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Los aliados del tifus, según ilustración de Tovar.
Los aliados del tifus
1921. Hace 100 años.

Los aliados del tifus

La mala higiene de los alimentos vendidos en el mercado generaba enfermedades, hecho que el Ayuntamiento trataba de atajar

Domingo, 17 de enero 2021, 00:58

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Todos los años, la misma cantinela: la Rickettsia atacaba duro a la población española, también a la gijonesa, enseñoreándose con los cuerpos; elevando sus temperaturas; marchitándolos; tiñéndolos del rojo carmesí de la erupción. Y a veces, y eso era lo grave, matándolos. «La epidemia de todos los años», titulaba Tovar un 18 de enero de 1921 (el diecisiete cayó en lunes y no hubo periódico). Debajo, su fina pluma retrataba latas de leche adulterada, conservas en mal estado, quesos con gusanos y chorizos podridos. No era una exageración. Las heces de los piojos sobre los productos de primera necesidad, vendidos sin haber pasado previamente un control sanitario correcto, transferían la bacteria Rickettsia al ser humano, iniciándose, así, la infección de tifus.

Y, con ella, la epidemia. «Estamos en el siglo y el año de las adulteraciones», publicaba EL COMERCIO en 1893, desconocedor de que ese mal iba a prolongarse aún décadas. En los mercados se vendían embutidos de «carne de burro viejo», más barata que el cerdo, «de perro, de oveja y de diablos». La mala calidad era la norma. Hasta setenta y dos kilos de salchichón de carne de burro fueron requisados en una fábrica de embutidos de Barcelona casi cuarenta años después; aquí, en Gijón, los veterinarios del macelo municipal tenían su particular lucha contra las partidas de leche adulterada y los productos en descomposición.

Octubre de 1920: en El Natahoyo, el veterinario De la Puente decomisa varias vasijas deterioradas y dos latas de leche adulterada. Las multas van de 25 a 35 pesetas. En 1923, en pleno debate sobre las condiciones higiénicas de las mesas en las que se depositaba la carne en aquel lugar, se destruyen, en el mercado de Jovellanos, «por hallarse en malas condiciones, dos hígados y una gallina muerta; y, en la Pescadería, una langosta y veintitrés centollos». Son solo unos pocos ejemplos del pan nuestro de cada día. «Los artículos de comer, beber y arder no son lo que nos parece, ni lo que pagamos», se decía ya mucho antes de aquella denuncia gráfica de Tovar. Todo eso traía consecuencias. Y ninguna buena.

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