Pepe Abad

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Pepe Abad
Pepe Abad celebra este domingo, 18 de mayo, los 60 años del Bariloche de Gijón desayunando con su mujer en Ezequiel. El señero café ... del Parchís cierra los domingos desde la pandemia y Abad se toma libertades como irse a Oporto la víspera a media tarde o coronar Pajares para estrenar el día en tierra leonesa y volver. Lo que guste hacer quien se levanta a diario a las 2.50 para tener todo listo a las 7, cuando abre la puerta del negocio, ganado está. Pepe Abad y Bariloche son una única e indivisible ecuación. Ojo, con fecha de caducidad.
–En primer lugar, enhorabuena por estos 60 años tan difíciles de cumplir en Gijón. ¿Por qué nos cuesta tanto sobrevivir?
–Porque no se cuida absolutamente nada. No se cuidan los negocios, las casas, las fachadas antiguas... Todo se tira y se vuelve a hacer. ¿Por qué? No lo sé. A mí me gusta mucho viajar y me encanta cuando veo cafés, tiendas, casas antiguas y en todos los sitios eso se cuida.
–Y luego está la falta de relevo.
–Yo tengo 58 años y ninguna de mis dos hijas quiere seguir. Conmigo acaba la saga hostelera. En otro lugar seguramente esto no se permitiría tirar o hacer otra cosa. Como local clásico, con estas columnas de hierro, este techo... pues debería preservarse. Este techo, por ejemplo, debería estar protegido. Para los moldes usaron botes de salsa de tomate, uno por uno. Me acuerdo del abuelo contándolo. El día que yo falte todo esto desaparecerá. En Gijón falta apoyo institucional a estas cosas. Hablo del Ayuntamiento, no de un partido concreto.
–Hombre, sus horarios animan poco a la continuidad.
–Los hijos no quieren seguir con cosas tan sacrificadas. Yo me levanto a las 2.50, a las 3.30 salgo de casa, llego a las 3.45, descargo, guardo el coche y empiezo a las 4. Monto la terraza, preparo los pinchos, hago tortillas y abro a las 7 con todo listo. Para cuando llega el personal a las 8 ya llevo cuatro horas funcionando. Tenemos un montón de gente al empezar el día porque cada vez hay menos negocios que quieran madrugar. Por no haber, ya no hay ni quioscos para comprar el periódico.
–¿No hay quioscos?
–Busca uno en el centro. Cuando éramos niños, ¿cuántos había? Fueron cerrando todos. Ahora no hay ni uno. Te vas a Madrid y es precioso con esos quioscos desplegados. Voy mucho a Oporto y también está lleno.
–¿Cómo puede ir a Oporto trabajando de lunes a sábado?
–A diario me voy a casa a las cuatro y media de la tarde. Si no tengo nada que hacer a las seis me voy para la cama. Mi día es eso. Pero desde la pandemia cerramos los domingos y la víspera me voy a las dos de la tarde, así que puedo estar en Oporto con mi mujer a las seis o siete, paseamos, cenamos y el domingo, después de desayunar, volvemos. Siempre paro en Oviedo a llevar flores a mi abuela Maruja al cementerio porque fue la que me crió (mi madre murió cuando tenía seis meses).
–¿Dónde le pillará este domingo el 60 aniversario?
–Estaré aquí porque hay fiesta en Madrid y habrá mucho trabajo el sábado. Pero nadie me quitará de desayunar en Ezequiel, en Villamanín, y volver.
–¿Sube Pajares, desayuna y vuelve?
–Así es, hago 200 kilómetros, ida y vuelta, para desayunar con mi mujer. O vamos a Ezequiel o vamos a mercados... Nosotros hacemos un radio de 500 kilómetros (Oporto, Madrid, Bilbao, San Sebastián). A mí me encantan los coches y me gusta conducir, así que desde que salimos en ruta ya estamos disfrutando.
–Es la tercera generación del negocio abierto por Benigno Fernández Gudín, la que lo hunde. ¿Cómo incumplió la tradición?
–Realmente soy el que más lleva. La cafetería se abrió en 1965 y yo llevo casi 40 años.
–Su abuelo, de La Caridad, vuelve de Montevideo, donde tuvo el bar La Luz. No cuenta con la diferencia del coste de vida y un día le cautiva una sastrería...
–Lo abrió con un socio, Piti, que al poco se marchó y ya se quedó Benigno con todo. Fue un local rompedor en 1965. Era lo más moderno que había. La clave es el local. Vayas a donde vayas, topas con él. Al Ayuntamiento, a la playa, al centro. El Parchís es la plaza principal y la ubicación es la clave.
–Si el servicio no fuera bueno...
–La clave también es el café Oquendo, que es la modernidad, nuestra base, el corazón del éxito. Tenemos productos de mucha calidad. Por ejemplo, nuestros cruasanes son de Balbona, el zumo de naranja te lo damos bien exprimido –el exprimidor tiene 60 años, Lomi, con motor General Electric y cuando me jubile me lo llevaré conmigo– y creo que la atención es buena, tenemos un personal muy amable.
–No hemos hablado de la segunda generación.
–Casi no hubo. Al morir Benigno estuvo mi tío al frente pero él trabajaba en Hidroeléctrica. Mi recuerdo más viejo es cuando tenía 8 años, haciendo el almacén con mi abuelo me corté un dedo con una botella. Aún tengo la cicatriz. Y luego ayudaba con el lavavasos manual. A mi nombre, el Bariloche está desde el 27 de octubre de 1992. Tiempo después reformé la parte de abajo íntegra y al picar las maderas de las columnas aparecieron las de hierro forjado que tenemos a la vista.
