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A LA ENTRADA. Aquilino Vega, comunista convencido, en el umbral del museo con el puño en alto. / JESÚS DÍAZ
La pobreza ya tiene su museo
Oviedo

La pobreza ya tiene su museo

El ovetense Aquilino Vega tiene en su casa un museo con objetos que reflejan las condiciones de vida durante la etapa de racionamiento de la posguerra (1936-1952)

ANA SEGURA

Domingo, 2 de diciembre 2007, 03:56

Desde 1936 y hasta 1952, España vivió el racionamiento. La miseria se acumulaba en las calles, y afectó sobre todo a la zona rural y minera. Aquilino Vega 'El Chintu' vivía en La Grandota, un pequeño pueblo de la parroquia de Naves. Por cierto, dicen que su ubicación corresponde al punto más alto de Oviedo. Trabajó durante 50 años en las minas de San Julián de Box, Anieves, El Forno y La Riera, y en su quehacer cotidiano acumuló infinidad de objetos que ahora forman parte de su 'Museo de la Pobreza'.

La Historia se escribe con tinta, pero se esconde tras los pequeños matices y significados que albergan un pantalón viejo y remendado o un simple saco de castañas. Millares de artilugios se acumulan en la humilde finca del 'Chintu' y dejan constancia de toda una época. Tras «mucho andar por Asturias y ver que hay museos de todo, menos de la pobreza, de la que se escapa y no se habla», este jubilado con tercer grado de silicosis e «incapacidad absoluta» decidió crear sus propios tenderetes y exponer en ellos el reflejo del pasado.

Decenas de hábitos usados se acumulan en una de las zonas de la muestra. No había dinero para hilo y los remates y remendones se realizaban con alambre recio. «¿Mira estos pantalones! Están repasados en la bragueta, imagínate qué pinchazos », enseña Aquilino. Junto a las prendas están los vestidos que usaba su madre. Sacos desgastados de rafia, sucios y marrones, anchos y sin forma y con tres agujeros para meter brazos y cabeza.

Los paraguas «eran para los ricos». Los pobres, se tapaban con una suerte de capirucho de tela, recuerda 'El Chintu', que coincidía en género con el hábito de su progenitora. «Los sacos eran todo un lujo para nosotros. Venían de estraperlo y con ellos podías hacer de todo», comenta.

«La historia no es sólo la que está escrita», añade. Y muestra un gancho con recortes de periódico, el mismo que colocaban en los baños de los locales para limpiarse tras ir al váter. El papel higiénico también se cotizaba en la zona. Tan alto, que el promotor del museo no llegó nunca a verlo.

El sustento

Con 83 años cumplidos, Aquilino es uno de los más viejos del pueblo. Comunista convencido -con sólo 9 años se afilió al partido- era prácticamente un muchacho en aquella época. Pero recuerda como un hombre casi mató a dos críos por quitarle sus lagartijas, que constituían su sustento diario.

Hay imágenes que uno no se arranca de la cabeza. La del hombre que le puso una pistola en la sien cuando apenas superaba el metro y medio de altura es una de ellas. Y sensaciones. Aquilino muestra las mazorcas de maíz secas y desgranadas que llevaban en los bolsos y que les servían para rascarse hasta arrancarse la piel. La mala y escasa alimentación les trajo decenas de enfermedades. Entre ellas, una que provocaba unos picores horribles. Grandes bolsas de castañas se acumulan en el museo. «¿Qué hubiera sido de nosotros sin las castañas? Nos salvaron la vida», recuerda. El fruto se convirtió en elemento fundamental de su dieta. También guarda alguna botella del aceite que les proporcionaba la cartilla de racionamiento, «negra y densa, parecía para engrasar».

Hasta trozos de pan mohoso conserva. Explica, todavía indignado, que las raciones que les proporcionaban eran para comer en un solo día, pero había que dosificarlas y repartirlas durante semanas. «Yo he visto a gente morirse de hambre. Muchos buenos mozos se casaban con viudas, sólo para conseguir requesón y boroña».

«Esa maldita guerra no dejó de herencia más que las hambres, las enfermedades y las miserias». El anciano la recuerda con horror. Sólo había una cosa a la que temía aún más: la tuberculosis. «Dejó vacías nuestras casas», lamenta. Una lápida del museo, escrita por el propio 'Chintu' reza: 'La muerte sin sufrimiento es mejor que la vida con tormento". Pero lo cierto es que él y los suyos hicieron de todo por vivir. Comían los productos que antes destinaban al ganado.

El recinto expositivo de Aquilino es todo un ejemplo para la puesta en marcha de la Ley de Memoria Histórica. Él era de los rojos y corrió, siendo tan sólo un niño, para proporcionar alimentos a los de su bando. De hecho, es el único superviviente de los hombres que consiguieron derribar la torre de La Catedral. Aún así, en su batiburrillo de objetos, hay fotografías que recuerdan a soldados del bando nacional. Porque en la contienda, «murieron de los dos lados».

Bajo tierra

Las madreñas y los aperos de labranza también tienen espacio. Cuenta el jubilado que acompaña al visitante por la muestra e interpreta los mil cachivaches que la conforman, que muchas personas regulaban sus horarios en función de los tradicionales zapatos asturianos. Los tacos de madera eran para los domingos. El resto de los días, las madreñas se alzaban sobre clavos, que, al chocar contra el cemento, producían un acompasado traqueteo. La llegada y salida del campo de los trabajadores sustituía los ingenios mecánicos. Al ver las boinas que cuelgan de los asideros, lo que menos se imagina uno es que fueran las sustitutas de los cascos mineros. Pero así era. Los pulmones de Aquilino rebosan polvo y productos tóxicos tras tantos años picando en el subsuelo, pero tuvo «suerte». No había seguridad. Y se hacían auténticas barbaridades: obligaban a los trabajadores a escuchar el sermón cristiano de un jesuita durante, al menos, 15 días. Y para que nadie se escaqueara, quitaban la ventilación dentro de la mina. «Si no ibas o te pillaba dentro, te ahogabas», comenta.

Sus compinches de faena no levantaban dos palmos del suelo. «Tuve yo a muchos guajes de 11 años de compañeros en la mina. Si no es porque necesitaban carbón y levantar la España que habían tirado, no queda títere con cabeza», opina con crudeza. La fosa común ubicada en el cementerio de San Salvador acoge los cuerpos de dos de sus hermanos. Y lo que no quiere es que se olvide. «A la juventud esto no le interesa», dice con amargura. Aún así, se ha comprometido. Desde su humilde vivienda y, aunque sólo sea de una forma simbólica, Aquilino Vega, 'El Chintu', recordará la historia que vivió «para evitar que vuelva a repetirse».

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