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RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN
Miércoles, 2 de abril 2008, 05:29
CIRCULA por la red, en Relataduras, el magnífico blog del escritor Juan Carlos Márquez, una entrada en la que otro escritor, Sergi Bellver, que hasta no hace mucho tiempo mantenía abierta su estupenda bitácora, Alas de albatros, nos regala una peculiar versión del himno nacional de este bruto y feo 2008. «Y el chiki-chiki se escribe así: Uno: el planetans. Dos: el codiguito. Tres: el noahgordon. Cuatro: el follettón. Vender, vender, venderrr».
En este recién terminado mes de marzo, y por razones que no vienen al caso, he tenido que tomar nueve vuelos, siete de ellos fuera de España pero siempre bajo el sacrosanto paraguas de Iberia, de suerte que el pasaje, mayoritariamente, hablaba la lengua de Cervantes. No sé si por deformación, aunque sospecho que por masoquismo, me entretuve, cada vez que la necesidad me conducía a los baños, en echarle un vistazo a las lecturas, no muchas en cualquier caso, con las que mis compatriotas solazaban su espíritu. Salvo un par de honrosas excepciones -un pasajero que leía a Ian McEwan y otro, un alienado con toda probabilidad, que entretenía el tiempo en compañía de Jean-Paul Sartre-, el núcleo de fieles iba de Carlos Ruiz Zafón a Lucía Etxebarría, con las consabidas paradas en Ildefonso Falcones, Paulo Coelho y, por descontado, los escritores mencionados en los puntos 2, 3 y 4 de la versión de Bellver.
Acompañado, pues, de tanto ángel, de tanta catedral y de tanta conspiración vaticana, temí que alguno de los aviones no llegara a su destino, no fuera que algún desesperado a la búsqueda de respuestas se escondiera entre nosotros con una bomba entre las páginas de los misales laicos. (Caigo ahora en la cuenta de que el más peligroso de los pasajeros sin duda era el que leía a Sartre).
No obstante, me dije, al fin y al cabo estábamos en manos de una ficción, la de que un monstruo de cientos de toneladas fuera capaz de sostenerse en el aire, así que tanta religiosidad como había encerrada entre las carlingas a buen seguro evitaría que nos estrellásemos contra la dura realidad del suelo.
Eso sí, malvado yo, no resistí la tentación de dejar en la bandeja de uno de mis asientos un folio bajo la rúbrica: LECTORES ESPAÑOLES, NO CONTAMINÉIS LAS NUBES.
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