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SERENO. El creador posa orgulloso en la sala Van Dyck con 'Materia roja', una obra creada con la parte de otra que no sucumbió entera en el incendio de su estudio. / PAÑEDA
«Debemos mirar al interior del hombre, el exterior ya está pintado»
ALEJANDRO MIERES PINTOR

«Debemos mirar al interior del hombre, el exterior ya está pintado»

«Mi tema siempre es la luz y mi meta fijarla en el cuadro», dice el creador, que presenta sus pinturas y poemas más recientes en la gijonesa sala Van Dyck

PACHÉ MERAYO

Domingo, 11 de noviembre 2007, 02:25

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Se levanta cada mañana con la ciudad para abandonarla temprano. Durante el día Mieres es ahora un hombre de campo, rodeado de verdes viejos, que se han instalado con signos nuevos en su pintura. Tocado con gorra de mar, bien abrigado, con el almuerzo en una fiambrera «como un buen albañil», y el tabaco fuera de alcance, parte cada jornada en busca de sus colores y su vida. En el nuevo estudio, donde ya nadie llora el incendio de todo su pasado, no sólo crea sobre telas y tablas, también se hace preguntas en papel. Escribe Mieres poemas, rápidos haikus que, de vez en cuando, como ahora al exponer sus últimas pinturas en Van Dyck, saca a la luz como singulares compañeros de viaje de mares, planetas, bosques y desiertos. De su memoria de 80 años y de sus ganas de seguir contando primaveras.

-¿Le gana terreno el escritor al pintor?

-Que va, sólo soy un aficionado. Un pintor que de vez en cuando visita la escritura. Gamoneda, que es un buen amigo, dice que sí, que soy escritor, pero es que él, que es el gran poeta, es muy generoso con todo el mundo.

-¿Por qué haikus?

-Porque su estructura es como la de mi trabajo. Su composición de cinco, siete y otra vez cinco sílabas se parece a mi pintura en lo directa y en la aparente simplicidad.

-Pero tienen otras muchas normas, no sólo las silábicas, ¿las cumple todas?

-Sí, todas, a rajatabla. No me salto ni una y son como cincuenta. Sólo hago una cosa que no se debe. A lo mejor en un sólo día escribo medio centenar y me dicen que eso no se puede hacer. Hay que respetarlos tanto que no debes pasar de hacer dos o tres en unos días.

-Habla de horizontes, de vida, naturaleza, blancos y azules.

-Como mis cuadros.

-Pero en esta colección de Van Dyck hay mucho más que azules y blancos. En su nueva colección está todo el arco iris.

-Es toda una primavera. Con el tiempo me he dado cuenta de que hay que pintar la primavera, hacerla resucitar, como la vida.

-Lleva toda la vida pintando cuadros monocromáticos. Nunca ha explicado por qué.

-Es que no lo sé. Diría que no me gusta la cocina de la pintura, que no siento ningún gusto por mezclar en la paleta, pero diría mal. Creo que la fuerza del color está en la luz y la luz está en cada color pleno, en su intencionalidad, en su brillo. Mi tema siempre ha sido ese, la luz. Mi meta es fijarla en el cuadro, atraparla, que no se vaya.

-¿Por eso cada vez son más brillantes sus colores ?

-Puede. De hecho, el siguiente paso será acercarme más al blanco. Creo que lo que pretendo hacer es coger la luz y decirle ahí te quedas por los siglos de los siglos. Opero con ella, a través de la materia.

-¿Quedaron atrás los campos labrados de Castilla?

-Siguen estando ahí. Mi pintura siempre ha reflejado la naturaleza, trasladada con valores materiales, tan físicos como visuales. Pero ahora no es como al principio. Ahora mi pintura me permite conectar la genética del hombre y de la naturaleza. Ese es el mundo al que me estoy acercando más conscientemente, como antes lo hacía a los campos labrados o a los desiertos.

-¿Cuando llega esa consciencia?

-Suele llegar primero la pintura y luego la intención. Por ejemplo, los verdes que ahora saltan a mis cuadros son por primera vez los verdes que me rodean. El otro día volviendo de León me di cuenta, después de años y años, de que aquí, realmente todo era verde. Y ahora sé por qué ese color ha estado en mi obra antes y está ahora. Quisiera, por cierto poder pintar el musgo, es algo que me fascina.

-¿Se puede decir que la pintura le encuentra a usted en lugar de usted a la pintura?

-Lo que pinto lo pinto porque está en mí, en mi vida, en mis antepasados o en mi memoria. Pero es verdad que antes que entender lo que estoy pintando siento el placer de hacerlo. Antes de observar olas en mis azules, he observado la emoción estética, el sentimiento placentero de trabajar, de tallar las ondas. Luego se hace agua. Y ese agua es mar. El mar que veo cada día desde hace años.

