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Kike Figaredo habla con Carmen Moriyón, en presencia de José Ramón Urízar y Antonio Pellico.
«Estamos llamados a ser líderes del cambio», reta el jesuita Kike Figaredo

«Estamos llamados a ser líderes del cambio», reta el jesuita Kike Figaredo

El gijonés obispo de Battambang inauguró con su ponencia el congreso nacional de antiguos alumnos en el colegio de la Inmaculada

M. SUÁREZ

Sábado, 18 de octubre 2014, 00:27

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Era la estrella de la primera jornada del IX Congreso de la Federación Española de Asociaciones de Antiguos Alumnos de los colegios de los jesuitas y no defraudó las expectativas. Kike Figaredo se hizo de rogar, pero finalmente volvió a cautivar con su mejor arma: los niños camboyanos. Con ellos habló de todo lo que quería hablar: del cariño, de la acción, de la amabilidad de la hospitalidad, del corazón y del compromiso. Primero lo hizo con la dulce danza del anfitrión, que terminó con el lanzamiento de pétalos de flores por parte de cinco bailarinas dos de las cuales danzaban en silla de ruedas, y después con la del corazón, a base de los armoniosos movimientos de cuatro muchachos al son de dos cáscaras de coco chocando contra sí mismas.

«En camboyano, coco y corazón es lo mismo», avanzó el obispo de Battambang, en un intento de instar a un auditorio de una media de edad avanzada, a «tener un corazón grande». Ése fue su caballo de batalla. El de siempre, porque, como él mismo reconoció, «yo me repito. Y me repito porque creo que las cosas pueden cambiar, la cosa es ponerse a ello y hacerlo con corazón y con cabeza. Estamos llamados a liderar el cambio».

Kike Figaredo, con esa sonrisa suya tan perenne como su determinación, no diseñó una ponencia al uso. De hecho, afirmó, sin ningún tipo de recato, que «yo creo muy poco en los discursos», girándose levemente para mirar a su compañera de ponencia, Cristina Gortázar, profesora de Derecho Internacional de la Universidad de Comillas, quien acababa de exponer una ponencia sobre el hambre al uso, es decir, discursiva, por muy trufada que estuviera de datos y experiencias. «Yo en lo que creo es en la acción, aportándole una dimensión trascendental de la gracia de Dios por detrás, pero en acción».

Y como el obispo, hijo de la promoción del 76 del colegio de la Inmaculada, le gusta más la imagen que la palabra, abordó su gan batalla, la del corazón, instando a un auditorio, ya entregado, a visualizar una jirafa, «porque es el mamífero terrestre, con los pies en la tierra, que tiene el corazón más grande, que es lo primero que tienen que tener los alumnos de los jesuitas, un corazón grande, un corazón que informe a la cabeza, que te haga ver la realidad de otra manera, que te lleve a pensar en la gente que está en los márgenes de la sociedad. Podemos tener un corazón grande que cambie las cosas».

El barrio de los jesuitas

Es un lenguaje, el de Kike Figaredo, asturiano, directo, sin contemplaciones, que llegó por igual a los congresistas procedentes de Madrid, Barcelona, Sevilla o Zaragoza, que se llevaron encerradas en sus teléfonos, ipad y cámaras fotográficas, las imágenes dulces y orientales de las niñas camboyanas imprimiendo un ritmo sosegado a la vida.

Buena parte de ellos no habían llegado a tiempo de sentirse homenajeados ni por el director del colegio, José Guerrero, ni por el presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio de la Inmaculada, Antonio Pellico, ni por el de la federación de asociaciones, José Ramón Urízar. Ni siquiera por la alcaldesa de Gijón, quien, en su doble faceta de regidora y antigua alumna, destacó el espíritu de acogida de los asturianos y rememoró su tiempo por los pasillos del colegio en su único año de estancia, mientras estudiaba COU. «Me gustaba más la zona deportiva o la biblioteca del padre Patac que la maqueta del edificio destruido durante la guerra civil», evocó Carmen Moriyón, casi en un murmullo, mientras ilustraba a los visitantes de la fuerza del colegio en la vida de Gijón. «Hasta el punto de que el barrio es conocido como el barrio de los jesuitas».

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