Restallón con palmeras rojas de propina
Un millar de artificios, lanzados desde siete puntos, pusieron la traca final a la Danza Prima en San Lorenzo
P. LAMADRID
Martes, 16 de agosto 2016, 06:48
La bruma que hizo desaparecer la bahía gijonesa el sábado y el domingo dejó paso a un sol radiante en la última jornada de la Semana Grande. El paseo del Muro se quedó pequeño ayer para acoger a los miles de gijoneses y visitantes que quisieron asistir al fin de fiesta. La sombra se cotizaba cara, pero la mayoría desafió a las altas temperaturas para bailar la Danza Prima. En cuanto comenzaron a explicar las instrucciones del baile -el pie derecho se mueve y adelante y atrás y el izquierdo pisa-, los participantes comenzaron a ensayar.
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Una larga fila de personas cogidas de la mano ocupó el paseo marítimo para bailar al compás del popular son. De cara al mar, ya que la Danza Prima es un homenaje a todos aquellos que tuvieron que buscar mejor suerte en otras tierras.
Precisamente por esto resultó muy especial para la familia formada por José Luis Zarrillo, Lilian Stemphelet y su hija Natalia. Llegados de Uruguay, bailaban por primera vez, aunque es la segunda ocasión que visitan Gijón. «Nos encanta la ciudad. Vinimos a los Fuegos, al Jovellanos y también al concierto de Assia. Y, por supuesto, fuimos a ver a la Santina», explica el padre de familia, con familia en la ciudad. Su hija resumió la Danza Prima en dos palabras: «Fue relinda».
Aquellos que estaban en la arena no tuvieron apenas la oportunidad de sumarse a la celebración: la marea estaba muy alta y casi no dejaba espacio para que los bañistas danzasen. No obstante, algunos pequeños grupos se las ingeniaron para moverse al compás de la música, aunque fuera con los pies a remojo. El 'Asturias, patria querida', primero, y el 'Gijón del alma', después, fueron coreados por los presentes al término del baile.
Sin tregua alguna, se lanzaron los primeros voladores del Restallón. Fueron siete minutos de un estruendo que se escuchó en toda la bahía y en toda la ciudad. Un millar de artificios que los técnicos de Pirotecnia Pablo tiraron desde siete puntos. En esta ocasión, la bruma no afeó el espectáculo, que no se limitó a las típicas luces intermitentes, ya clásicas, sino que incluyó palmeras de color rojo.
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Aunque se trataba de unos sencillos efectos, a los locales y foráneos que abarrotaban el paseo del Muro les supieron a gloria. Después de la fallida noche de los Fuegos, los espectadores recibieron con alegría la propina, que se vio perfectamente pese al intenso sol que lucía. Tras las palmeras coloradas, llegó el turno de la traca final. Una sucesión de luces intermitentes que llenaron el cielo de ruido y humo.
Y el año que viene, más.
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