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DIEGO MEDRANO
Martes, 28 de octubre 2008, 04:31
Julio Valdeón Blanco viene, espumoso y galáctico, tan eléctrico, de una «prosa sonajero» -la bobada de Marsé-, espléndida y tenaz, que nace con Góngora, Quevedo, Rubén, ese lumpen aristócrata de la primera cogorza de Barroco español o Modernismo. Valdeón vuelve con novela canalla, apoteósica: 'Verónica' (Algaida). Abren el texto dos citas para renacer: «Es demasiado tarde, Princesa» (Sabina); «Háblame en la cama, dime pequeñeces» (María Jiménez). Valdeón es todo lenguaje, picantón en el alma, mil festivas intoxicaciones: «Soy un hijo de puta, pero si pellizcas mis labios le doy candela al corazón. Jugamos en un cuarto, los besos pájaros enredados, hojas de palmera, banderas podridas» (pag.11). «Bebo cocacola entre tus muslos, escapo del tenedor eléctrico y esnifo cadaverina» (pag.12). «Tengo treinta y dos años. Ejerzo de lila. Marco paquete cuando toca y alterno la charanga flamenca con el catecismo del siglo XXI» (pag. 13). Valdeón lo sabe todo de «la polla como un gladiolo» -expresión suya- y de la noche como gran aliada, dildo o juguete de los más traviesos. Su sonajero es oro bruñido al sol: «No necesito jergas ni análisis, batas blancas, doctores, sino escribir estas páginas. Explicarme y explicar el mundo a través de un alfabeto mareado, silabeando hasta encontrar mi melodía» (pag. 17). Valdeón sabe lo que es el amor: «Insistíamos en jodernos con sospechosa prodigalidad y seguíamos juntos» (pag. 21). Lo sabe todo de los errores: «A la hora de reparar un error trágico las palabras aúllan, boquean en el suelo como pescados» (pag. 29). Amores estúpidos, romances de cremallera y vara, huevos revueltos en la madrugada para marear la resaca, sonrisas ladeadas, zumbados, porros pegajosos, humo verde de los mejores sueños. La pose o gesto del auténtico esteta: «Una segunda cerveza logró que contemplara al personal con el látigo embridado» (pag. 56). Una manera distinta de lucir cobre: «Niñas malas que lo esperaban en los apartamentos, desnudas, con el coño destilando ambrosía y un dedito entrando y saliendo para aguantar la horrible espera del semental bético que entraba en su habitación con la polla taladrando las costuras de sus pantalones» (pag.60). «¡Henry Miller!», le chistó Raúl Del Pozo, alucinado.
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