«Cuesta no pensar que podrías ser tú»
EL COMERCIO comparte una jornada con los voluntarios de Cruz Roja
PABLO SUAREZ
Domingo, 19 de abril 2020, 01:10
Van a pasar varios meses hasta que pueda volver a encontrar trabajo y la verdad es que no sé cómo voy a salir de esta». La tristeza de la frase solo la supera el contexto que le da sentido. Flavio tiene 66 años y vino a España hace 20. Se encontró una construcción en estado de gracia. Fueron años buenos, todo lo que pueden serlo para el que no espera nada. Luego le pasó rozando la crisis del 2008 y la cosa empezó a empeorar. Hay vidas en las que no existe despensa y gente para la que un colchón solo tiene la acepción de elemento mobiliario. «Vivía al día. Me pagaban en negro cada jornada trabajada y con eso juntaba para el piso y lo básico». Cuando el Gobierno decretó el estado de alarma, Flavio estaba sin trabajo y había agotado el salario social. «Por lo menos tengo donde estar», dice en un tono frágil, de optimismo impostado.
Si el encierro puede ser ya de por sí complicado, en un sótano reconvertido en vivienda de dos habitaciones parece poco menos que insalvable. En un ambiente cargado, batamaniano, un par de bombillas sustituyen a la luz solar, que apenas se cuela un par de horas al día por una diminuta ventana. Un par de fotos de sus hijos adornan la entrada. Eso y el olor a suavizante que desprende la ropa recién lavada, colgada por el pasillo como bandera de la escasez. En esta situación, a Flavio no le quedó más remedio que pedir ayuda. Él, junto a otras 234 personas en situación de vulnerabilidad, son los usuarios a los que Cruz Roja facilita kits de alimentación e higiene para paliar las necesidades básicas. Es poco, pero suficiente cuando el único patrimonio restante es la dignidad. «Los casos como el de Flavio no son una excepción. Vemos cosas peores. Lo que nos pasa es que somos conscientes de que puede existir gente en esta situación pero muchas veces preferimos no enfrentarnos a ello. Este tipo de voluntariados te abren los ojos. Sobre todo porque es complicado no pensar que podrías ser tú», dice Aida Carballo, una de las encargadas de repartir los recursos casa por casa y quien reconoce abiertamente que, «algunas veces», sus jornadas de trabajo terminan en lágrimas.
«Me dais vida»
A la impotencia por la situación que los recibe en cada domicilio se suma el protocolo sanitario, que apenas permite a usuarios y voluntarios intercambiar un par de palabras desde el umbral de la puerta. Preguntar cómo se encuentran y depositar la caja en la entrada. «Me dais la vida», les dice Oliva, 81 años. El suyo es otro de los perfiles a los que da apoyo la institución, gente mayor que vive sola, a la que la pensión apenas les permite cubrir gastos y los problemas de movilidad les dificultan aprovisionarse. «El sueldo no me da para mucho, así que llamaron mis nietos, que estaban muy preocupados. Yo ya les dije que no hay de qué, que antes de que me mate el virus lo mato yo a él». Espera a los voluntarios con un barreño de lejía y desinfecta con esmero cada producto que extrae de la caja.
Flavio y Oliva son el primer y el último reparto de una jornada que empieza a las 9.30. Representan dos polos de vulnerabilidad en la crisis que viene. Uno, ha hipotecado su vida al trabajo y ve peligrar ambas. La otra, ha trabajado con la esperanza de un merecido descanso. Ninguno verá del todo cumplidas sus expectativas, si es que esa palabra no ha perdido todavía el sentido.