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JAVIER BARRIO
Lunes, 4 de mayo 2009, 04:45
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Más de tres mil aficionados rojiblancos cubrieron ayer el trayecto entre Campo Valdés y El Molinón. Todos perfectamente uniformados. En sintonía con el equipo de Manuel Preciado, al que apoyaron más que nunca, pese a que los factores extradeportivos, personificados en la figura arbitral, y la suerte volvieron a darle la espalda.
Era una muestra de fidelidad eterna hacia unos colores. De compromiso. Y de cariño. Previamente, delante del Ayuntamiento, había tenido lugar la presentación de la campaña de apoyo hacia el Sporting que este mes se hará muy visible en todos los rincones de la ciudad. 'Porque este año subimos a Primera y pobre del que quiera robarnos la ilusión', rezaba el eslogan de la iniciativa, que llevarán dos autocares -las líneas 1 y 12-, varios taxis de la ciudad y numerosos comercios y negocios hosteleros. Un grito de guerra que evoca otros tiempos. También de sufrimiento.
De vuelta a la playa, la mareona cubría doscientos largos metros del paseo del Muro. En cada esquina, a cada paso, se hacía más larga. Captaba adeptos en cualquier parte. Pero lo hacía con lentitud, de forma perezosa, puesto que su intención era alcanzar su objetivo a la hora mágica, minutos antes de que comenzara el partido. Mientras tanto, los aficionados del Athletic observaban incrédulos el espectáculo multitudinario de personas, ataviadas también de rojiblanco, pero con otro destinatario.
En el punto de llegada, en El Molinón, la Federación de Peñas Sportinguistas ya llevaba un buen rato repartiendo los 2.000 chiflos de los que se había provisto. Más leña para la caldera en la que se había convertido El Molinón.
El partido comenzó y las gradas rugieron como nunca. Cada jugada de los de Caparrós, cada pase, se llevaba una sonora pitada. El balón le quemaba al Athletic. Mientras, el Sporting se crecía, marcaba, superaba los obstáculos derivados de la ansiedad y también los que le ponía Teixeira Vitienes. Pero era demasiado a sortear, incluso para un equipo que jugaba con ventaja numérica. Con 23.000 gargantas que hoy, a buen seguro, se resentirán, pero que no se apagaron ni cuando el colegiado les robó la ilusión, por lo menos hasta el próximo domingo, cuando volverán a renacer.
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