–¿Ha calculado las horas dedicadas?
–No, por Dios... Yo antes trabajaba diez, doce horas al día los siete días de la semana...
–¿Y no siente nunca cansancio?
–Cuando empecé, cogía una semana en mayo y otra en noviembre. Luego estuve ocho años sin vacaciones por un contratiempo económico con un constructor que se marchó con el dinero que le dimos para hacer una casa.
–¿Sin mella física o mental?
–No, de verdad que no. Yo vengo encantado a trabajar. Solo cogí la baja cuando rompí la pierna y otros accidentes que tuve en moto.
–¿Cómo es el cliente gijonés que observa tras la barra?
–Mayoritariamente, gente súper amable, con gusto por las buenas cosas, gente a la que le gusta tomar un vino, un café, la tertulia.
–¿Y el 'boom' turístico de Gijón?
–Si no lo regulamos, podemos morir de éxito. Es terrible porque si siguen abriendo franquicias, va a desaparecer el negocio tradicional, los precios de las casas empiezan a ser prohibitivos, la gente de aquí no va a poder vivir y eso es un problema muy grave. Podemos acabar colonizados por la gente de fuera y que desaparezca la esencia gijonesa. De hecho, está empezando a pasar. Habrá que ver cómo limitamos esto.
–Entiendo que su clientela es más autóctona, más fiel.
–Es un negocio más tradicional. También tenemos turista madrileño, pero recurrente, y muchos peregrinos a primera hora. Tenemos trabajadores por la mañana, de muchas franquicias de por aquí cerca, y luego sí, hay gente mayor, es un café de maduritos.
–Hubo un tiempo más juvenil del Bariloche allá por los 80...
–Sí, cuando yo empecé a trabajar fue más juvenil. Toda la parte de arriba eran jovencinos, algunos venían a darse el lote, pero eso desapareció. Yo hacía la vista gorda pero cuando estaba mi abuelo... ojo (risas).
–¿Qué le da el Bariloche a Gijón?
–Somos un clásico, formamos parte de la historia de Gijón. Vivimos mucha historia de esta ciudad, muchísima. Hemos conocido cantidad de personajes. Cuando es el Festival de Cine es raro que no te venga alguno. Cuando hay eventos deportivos... Todos los alcaldes han venido por aquí. El mejor, Tini. Todas las Corporaciones, desde Vox hasta Podemos.
–El premio a la fidelidad se lo llevó Corina Faes.
–Corina vino desde el día que se inauguró hasta que se murió con 101 años. Y la hija sigue viniendo. Era una mujer maravillosa.
–Otro barilochero ilustre es el poeta Miguel Mingotes, que terracea incluso en invierno.
–Miguel igual, un tío encantador, espectacular, otro personaje auténtico de Gijón, un clásico.
–Con tanta cristalera ve la vida de fuera. ¿Disfruta del meollo?
–Esta ubicación no tiene precio, tu trabajo está dentro, pero tienes tiempo a recrearte con lo que hay extra muros. Y ha habido situaciones estrambóticas. Hubo una época en que pasaba un travesti, llegaba al escaparate y abría la gabardina. Era muy simpático. Ves pasar coches especiales, motos, todos los desfiles y te entretiene. Y con el paso del tiempo ves cómo cambia la sociedad. Las familias pasando con sus hijos para ir a misa...; eso ahora no existe.
–¿Sigue la amenaza del serruchazo?
–Hubo ideas disparatadas, pero a estas alturas no me preocupo. Lo considero ya leyenda urbana.
–¿Hay intrigas políticas en su café? Cuéntenos algún cotilleo.
–Bueno, vi entregar sobres. No voy a decir quién, porque conocía al dante y al tomante. Pero lo vi de verdad. Por la forma y el tamaño era evidente que era un sobre con dinero.
–¿Más cosas curiosas?
–Hace años evitamos un atraco a Masev. Nos llamó la atención porque llevaban horas sentados en aquella mesa controlando la joyería y les llamamos. Avisaron a la Policía. Otra vez, a las once de la mañana, un domingo, llegan un chico y una chica con un colocón tremendo. No se conocían pero empezaron a darse besos, luego la cosa se puso más fogosa, él levanta la falda... Les pedimos que salieran y acabaron haciéndolo en la esquina de la puerta. No había manera de pararlos.
–Juega a la lotería su fecha de nacimiento. ¿Qué pasa si toca? ¿Nos quedamos sin Bariloche?
–Antes decía que no, pero creo que ahora sí, porque ya tendría lo suficiente para hacer lo que más me gusta, que es viajar.
–O sea que pese a su adicción al local contempla la vida sin él.
–Sí, hay otra vida después de esto. Yo vivo de esto, estoy encantado y de verdad que no me cuesta, me gusta mucho. Ahora bien, si tuviera los medios suficientes para vivir con holgura se acabó. La chifladura tiene un límite.
–Y si para fortuna de los gijoneses no hay premio, ¿hasta cuando tenemos café?
–No sé qué año me jubilaré. En septiembre cumplo 59. A los 67, a los 70... Sé que si falto probablemente el Bariloche ya no existirá. Habrá una franquicia u otra cosa. Porque el Bariloche realmente somos nosotros.
–Pues larga vida al Bariloche.
–Muchísimas gracias.
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