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PENSATIVO. Miguel Ponticu, fotografiado con uno de sus árboles. / MARIO ROJAS
El viaje de los árboles de acero
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El viaje de los árboles de acero

Miguel Ponticu inaugura exposición de obra escultórica en una galería de Hamptons, Nueva York, donde permanecerá todo el mes de setiembre

PACHÉ MERAYO

Martes, 4 de septiembre 2007, 03:17

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Conocido por sus esculturas de hierro, reinventado para la pintura con delicadas naturalezas vivas y ahora volcado en los aceros con un discurso de vocación medioambiental, Miguel Ponticu acaba de estrenar aventura en Nueva York. En el estado que es meca del mundo inauguró este gijonés exposición el sábado y allí permanecerá durante todo el mes de setiembre. Albergan miradas hacia sus obras las paredes de la Elaicr Gallery, una firma con presencia en la Quinta Avenida y también en los Hamptons, al este de Long Island, una de las zonas más exclusivas del estado de Nueva York y en la que viven más celebridades por metro cuadrado que en el mismísimo Hollywood. Entre ellas exhiben ahora sus ramas las piezas escultóricas de Ponticu, pues a los residentes de los Hamptons va dirigida la nueva colección del artista abrazada por la naturaleza.

La selección, que viajó la pasada semana al otro lado del Atlántico, cuenta con algunas de las piezas expuestas en su última incursión en la agenda asturiana (meses atrás, en la ovetense sala Nogal), pero ofrece, sin embargo, varias novedades. «Ahora me he atrevido también con el acero inoxidable, con sus apetecibles acabados he estado trabajando durante meses, aunque sin haber mostrado ninguno de los frutos obtenidos hasta ahora», explica Miguel ya en plena vorágine norteamericana, donde sí aparece esa nueva materia.

Lo que se ha dejado en casa este creador de Gijón, que no es la primera vez que exhibe sus capacidades artísticas fuera de la geografía española, son las pinturas. Si en la galería Nogal éstas componían una parte importante de la colección y se llevaron también una parte importante de los aplausos, en la aventura neoyorquina desaparecen. «Me han pedido sólo esculturas y esculturas he traído», dice, convencido de que lo que necesita ahora es abrirse paso en la cerradísima nómina de escultores que logran éxito en la meca del mundo.

Con los árboles de acero, que implican como toda su última obra un compromiso «con la degradación del ecosistema» y funden en sus formas su «obsesión por el entorno», se han puesto también ante la mirada pública en Long Island naturalezas de bronce, nacidas en su etapa anterior.

Unas y otras, todas las esculturas con las que Miguel Ponticu ha entrado en este nuevo siglo nacen de una duda: «¿Por qué llenar el mundo con mi arte inútil?». Es una duda que él contesta rápidamente plasmando en sus trabajos la realidad de la naturaleza para que «algún día», dice, «mi arte deje de ser inútil y se convierta en la conciencia de alguien que decida no cortar un árbol por el hecho de haber crecido en el sitio equivocado y, por qué no, quizás la gente empiece a compartir mis sueños y nuevos árboles empiecen a crecer en grandes extensiones, por la simple necesidad del placer de verlos crecer».

Al margen del aviso que hace al mundo, Miguel Ponticu dejó atrás hace años el bronce para trabajar con acero, por razones más formales que conceptuales: «Buscaba la posibilidad de realizar obras de gran tamaño y con el bronce no podía lograr ciertas dimensiones».

La experiencia del cambio resultó positiva cien por cien. Desde el comienzo el escultor se encontró «muy cómodo» con la nueva materia, porque le ha permitido, dice, realizar sus obras «sin preocuparme por el formato». En ese paso adelante se engendró un árbol de más de siete metros de altura, levantado hoy en la plaza de Díaz Merchán, en Oviedo. Y en esa voluntad de seguir evolucionando se enmarca la entrada del acabado inoxidable en su estudio.

Nueva York tiene ahora la palabra. De momento, Miguel Ponticu está feliz con el sólo hecho de haber hecho viajar tan lejos a sus árboles de acero.

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