Manuel Álvarez-Buylla y Ramón Argüelles se estrechan la mano ante el busto de su antecesor Melquíades Álvarez.

«El amor a la familia y la unión de todos es su mayor legado»

Melquíades Álvarez. Su nieto Ramón y su bisnieto Manuel recuerdan la figura de un hombre muy influyente en su época que siempre buscó la conciliación

Lunes, 3 de noviembre 2025, 01:00

El amor a la familia y la unión de toda la prole, «un sentimiento que se ha ido transmitiendo de generación en generación». Ése es ... el legado más importante que Melquíades Álvarez ha dejado a sus descendientes. Lo aseguran dos de ellos: Ramón Argüelles, nieto del político y jurista, y Manuel Álvarez-Buylla, bisnieto y estudioso de su vida. En casa siempre fue para todos 'el abuelo', un hombre cariñoso pero rígido, generoso pero que también miraba por el dinero y amante de la conversación y de su querida Asturias. En una agradable y cercana charla que mantuvo EL COMERCIO con ambos, dibujaron el perfil de alguien que resultó incómodo para muchos, pero esencial para otros. «La historia no ha sido justa con él porque no ha sido veraz». Ha sido un olvido consciente, dicen. «El PP no le toleró porque era de centro izquierda y la izquierda nunca le perdonó que pactara con la derecha en la República».

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Político defensor de la democracia en tiempos difíciles, Melquíades Álvarez nació en Gijón en 1864, ciudad a la que siempre permaneció unido, pese a que sus compromisos profesionales le llevaron con el tiempo a Madrid. Llegó a ser presidente del Congreso de los Diputados durante la Restauración borbónica y en su faceta de jurista, decano del Colegio de Abogados de Madrid

Austero y necesitado en ocasiones y afortunado en otras. «La miseria estuvo siempre en su psique; no puede entenderse su trayectoria sin conocer la pobreza que vivió de niño», cuentan. En esa calle en la que nació, Mesón Viejo, que pasó a llamarse con el tiempo Melquíades Álvarez, pasó una infancia «difícil y triste» con la responsabilidad de cuidar a sus hermanos y ayudar a su madre tras la temprana muerte de su padre cuando él contaba solo 12 años.

Son muchas las anécdotas que atesoran sus parientes, pese a no haberlo conocido. Lo bautizaron al día siguiente de nacer, no le gustaba su nombre y de pequeño su apariencia siempre fue frágil y menuda. Pero resaltaban sus ojos oscuros y una mirada cautivadora. Esto llamó la atención providencialmente de un hombre que, tras ver al pequeño junto a otros niños recoger las monedas que se arrojaban al mar por la parte del rompeolas de Gijón, se fijó en él y decidió costearle los estudios. «Esa miseria le dio una lección de esperanza y la vida le regaló el milagro de ser alguien».

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Una factura y un Rolls-Royce

Desgranan recuerdos Manuel y Ramón. Este último, también nieto del político y filántropo Donato Argüelles, que fue alcalde de Gijón durante dos años. «Un hombre muy notable en su tiempo, moderado y conciliador, tertuliano, a quien le gustaba llevar a casa a comer desde gente de nivel alto a personas de escasos recursos económicos». Su nieto le recuerda, por lo que se cuenta en el seno familiar, su espíritu emprendedor, que le llevó a embarcarse rumbo a Cuba y a Nueva York «para hacer las Américas». Donato hizo mucho dinero allá, pero siempre fue «muy generoso y afable y sencillo también, cualidades que compartía con Melquíades.

Cuenta con mucha gracia Ramón Argüelles una anécdota atribuida a su abuelo Melquíades, y es que cuando ejercía como abogado llegó a ganar un pleito muy importante y al pasar la factura correspondiente al cliente en cuestión le pareció tan moderada que le regaló un Rolls-Royce para compensar, vehículo que posteriormente fue incautado por La Pasionaria. Cree Manuel que hay otra versión que se ajusta más a la realidad en la que el coche era un Graham-Paige y la donación provenía por otras cuestiones más pegadas a los honorarios pertinentes y posiblemente pagada por Telefónica. Sea como sea, la primera se cuenta en la familia en algunas reuniones entre amigos como prueba de su talante y de la suerte que, pese a sus penurias iniciales, le acompañó al final de su vida. Asimismo, cuando sale el abuelo en las conversaciones se narra otro hecho que da cuenta de su carácter y de sus orígenes. Al llegar la noche, subía al primer piso de la vivienda y tiraba por el hueco de la escalera la calderilla sobrante del día. El gesto que él un día realizó y le ayudó quizás hizo felices a otros niños años después.

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