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CRÍTICA DE DANZA

La piel en las tablas

JOAQUÍN FUERTES

Sábado, 12 de enero 2008, 03:06

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Fernando Hurtado repasa en poco más de una hora, a través de la expresión corporal acompañada de la música, los distintos goces y quebrantos del ser humano, partiendo de la idea expresada por Milton y otros pensadores de que el destino del hombre es andar errante a la búsqueda del paraíso perdido. Un paraíso situado en la línea ficticia del horizonte, y que se aleja a medida que uno quiere acercarse. Hurtado fragmenta estas sensaciones creando cuadros en los que apenas con insinuaciones de una paz idílica se ven interrumpidos por la tormenta del furor y el desasosiego; esto es, el violín tapado por el trueno de los instrumentos de percusión.

Este es un hecho a reflexionar por el autor, la medida y la equidistancia para trasladar al espectador un montaje verdaderamente sugerente, con cuadros plásticos de calidad y unos bailarines bien conjuntados. Pero, por otra parte, el público acostumbrado a la danza, incluida la danza moderna, está formado mayoritariamente por gente que no soporta sin resignación una potencia de doscientos decibelios, o más, como en determinados conciertos al aire libre. A uno, que le gusta la danza, y establece como mérito supremo montar un espectáculo como este, en tiempos que no son buenos ni para la lírica ni para la danza tampoco, le apetecería que fuera al mismo tiempo una muestra de expresión y de captación: abarcar la locura del mundo, penetrando en su sin sentido, pero sin volvernos locos con la potencia de los altavoces.

La danza es hermosa, e igual que la música eterna; la primera entra por los ojos y la segunda por lo oídos, y la hermosa conjunción de los bailarines y los hallazgos del decorado y el vestuario no tienen por que volvernos ciegos; pero el exceso de decibelios nos convierte en sordos, de eso no cabe ninguna duda. La calidad de la danza puede discutirse, la interpretación de la música también; pero los efectos del ruido son indiscutibles.

Es una sugerencia de ajustes para un espectáculo hecho con imaginación y con dotes artísticas notables. Todo ello bien conjuntado, lo que evidencia un intenso trabajo en los ensayos y un gran esfuerzo por la presencia casi constante de hora y cuarto sobre el escenario. Al finalizar, el público aplaudió con fuerza a todos los componentes de este montaje puesto en marcha por Fernando Hurtado.

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