. Sólo me he apartado y he hecho las cosas que me apetecía hacer».
A otro británico, Greme Obree, llegó un día en el que no le gustó ninguna de sus vidas. En las Navidades de 2001 se olvidó de su récord de la hora, de sus títulos en el velódromo, y se colgó de una viga de su establo. Una de sus hijas le rescató justo antes del final.
Obree desempolvó en 1993 la vieja plusmarca de la hora fijada por Moser en 1984. A su manera: con una bicicleta hecho a mano con piezas de lavadora. Nadie le creyó. Pero pidió permiso a la Unión Ciclista Internacional y rompió el registro de Moser: de 51,151 a 51,596 kilómetros en 60 minutos. En la pista sólo había doce espectadores, incluidos los jueces, un periodista y un fotógrafo. El día anterior lo había intentando sin éxito. Rogó otra oportunidad y sólo le concedieron la mañana siguiente. Pasó la noche en vela a base de bocadillos de mermelada. Con ese combustible llegó a sus 51,596 sobre las piezas de centrifugado de su lavadora.
Pero ya entonces andaba con depresiones. Cuenta su psiquiatra que la bicicleta fue su mejor terapia: «Sólo con las endorfinas que segregaba durante el esfuerzo físico mantenía a raya la enfermedad». En 2001, con su hermano recién fallecido en un accidente y sin poder desahogarse con los pedales porque una caída le había partido varios huesos, usó las manos con las que había construido su bicicleta para anudar la soga. Falló por poco.
Gran Bretaña es un país de bicicletas, pero no de ciclistas. En 1959 ya se construían allí cerca de tres millones de bicis. Pero a los británicos no les gustaba la competición en grupo. Preferían los duelos. Cara a cara. En contrarreloj o en pista. De ahí su tradición de especialistas en la lucha contrarreloj. Al Tour no llegaron hasta 1937. Y pasaron veinte años hasta que Brian Robinson se llevó a las islas la primera victoria de etapa.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.