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Vista alargada y curva de todo el Muro que bordea la bahía de San Lorenzo, cuya actual fisonomía procede de la remodelación de 1993. Fue abordada conjuntamente por el Ministerio de Obras Públicas y el Ayuntamiento de Gijón. / JOAQUÍN BILBAO
Un paseo marítimo ya adolescente
GIJÓN

Un paseo marítimo ya adolescente

El martes se cumplen 15 años de la última remodelación del Muro de San Lorenzo, que costó 841 millones de pesetas y se costeó, en parte, con la indemnización del 'Castillo de Salas'

EVA MONTES

Domingo, 3 de agosto 2008, 04:35

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Lo que de bueno, o malo, tiene el tiempo es que te acostumbra, casi te mimetiza, con el entorno. Hoy tal parece que los dos kilómetros escasos de paseo marítimo que miles de gijoneses y visitantes recorren a lo largo de todo el año cuando dicen pasear por el Muro, han tenido siempre la misma fisonomía. Que esos parasoles, ese asfalto ligeramente coloreado de 40 metros de ancho o esas más de 140 farolas de clásico diseño local que conviven con casi dos centenares de modernos proyectores de sodio, ocuparon un lugar primigenio en la historia de la playa.

Pero no ha sido así. La amplia avenida peatonal que se abarrota en los días de verano es sólo el resultado de la última remodelación, la que fue inaugurada aquel cinco de agosto de 1993 y la que el martes convertirá en una auténtica quinceañera. Un producto de años de evolución, a veces errada y a veces certera, pero, en todo caso, acomodada a su tiempo. Está, seguramente, a medio camino entre el paseo de sauces llorones imaginado por Jovellanos y la apuesta por la modernidad de los últimos años 60 y 70, la misma que privó al paseo de las pérgolas de los años 50, le aportó los pasos subterráneos, desmanteló las farolas de las balaustradas, taló la línea de tamarindos, aportó zona verde, proporcionó aparcamientos y facilitó la circulación, al tiempo que se estrellaba estrepitosamente contra los elementos al intentar generar un paseo de palmeras en una abierta bahía norteña.

Por entonces Gijón ya pretendía convertirse en un referente turístico internacional. Y nada más mediterráneamente llamativo que plagar todo el contorno de la balaustrada de la playa durante la temporada estival con banderolas de todo el mundo que, batidas por el viento, se rasgaban con facilidad y obligaban a renovarlas cada año. Demasiado gasto, demasiada crisis y una situación económica y social profundamente cambiante que hacía volver los ojos tierra adentro.

El rastro del carbón

Y con ese aspecto entró el paseo del Muro en la democracia. Y así permaneció durante su asentamiento municipal hasta que, 30 años después, una Corporación presidida por Vicente Álvarez Areces y golpeada por el encallamiento frente a la playa del carguero 'Castillo de Salas', encontró en el desastre ecológico el pretexto y la justificación para cambiar la cara de aquella avenida de Rufo García Rendueles que nunca nadie llegó a llamar por su nombre.

Y es que, ante una ciudad apesadumbrada por el continuo espectáculo del derrame en lugar indebido de 100.000 toneladas de carbón y gasóleo, su alcalde prometió que la indemnización a recibir por la aseguradora del 'Castillo de Salas' sería destinada a remodelar el paseo. Y de paso, a bautizarlo con la denominación popular, paseo del Muro de San Lorenzo, y propiciar así la comunión entre la toponimia y la ciudad.

Fueron 175 millones de pesetas, cantidad que alivió sobremanera la aportación del Ayuntamiento de Gijón al proyecto del por entonces Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo que, en febrero de 1991, presupuestó la obra en 841 millones de pesetas. La mayor parte, 570, del Estado, y el resto, del Ayuntamiento.

De ahí que la dirección del proyecto recayera al alimón en dos ingenieros de Caminos: uno municipal, Fernando González Landa, y otro estatal, Ramón Galán Cortés, adscrito a la Demarcación de Costas del entonces Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente. Pero el trabajo técnico fue a parar al proyecto de los arquitectos Diego Cabezudo, Jorge Martínez Sierra y Jorge Paraja, que incluyeron en la nueva cara marítima de Gijón el campo Valdés y los jardines del Náutico. Una remodelación completa.

Vuelta al pasado

Y si algo caracteriza este Muro que hoy pateamos es un regreso al pasado en prácticamente todos sus ornamentos. Los mismos que le han proporcionado con el tiempo elementos característicos para acabar siendo bautizados con ese 'estilo Gijón' que abarca tanto la balaustrada de 1912, como las farolas de dos brazos que la complementan y que proceden de la creatividad del ingeniero municipal Guillermo Cuesta allá por un ya lejano 1933.

También la línea arbolada de tamarindos volvió a la vera del mar y el paseo quedó ampliado en la medida en que la circulación rodada fue reducida, con una especial incidencia en los jardines del Náutico, que quedaron unidos peatonalmente al paseo. Pero lo que no llegó a volver a levantarse, aunque el planteamiento quedó sobre el papel, fueron las añoradas pérgolas, elemento totalmente desconocido para generaciones de gijoneses y desvaído recuerdo ya para las que hoy peinan canas. No se encontró la manera de incluirlas en el nuevo modelo, aunque se barajó incluso la posibilidad de acristalarlas al estilo parisino.

En cualquier caso, aquélla, la de 1993, fue la última gran actuación sobre el paseo del Muro, aunque posteriormente, en 2002, se afrontó otra más pequeña, la del conjunto original de La Escalerona, que llevó a cabo el arquitecto Miguel Díaz Negrete siguiendo el modelo de su padre, José Avelino Díaz Fernández-Omaña, y en 2008 la incorporación de la escalera 0. Para la próxima intervención en el mayor referente gijonés parece que habrá que esperar un tiempo. Las prioridades urbanísticas municipales siguen en este momento derroteros más alejados del Paseo del Muro de San Lorenzo.

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