Adiós a Elena Suárez, fundadora de la Librería Atenea en Gijón: «Cuando no encontréis consuelo en el día a día, pensad en cómo lo vería ella»

La de Elena Suárez, fundadora de la Librería Atenea en Gijón en 1981, fue una historia de amor a su familia, a las letras y de simpatía hacia los demás. Por eso este lunes la letra 'E' lucía sobre sus cenizas en la iglesia parroquial del Corazón de María, donde cerca de un centenar de personas entre familiares, amigos, vecinos e incasables lectores se congregaron para darle el último adiós. Y es que la 'E' de Elena «es la 'E' de la alegría, del encuentro, de la entrega, del empeño, de la emoción y del encanto por el Corazón de María que ella profesaba», destacó el párroco Germán Padín, que se permitió hacer un inciso para mencionar «una frivolidad»: «Era la mejor vendedora de lotería de la parroquia».

Durante sus 93 años de vida, Elena desplegó una mirada hacia lo cotidiano que su nieta Ana Labrada describió como «completamente transformadora». «Mi abuela transformó la vida de mucha gente y nos quiso con todo su corazón, pero si algo me llevaré de ella, además de todos los recuerdos, es su dignidad, su serenidad, su capacidad de superación constante ante todas las adversidades que atravesó, su inteligencia y su mirada; una mirada, hasta el último día, de curiosidad e interés por las cosas que la hizo mantenerse a flote y disfrutar de lo que la vida tuvo a bien ofrecerle», recordó con emoción.

Su historia continúa ahora dentro de sus hijas, nietas y demás familiares. Prueba de ello fue, precisamente, el mensaje de aliento de su nieta Ana. «Cuando no encontréis consuelo en el día a día cotidiano, pensad en Elena y en cómo lo vería, con la curiosidad, el interés, la emoción y la inteligencia de saber apreciar el valor que tiene estar viva», señaló.

Antes de despedirse definitivamente de su abuela, a la que lanzó un cariñoso beso desde el altar, quiso dedicar una oración especial a los donantes de sangre y animar a todo aquel «que aún no lo sea y pueda» a contribuir en semejante acto de generosidad. «Lo que nos permitió disfrutar de mi abuela, y a ella seguir disfrutando de la vida durante seis meses más después de su diagnóstico de leucemia, fue la generosidad de tantas personas que dieron su sangre para que otras, como mi abuela, puedan continuar en el mundo unos meses más. Ese tiempo ha sido enormemente valioso; nos ha permitido despedirnos, a nosotros y a ella, y nos ha regalado vida y lecciones», expresó.

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