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Matías, de la mano de su mujer, María Fuego, su mejor apoyo. juan carlos román
«Con el cáncer cambié el porqué por el para qué»

«Con el cáncer cambié el porqué por el para qué»

Matías Somolinos ha aprendido a convivir con la enfermedad a fuerza de tesón y de confiar en la Medicina, pero deja claro que «ni somos guerreros ni esto es una batalla»

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Jueves, 17 de noviembre 2022, 21:59

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Estaba subido a una montaña rusa, literalmente, el día que notó un dolor punzante en la pierna que terminaría por cambiarle la vida. Matías, entonces con los 40 recién cumplidos, profesor de Historia e Inglés en el Colegio San Ignacio de Oviedo, con las mismas preocupaciones cotidianas que todos, disfrutaba en el Parque de Atracciones de Madrid junto a hermanos y sobrinos de un puente cualquiera, pero aquel de La Inmaculada de 2015 no iba a serlo. Hoy, siete años, nueve operaciones y cinco tratamientos diferentes después, con el segundo fémur de donante implantado, sin un riñón ni glándulas suprarrenales, Matías Somolinos (Gijón, 1974) es otra persona, alguien que valora muy bien cada segundo y que mira a la vida de frente porque tuvo que mirar también así al miedo, al dolor «más intenso que se pueda imaginar», a la muerte. Porque el latigazo en la pierna se convirtió en un «aquí hay algo preocupante, inquietante y tenemos que actuar con rapidez» que le dijo el traumatólogo y él repite como si lo llevara grabado a fuego, porque lo lleva, y terminó en un diagnóstico demoledor: «Carcinoma renal metastásico con origen en riñón derecho a fémur izquierdo, en estadio 4». El peor.

Ese día nació el nuevo Matías, aunque él estaba todavía lejos de saberlo. «Simplemente no me lo podía creer, esas cosas le pasan a otros. Lloré, me bloqueé, pero nos agarramos a una palabra: 'solución'. 'Vamos a ver la solución'. El médico me dijo eso y que el 90% de que las cosas salieran bien dependía de mí». Y empezó el proceso. Un proceso que Matías se niega a llamar batalla porque no se siente nada cómodo con ese lenguaje bélico que nos hemos empeñado en usar para hablar de cáncer: «No, no somos guerreros, pasamos por una enfermedad, y me molesta lo de la 'lucha'. Me parece una falta de todo hacia quienes no están aquí eso de 'perdió la batalla'». Tampoco le gusta que se responsabilice a los enfermos de su curación, y en ese sentido explica lo del «90% depende de ti» porque el cáncer no es precisamente un estado de ánimo: «Es importante entenderlo, a mí me salvó la Medicina y me salvó que no era terminal. No estaría aquí sin mi oncólogo, Emilio Esteban; sin Alejandro Braña, el traumatólogo que me diagnosticó; sin Ramón Abascal y Miguel Hevia. Gracias a ellos estoy vivo y tengo pierna, ponlo, por favor. Luego ya haber venido hoy caminando es otra cosa, ahí ya sí influye el trabajo».

Eso ha sido para él su recuperación, un trabajo titánico que empezó entrando en el quirófano y pasando su primer mes en el HUCA para trasplantarle primero el fémur y extirparle después el riñón dañado. Fueron solo las dos primeras operaciones. En este tiempo ha habido múltiples recaídas: el riñón que estaba sano, el tórax, el primer fémur implantado, el nuevo fémur lesionado... Matías lleva en el móvil un documento que llama muy gráficamente 'mi currículum' con las fechas de cada diagnóstico e intervención: «Es importante no olvidar, no vivir pendiente de ello, pero sí tener claro lo que nos ha costado llegar aquí».

