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A. VILLACORTA
Domingo, 19 de octubre 2008, 04:46
«De estas aulas han salido 3.731 ingenieros repartidos en 24 promociones». Ricardo Tucho, a punto de agotar su segundo mandato al frente de la Escuela Politécnica Superior de Ingeniería de Gijón, desvela el dato no sin cierto orgullo. No en vano, cuenta, «al conjunto formado por la escuela y el Parque Científico Tecnológico se le denomina 'la milla del conocimiento', lo que no deja de esconder cierta vanidad, pero también produce la satisfacción de ver reconocido el trabajo hecho».
Por estudios, las estadísticas dicen que, hasta la fecha, se han graduado 2.935 ingenieros industriales, de los que el 18% eran mujeres, 716 ingenieros informáticos, con un 25% de licenciadas, y 80 de telecomunicaciones, con un 31% de tasa femenina. En total, sólo una de cada cuatro licenciaturas corresponde a una mujer.
«Vamos mejorando también en esto. Antes era excepcional ver a una mujer en los pasillos», hace balance Tucho cuando se cumplen treinta años del hito fundacional de la escuela: la primera clase. Corría el 20 de octubre de 1978, tal día como mañana de hace tres décadas, cuando un puñado de jóvenes entraba, expectante, en la vieja Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Industrial.
Pero no iban a ser futuros peritos, sino que estaban llamados a formar parte de la pequeña historia local: con ellos echaba a andar la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Gijón, sin edificio, pero con titulación universitaria. Apenas un año antes había tomado posesión del cargo que hoy ocupa Tucho, Luis Ortiz Berrocal, el director-comisario,
Fue un momento trascendental, no tanto por la aportación de los primeros estudios superiores a la ciudad más poblada de Asturias, que lo era, como por el triunfo que suponía contra años de obstáculos, incomprensión, oscurantismo y luchas de poder dentro y fuera de la Universidad de Oviedo.
Encierro estudiantil
De aquella antigua ubicación, hoy derruida, los estudiantes se trasladaron al nuevo edificio de la escuela, inaugurado el 14 de octubre de 1983 en el campus gijonés, una sede que, aunque entonces no lo sabían, no iba a ser la definitiva. Porque, el 5 de septiembre de 1996, con el inmueble atestado de alumnos inmersos en exámenes, llegó la autoridad, sin advertencia previa, a desalojarlo. Fue en virtud de un decreto del rector, Julio Rodríguez.
El riesgo de derrumbe por problemas en su estructura fue el detonante que forzó la dimisión de la secretaria de la escuela y un encierro de los estudiantes con el apoyo de la dirección del centro, pero los expertos en construcción de la propia escuela siempre rechazaron tal peligro.
Fueron necesarios ocho años y 1.826 millones de las pesetas vigentes en 1996 para que las aulas volvieran a abrirse de nuevo. La escuela se traslada entonces a los nuevos edificios del campus donde actualmente se imparten las clases y se encuentran el resto de dependencias administrativas.
«Hasta ahí la historia física», resume Ricardo Tucho, que explica que «la escuela goza de buena salud» y buena prueba, cuenta, es que «ha logrado evitar el descenso de alumnos que sufre la Universidad de Oviedo» y que «es el centro de la institución académica asturiana con un mayor número de erasmus, 130 por curso, alumnos que las empresas se disputan porque, para ellas, son muy golosos».
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