Borrar
El capitán marítimo de Gijón, Ignacio Fernández Fidalgo, en una fotografía reciente.

Ver fotos

El capitán marítimo de Gijón, Ignacio Fernández Fidalgo, en una fotografía reciente. JOAQUÍN PAÑEDA

Fallece Ignacio Fernández Fidalgo, capitán marítimo desde hace 26 años

Recordado por quienes le trataron como «excelente profesional, humilde y cercano», llevaba en el cargo desde su creación

EUGENIA GARCÍA

GIJÓN.

Miércoles, 5 de junio 2019, 00:48

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El capitán marítimo de Gijón, Ignacio Fernández Fidalgo (Gijón, 1956), falleció ayer por la mañana de forma repentina en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). Tenía 62 años y llevaba los últimos 26 en un cargo que inauguró él mismo. Murió, decían quienes le trataron, «con las botas puestas» y deja tras su marcha un gran vacío en el sector marítimo asturiano.

Fernández Fidalgo falleció a causa de un paro cardíaco. Había acudido al centro hospitalario de referencia para comenzar el tratamiento para un cáncer de hígado que le habían detectado hacía apenas un mes y que le había obligado a coger la baja. Lamentablemente, la medicina no llegó a tiempo para salvarle.

Moría ayer un lobo de mar embarcado desde hace veintiséis años en la torre de control de El Musel, desde donde, según sus allegados, capeó decenas de tempestades con una prudencia y bonhomía que le mantuvieron en el puesto más allá de los vaivenes políticos y le convirtieron, seguramente, en el capitán marítimo con mayor perpetuación en el cargo de España.

Nacido en Gijón el 11 de noviembre de 1956 e hijo de Aurelio Arcadio Fernández, procurador, y Carmen Fidalgo, sintió pronto la llamada salina de la mar y la siguió, tras finalizar sus estudios de Bachillerato en el Instituto Jovellanos, en la Escuela de Náutica, cuando todavía no era centro oficial y estaba ubicada en las dependencias de la fundación San Eutiquio, en Cimavilla. Allí se desveló como un «magnífico estudiante» que supo trasladar su aplicación con los libros a la práctica convirtiéndose en un «magnífico marino», en palabras de Ángel Caballero. Quien fuera práctico mayor del puerto gijonés estudió y navegó con Fidalgo, «marino por vocación sin lugar a dudas» que atesoraba un botín más valioso que el de cualquier corsario: «Desde joven poseyó de manera innata todas las cualidades que se puedan decir sobre alguien, tanto a nivel personal como profesional, y supo conservarlas durante toda su trayectoria».

Una que comenzó casi en el punto más bajo de un buque y finalizó en lo alto del puerto. Para no esperar a hacerlo como alumno, Nacho Fidalgo -así le llamaron siempre los amigos- se embarcó por vez primera de marmitón a bordo del 'Jovellanos'. Quería conocer el mundo de los barcos, dijo en más de una ocasión sobre aquella experiencia, y lo único que conoció fue la cocina.

Pero aquel impaciente joven tuvo tiempo más que de sobra para sentir las brumas marinas, primero como agregado del bulk/carrier 'Manuel Yllera' y una vez finalizados los estudios a bordo de diversos barcos de las compañías Campsa, Cepsa, Traginasa, Contenemar, Compañía Canaria de Navegación, Marítima Astur o Proas. Un consejo que siempre agradeció hizo que cambiase frecuentemente de barco y de compañía, por lo que durante los quince años que estuvo embarcado conoció portacontenedores, petroleros y casi todo artefacto con el que fuera posible navegar.

Que la vida en la mar es muy dura y los marinos mercantes pueden pasar varios meses o un año sin pasar por casa es algo que el propio Fidalgo reconocía en una entrevista en EL COMERCIO cuando ya estaba en tierra. «Es un mundo al que solo se puede acceder por vocación porque, si no, te desesperarías», admitía. Los vientos cambiaron para él, como para tantos hombres de mar, influidos por el matrimonio con la leonesa María Isabel González Ferrero y la paternidad. Conoció a su hija Isabel cuando ya tenía mes y medio y durante un año solo la vio tres días, por lo que aprovechando el cierre de una naviera para la que trabajaba y la Ley de Puertos del Estado y de la Marina Mercante de 1992, que encomendó la gestión marítima a la administración civil, no dudó en ajustar sus velas y navegar hacia puerto firme.

«Harto de la mar nunca se queda», aseguraba, pese a pertenecer desde hace casi tres décadas, por oposición, a la Administración Marítima Española. Por aquel entones, Rafael Lobeto Lobo era director general de la Marina Mercante. Ayer recordaba, «tratando de no llorar», cómo le pidieron que «ayudara a Nachito, que estaba estudiando». «Me reuní con él en su casa del centro de Gijón y cuando acabó la carrera y tras años de navegar conté con él para las capitanías marítimas que estábamos poniendo en marcha». Así, tras apenas medio año como inspector en Motril fue nombrado primer capitán marítimo de Santa Cruz de Tenerife. En septiembre de 1993 repitió honores, esta vez en el puerto de su ciudad natal, «la meta más alta que puede conseguir cualquier marino perteneciente a la administración y lo máximo para un gijonés», decía entonces.

Fue «un pionero» en un momento en el que «no teníamos ni locales ni coches ni teléfonos». «Tiene mucho mérito haber llevado aquello a la situación actual, con una plantilla consolidada, inspectores, mejoras en las condiciones de seguridad y la lucha contra la corrupción...», valoraba Lobeto Lobo.

Era además «un tipo muy asequible», un auténtico «paisano». Según Josito Pérez, secretario general del sector marítimo de UGT que coincidió con él en la torre de Gijón, fue «un hombre de consenso, que trataba de mediar en caso de conflicto para solucionarlo de la manera menos traumática y que protegía a su gente».

En Capitanía Marítima estaban profundamente apenados por perder a una persona «totalmente campechana y humilde» en palabras de Santiago Torre, jefe de Servicios de Asuntos Generales. Coincidía con él el exdirector de la Escuela de Marina Civil Rafael García, igualmente consternado por el fallecimiento de un capitán marítimo y, ante todo, un amigo «afable» que vivía entregado a un puerto de Gijón que echará de menos el rugido del tubo de escape de su sempiterna moto. Su funeral tendrá lugar mañana, 6 de junio, a la una de la tarde, en la iglesia de San Julián de Somió.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios