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FELICES. Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria, alza a Óscar Freire en el podio. / EFE
Cantabria acoge al fin a Freire
Ciclismo

Cantabria acoge al fin a Freire

El triple campeón del mundo mostró su ambición en el esprint en la meta de Reinosa, para superar a Bennati y a Bettini y celebrar el triunfo en su casa El vencedor reconoció que «no iba bien, me faltaban fuerzas» durante la etapa

J. GÓMEZ PEÑA

Jueves, 6 de septiembre 2007, 03:22

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Óscar Freire sonríe desde el podio al ver al pequeño Marcos avanzar resuelto sobre su patucos. Vestidos los dos del Rabobank. Brazos al aire. Padre e hijo. Esa imagen le lleva a su niñez, a su recuerdo.

También él tuvo año y medio. Pero no andaba. Cojeaba. Los médicos le descartaron. Todos los diagnósticos en contra. Estadísticamente era un inválido. Hasta que llegó una receta desde un hospital de Venezuela para sanar la tuberculosis ósea. Sobre el podio de ayer en Reinosa, observaba su origen. Veía a Laura, su esposa. Cámara en mano. Para grabar el momento. Digital. Victoria al esprint. Hace mucho, ese lugar lo ocupaba Raquel, la madre todoterreno. Sin cámara. Con tijeras. Recortaba los artículos de prensa de 'Oscarito'; sus primeros triunfos. Usaba las mismas manos con las que conducía su furgoneta de venta ambulante; las mismas con las que fabricó los muebles del pequeño piso familiar arrinconado en un enjambre proletario de Torrelavega. Ahora, Raquel es la abuela de Marcos, el bebé feliz. La abuela de Óscar ya no está. Se fue. Feliz también. Antes de irse, su nieto campeón del mundo le había hecho el mejor regalo: el traslado a una casa con ascensor. Así pudo bajar María a la calle, huir del encierro de su enfermedad.

Ayer, Óscar Freire regresó a casa. A Cantabria, que por fin le vio ganar. En Reinosa. Tras una etapa por un parque temático de la naturaleza. Junto al tolón de las vacas tudancas. Frente a cabañas con tejado de lastra. Lejos de la avaricia del ladrillo. En un paisaje que huele a verde. El suyo. Por sus puertos: la Collada de la Hoz, Ozalba y Carmona. Por Palombera, la cuesta con las curvas bautizadas. Cada una, un nombre. Y son muchas. La mayoría de esos giros vieron primero a Kroon y Litu Gómez, los dos escapados. También a otro Gómez, Marchante. Rabioso por su debilidad en Los Lagos. Rehogado en sudor para recuperar la autoestima. Pero las fugas no entraban en los planes del día. Se vio en Palombera, la cima del Saja, del latido vegetal de Cantabria. Allí, el Rabobank, el equipo de Freire, pasó revista: ¿Quién falta? Kroon y los dos Gómez. A por ellos. Que ayer era día para los Freire.

«No iba bien. Me faltaban fuerzas», rumiaba el cántabro. «Pero tenía la motivación de llegar a casa». Freire es un mago: transforma el pesimismo en oro, en victorias. Palombera había hecho de balanza. Echó fuera a los más pesados: Boonen y Petacchi. Iba a ser un esprint de otra talla. De Bettini, Bennati y Freire. Así se alinearon en la última curva. Bennati, canino, le había quitado al cántabro su posición. Sobraba el freno. Freire vive como abducido. En su burbuja. Sin reloj. Al tantán del instinto. Despistado salvo en la bicicleta. Cuando Bettini y Bennati se subían al mismo metro de suelo, el padre de Marcos olfateaba el viento. Era un aire zurdo. Y se colocó a la derecha del tren italiano. A cobijo. Temple a 200 pulsaciones por minuto. «Tenía menos piernas que otros días». Ya. Pero el fatalista regresaba a Cantabria. En 2001, Millar le había quitado el triunfo en su barrio, en el velódromo de Torrelavega que lleva su nombre. No más fiascos.

En Reinosa le esperaban todos. Al emigrante. Al chaval que se fue al País Vasco para hacerse ciclista en el equipo Ripolín. Al mozo que quiso ser objetor de conciencia y acabó cosido a la mili en el cuartel de Mungia. Al campeón del mundo que ha tenido que buscar fortuna en Italia y Holanda. Al genio de la Milán-San Remo. De los tres arcoiris. A un dorsal idolatrado en media Europa; minusvalorado en España. A un contestatario harto de las imposiciones de la Unión Ciclista Internacional. Al ganador ayer en Reinosa. «En los esprints no siempre gana el mejor», dijo. A veces, es más simple. Es cuestión de clase. De Freire. Del ciclista que lleva toda la vida con el cuerpo de reformas. Inquilino de una lesión. Desde la primera, desde aquella cojera infantil que ayer le recordó el paso alegre, confiado, de Marcos. Su padre acababa de llegar a casa.

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