Hablando en plural

Cuando habla en plural, que lo hace con muchísima frecuencia, se refiere al equipo sanitario del HUCA (médicos de todos los servicios posibles porque le tratan en Oncología, Urología, Nefrología, Endocrinología, Traumatología... pero también enfermeras, celadores...), a su numerosísima familia (tiene siete hermanos), a incontables amigos (a la fiesta con la que quiso celebrar su primera recuperación acabaron asistiendo cerca de 250 personas) y sobre todo y por encima de todo a quien, dice, más debe: su mujer, María, «la persona más positiva que conozco, la única capaz de dar la vuelta a la peor noticia y convertirla en una oportunidad, quien más me ha enseñado y quien me hace cada día tener presente aquello de Darwin de que en la evolución no sobreviven los más fuertes sino los que son más capaces de adaptarse al cambio».

Los cambios han sido su constante en estos años en los que ha tenido que aprender a convivir con el dolor extremo: «Al principio no lo aceptaba, me enfadaba muchísimo, llegué a pensar que no quería vivir así, entendí a quienes dicen 'no puedo más' porque yo estuve a punto». La suya es una historia de sacrificio larga y de «todos los días». «No fallé ni uno solo». Una rehabilitación titánica le mantiene activo y le permitió recuperar movilidad y caminar, aún ayudado por un bastón. Cuando empezó apenas se sostenía en pie, «un paso, cinco segundos andando eran suficientes». Y siguió: «A veces iba caminando por Viesques, cerca de casa, y paraban los coches a ver si necesitaba ayuda, imagínate cómo iría. Acabé subiendo a Bulnes. Y bajando».

¿De dónde sale tanta fuerza de voluntad? «Ni, idea, aún no lo sé, lo que tengo claro es que no tengo más que nadie, tengo la misma, es una cuestión de trabajarla». También con trabajo aprendió a «ser feliz de nuevo», a asumir al nuevo Matías «que no es ni mejor ni peor, pero desde luego es distinto», a «acoger el dolor y hacerlo parte de mí, a no verlo como algo ajeno».

«El cáncer me ha hecho una persona más empática. Cambié el porqué por el para qué. No puedes pasarte la vida pensando por qué te ha pasado esto, al final es mejor verlo como una segunda oportunidad, que mucha gente no tiene, así que, sí, puede sonar extraño pero me considero afortunado».

Con la ira no vas a ningún lado

Ahora quiere canalizarlo hacia los demás: «Me importa mucho dar un mensaje a otros enfermos y también a quienes no lo están y estoy muy empeñado en realizar una labor social, en ayudar». En aquella fiesta en la que reunió a tantos amigos recaudó 6.000 euros para la Asociación contra el Cáncer. Este sábado, en el Club de Regatas, hará otra con el mismo objeto y espera sobrepasar de largo la cifra. De momento ya no hay entradas, aunque sí una fila cero.

«Con la rabia, el odio, el rencor y la ira no vas a ninguna parte». Pero eso no quiere decir vivir con una «careta de felicidad» perpetua: «No hay que pelear contra la tristeza, tampoco dejarla que anide en tu cabeza, simplemente confiar en que se va a ir. Le decimos a un niño 'no llores que no pasa nada', pues, no, hay que llorar, porque sí que pasa, pero se irá».

  • Fila cero: Recaudación íntegra para la Asociación Española contra el Cáncer (AECC). (ES31 2103 7001 62 0030013177)

La última prueba, realizada hace apenas unos días, refleja que «todo está controlado». «Le hemos dado tanta caña al bicho que debe estar hasta los cojones». Y se ríe. Matías se aferra al sentido del humor, al deporte, a los suyos, a María. Siempre María: «A veces es más duro ser el cuidador que el cuidado, pero ella está ahí».

Ha tenido que abandonar una profesión que adoraba, pero ha redescubierto la cocina y la lectura, sigue estudiando para «no perder el inglés», cantando como Rosendo. Ahora, después de tanto sufrimiento le han diagnosticado un «estrés postraumático» que trata de doblegar con su tozudez y ayuda psicológica: «No hay que tener miedo a pedirla ni a decirlo». También con su fe: «A mí me ha servido mucho rezar, sentir que Jesús está conmigo, que me acompaña. A otros les servirá mirar las estrellas, ojo, no digo que tenga que ser así, pero a mí me funciona, especialmente rezar por los demás». Matías cree en Dios, sí, «y en los médicos y en mí». Le sobran las razones en su particular montaña rusa.

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