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Alberto Duque, este viernes, despedido entre abrazos por sus alumnos del Codema. E. C.
Jubilación

Alberto Duque se despide del Codema tras 40 años de docencia en el colegio de Gijón

«Es un educador tremendamente empático que promovía espacios donde los alumnos se sentían valorados y motivados para aprender», destacan sus compañeros

María Agra

Gijón

Viernes, 20 de junio 2025, 19:44

«Afable, responsable, trabajador, una mano a quien pedir ayuda y nunca un mal gesto». Así describen sus compañeros al profesor Alberto Miguel Fernández Duque, tutor de primer ciclo de Primaria en el colegio Corazón de María (Codema) que este viernes se despidió de sus alumnos después de 40 años de docencia en el centro de Gijón. Comenzó a trabajar allí el 16 de noviembre de 1984 y, desde entonces, siempre hizo gala de un «carácter sencillo y profundas convicciones creyentes» que le hicieron destacar como una persona discreta y apacible. Eso sí, «siempre con una sonrisa».

Pero si por algo ha dejado huella Alberto en quienes han tenido la suerte de coincidir con él, ya sea en el aula o en el claustro de profesores, es por su implicación con sus alumnos y familias. Sabía mantener el orden y el silencio en clase «con calma y, sobre todo, con mucho tacto» y promovía un ambiente de aprendizaje positivo y respetuoso. «Es un educador tremendamente empático, que fomentaba espacios donde los alumnos se sentían valorados y motivados para aprender», remarcan desde el centro.

De Duque se acuerdan con cariño también muchos exalumnos que ahora peinan casi tantas canas como él y que le tuvieron como monitor en los campamentos que la parroquia del Corazón de María organiza en la localidad de Valdepiélago, en el norte de León. Duque era allí la persona que aportaba calma, confianza y tranquilidad, dentro de un grupo de monitores especialmente dotados para tratar con los jóvenes con una perspectiva claramente formativa, al pundo de que varios de ellos y ellas han acabado formando parte del equipo docente del Codema. Y entre ellos, Duque era una figura que con apenas una veintena de años, en aquellos tiempos, hacía que los chicos y chicas del campamento claretiano se sintiesen como en casa, sin perder por ello el factor lúdico y educativo que Valdepiélago -al igual que los campamentos de Baltar, en Galicia- siempre ha tenido.

Como muestra de agradecimiento, durante su última jornada de trabajo los alumnos de su tutoría le regalaron una caja de bombones con los nombres de cada uno de ellos y le despidieron entre abrazos. Él se va, pero su huella queda.

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