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La escalera 15, cerca de la desembocadura del río Piles, y el parque de Isabel la Católica eran lugares habituales de enterramiento de animales. E. C.
¿Sabías que...?

Un cementerio de animales en la playa de San Lorenzo

El secreto de la escalera 15. Uno de los puntos de encuentro de los gijoneses guarda baja su arenoso suelo un misterio que hoy estaría prohibido

Sábado, 25 de octubre 2025, 02:00

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Desde hace unos años para acá creo que ya no se pone, por aquello de no dar una imagen que no sea otra que pulcra y segura; pero todos recordaréis aquella señal bajita de peligro, prohibido bañarse, a la entrada del Piles en la playa, un poco más a la izquierda de los arcos del puente. A nadie se le escapa haber visto cuando llegaba el calor, por la putrefacción y descomposición de materia orgánica, una especie de natas deleitando a nuestro tímido mirar, unos espumarajos blancos abrazando el pedrero del Tostaderu. Le echamos la culpa a la suciedad que portaba el Piles por vertidos aguas arriba; a la conexión de los suministros de desagüe entre el parque y el río, y a que no estuviera en servicio la depuradora del este y el emisario apuntase hacia esta bahía.

Ahora bien, si les dijera que esa escalera 15 por la que todos los gijoneses pasamos, ya que es uno de los puntos de encuentro por excelencia en el municipio, guarda bajo sus arenosos horizontes un secreto nunca desvelado que hoy estaría prohibidísimo: ¿qué cara pondrían?

El Museo del Pueblo de Asturias o la Biblioteca Jovellanos, así como el que suscribe, conservan un valiosísimo documento, el Reglamento de Policía Urbana de 1888, que no es otra cosa que un manual a modo de ordenanza urbana de la época, con la regulación de todos los deberes, derechos y sanciones. El artículo 45 exhortaba a lo siguiente: «se sacarán inmediatamente del pueblo los animales que mueran en las casas y cuadras, y los encargados de la limpieza harán lo propio con los que hallen muertos a su paso por las calles o sitios públicos. Serán conducidos a los arenales de San Lorenzo, enterrándolos en las proximidades del río Piles, a dos y medio metros de profundidad, los caballos y cabezas mayores, y a dos metros, los perros y demás cabezas menores».

También se aprovechaba como lugar de enterramiento animal los terrenos lacustres o cenagosos que luego se desecaron para hacer el parque de Isabel la Católica, aproximadamente al comienzo de las rosaledas. Hasta aquí se carreteaban o arrastraban los caballos que morían en la plaza de toros o las mulas que tiraban de los tranvías.

¿Por qué en estas localizaciones? Pues porque, en 1888, esto era el extrarradio total, recordemos que, en 1921, el límite urbano sur y este eran las avenidas de Castilla y de la Costa. Resultan lógicas ya que la putrefacción de muchos animales juntos podía generar graves problemas de salubridad por enfermedades infectocontagiosas, hedor, mosquitos, etcétera. Hasta aquí el «Sabías que…» de hoy, lo dicho: que sepan lo que tienen debajo cuando jueguen ahí al voley.

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