-¿Qué es entonces el negro?

-Es Gaia, como llamaban los griegos a la Tierra, a esa Tierra que siente y que padece, que enferma y sana, que se comporta como un ser vivo. Es Gaia, que muere porque la estamos matando.

-A Gaia le dedica un poema en el catálogo de la exposición.

-Sí, es del 2004, pero me pareció que tenía sentido incluirlo ahora. Creo que es nuestra obligación denunciar lo que ocurre. Nuestra tierra está enferma y no podemos mirar para otro lado. Es alucinante, un amigo, Juan Gallego, el que me diseñó el catálogo, acaba de volver de la Patagonia y me contó horrorizado cómo las grandes industrias de países que luchan por el medio ambiente, que se posicionan sobre el cambio climático, sueltan sus grandes porquerías en aquel maravilloso lugar, lejos de casa. Siempre lejos de casa, eso sí.

-¿Qué puede hacer el artista contra eso?

-Debemos crear símbolos que lleguen al hombre. Representar la naturaleza. Trabajar para poner al hombre en contacto con su medio y a ser posible hacerlo con armonía.

-Ha hablado de colores, de intenciones y hasta de filosofía, pero su obra tiene un componente más, la meticulosidad, el detalle.

-Sí, es cierto que mis cuadros son muy meticulosos. A veces, están años en el estudio, buscando su final. Pero hubo un tiempo en el que por sistema yo no acababa una obra. Estaba en la Escuela de Bellas Artes y nunca ponía fin a lo que me pedían. Me ponían un modelo delante y siempre lo dejaba porque no me interesaba. No debía parecerles mal a los profesores que me ponían buenas notas, pero la verdad es que aprendí a saber lo que era ser meticuloso en el Museo del Prado.

-¿Observando o copiando?

-Copiando, copiando. Yo iba allí y me quedaba fascinado y un buen día decidí practicar la pintura copiando. Empecé por los flamencos y no porque me entusiasmaran, sino porque eran los únicos para los que no había meses de espera. Debías apuntarte en una lista y esperar turno. Y así conocí a Botticelli y a Fray Angelico. El caso es que acabé vendiendo muy bien mis copias y hasta recibiendo varios encargos. Me tuve que comprar una cartera y todo para guardar el dinero que gané en el Prado, pero lo dejé. Sabía que si seguía me convertiría en un copista y nada más lejos de mis intenciones. Yo quería hacer mi propia obra.

-¿Qué sentía reproduciendo a los grandes maestros?

-Una auténtica fascinación, me los imaginaba en sus casas, con sus pigmentos y su perfeccionismo. Por ejemplo, me imaginaba a El Bosco, ejecutando 'El jardín de las delicias', una obra de tal magnitud que pienso que debía ser mayor en tamaño. Creo que el pintor quiso hacerla más grande y no pudo por seguir un encargo de ciertas dimensiones o por falta de dinero. Yo quisiera reproducirla en mayor formato. Me recuerdo siempre acercándome para observar bien sus detalles casi miniaturescos con cincuenta japoneses en la espalda.

-¿Quiere rehacer El Bosco?

-Sí. He pensado pedir permiso para recrear el 'Jardín', por lo menos en el doble de su tamaño. Pero se necesita tiempo y a mí, ahora tiempo, precisamente tiempo, no me quedará mucho.

-¿Quienes han dado más a la pintura, los maestros del pasado o las vanguardias del siglo XX?

-Las vanguardias han sido tan ricas como, por ejemplo, el Renacimiento. Está claro que los renacentistas inventaron la tercera dimensión, que antes nació la propia pintura, pero es el siglo XX el que ha dejado de mirar a la superficie de las cosas, de la vida. Hemos conocido a Juana la Loca, pero no conocemos el rostro de la locura de su época.

-¿Pintaban sólo la superficie?

-Antes de 'El grito', de Edvard Munch, por ejemplo, búsqueme una pintura que defina la angustia del hombre. Antes la tristeza, la pena, la ansiedad eran sólo unas cuantas lágrimas en un cuadro. Luego llegó Picasso, que era un monstruo y conocía la anatomía perfectamente, y logró retorcer la realidad, pero manteniéndola dentro del cuadro. Su época está en su obra. No es un reflejo de la literatura, como en los siglos anteriores. Gamoneda dice que hay que pintar el tiempo en el que se vive y eso es lo que hacemos ahora.

-¿Cómo?

-Mirando dentro. Debemos mirar al interior del hombre, el exterior ya está pintado y muy bien pintado.

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