Secciones
Servicios
Destacamos
ANTONIO VALLE
Lunes, 31 de agosto 2009, 04:32
Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.
Compartir
En cierta ocasión, rodeado de auxiliares de vuelo, me convertí en el rey de la fiesta cuando solté este clásico refrán: no pidas a quien pidió ni sirvas a quien sirvió. Se pasaron el resto de la velada dando ejemplos prácticos que confirmaban o desmentían el planteamiento.
Ese que va con el lagartín en la pechera o aquella que voltea el pañuelo para que las siglas de una marca exclusiva aparezcan con claridad en el nudo, o el que se compró un coche fantástico y descapotable para exhibirse los domingos, porque no me dirán que es para ver mejor el mundo sobre sus cabezas, o para refrescarse las ideas, para eso es suficiente el aire acondicionado de serie. No se trata de la calidad, son pequeños o grandes símbolos de status necesarios para reafirmarse, para gritar con ganas que ya llegaron al jardín de los elegidos y tienen que enseñar la flor. Pero desde su celda, Hannibal Lecter ya le explicó la vida a la tierna Clarisse con crueldad certera: sólo dos generaciones separaban del hambre a la ambiciosa agente del FBI que acudía a para visitar al psicópata con un bolso caro y unos zapatos baratos.
Decía Rousseau que la sociedad se reproduce. Si lo simplificamos, es mucho más probable que el hijo de un abogado acabe siendo abogado a que sea electricista, y viceversa. Por suerte, hay alteraciones. De esta forma volvemos al principio de este texto.
Desde una perspectiva aventajada las azafatas y azafatos le sirven el café a ejecutivos de multinacionales, políticos, turistas sexuales, actores famosos o de capa caída, jefes de estado, traficantes de todo tipo, diplomáticos, veraneantes a crédito, pero es especialmente en las zonas reservadas a los pasajeros más pudientes donde se descubre la catadura de los individuos, la clase con que tratan al prójimo o se desenvuelven con el personal a su disposición.
No es una cuestión de pasta, resumen. Cuando te pones a recoger es fácil que descubras que uno de esos tíos que salen en las revistas entre los más adinerados del mundo se ha llevado los cubiertos, el vaso y el chaleco salvavidas. Procuré tapar el nombre de hotel que figuraba en el borde del cenicero.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.