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CRÍTICA DE TV

Islandia

JOSÉ JAVIER ESPARZA

Lunes, 10 de septiembre 2007, 03:27

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OFERTA reina del sábado noche: el partido de fútbol entre Islandia y España, emitido por TVE. La cosa no pudo empezar peor: un joven reportero se acercó al seleccionador español, Luis Aragonés; formuló el gacetillero la típica pregunta tonta y Luis, mirándole con el gesto de quien desea cortarte la cabellera, ladró algo que provocó la inmediata fuga del pobre muchacho. A partir de ahí, todo fue de cabeza y, al final, agónico empate que sería suficiente si no fuera porque con la suma de los contratos de los jugadores españoles podría comprarse Islandia, el peñón de Rockall y las islas Feroe.

Y los comentaristas casi tan densos como la lluvia que caía sobre el campo. Lo más brillante que dijeron fue que «Juanito juega fuera de su hábitat». Más allá de eso, se les notaba tan estupefactos viendo que «los nuestros» se disolvían ante el empuje de los futbolistas de «este peñasco», según definieron los locutores a Islandia.

¿Peñasco? Gran país, Islandia. A la inquietud de sus primeros pobladores debemos esa joya de la literatura que son las sagas, término éste que no significa 'familias', como dejaría pensar el mal uso común del palabro, sino algo así como 'relatos'. Las sagas más brillantes son tal vez las atribuidas a Snorri Sturluson, como la de Egil Skallagrimsson, que a Borges le encantaba y a la que el benemérito Enrique Bernárdez dedicó una edición donde subrayaba los paralelismos germánicos entre el ambiente de la Islandia altomedieval, vikinga, y la atmósfera castellana del Cid. Esa edición estuvo en Editora Nacional y debe de haber sucumbido bajo la losa del olvido y la estupidez institucionales, como toda aquella prodigiosa colección.

¿Y qué tiene que ver todo esto con el partido que jugaron Islandia y España, con la retransmisión de TVE, con el trabajo de sus comentaristas? Pues todo, hombre, todo lo tiene que ver: si Juan Carlos Rivero y Alfredo Relaño hubieran sabido estas cosas, la locución habría sido más intensa, el partido habría parecido más interesante y, a falta de fútbol, al menos habríamos aprendido algo más útil. Gozo infinito producirá escuchar a Rivero recogiendo el zumo del pecho de Odín, que es como la saga de Egil llama a la poesía. Sana pedagogía obtendrá el público al ver cómo Aragonés se hurga el mástil entre las cejas, cual nombran los escaldas a las narices. Y así algo útil sacaremos de estos partidos, porque fútbol, lo que se dice fútbol, esta selección da tan poco como alegrías.

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