PALOMA UCHA

Javier Arjona

Activista en la solidaridad internacional. Minero jubilado, forma parte de la directiva de Soldepaz Pachakuti y ha recibido el premio 'Juan Ángel Rubio Ballesteros'. Es coautor del libro 'Rebeldes sin tierra'

Hay personas que por una serie de circunstancias cuentan en su biografía con dos fechas de nacimiento. Casi siempre tiene que ver con la existencia de algún percance más o menos grave, pero excepcionalmente también existen otras razones.

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Javier Arjona, por ejemplo. Llegó al mundo en Jaraíz de la Vera, en la provincia de Cáceres en 1956, en una familia de trabajadores del campo, y creció en ese mundo de lo rural, formándose con una beca en estudios profesionales relacionados con el campo, conociendo de cerca, con los suyos el trabajo y los esfuerzos, tanto en Jaraíz, como en Trujillo o en Moraleja, la situación de los medieros, las experiencias de cultivo en regadío. Pero sería dieciocho años después cuando comenzaría a fraguarse ese segundo nacimiento, el de la conciencia social. En ello tuvo mucho que ver un norte con el que nunca había contado. Fue en la mili, en la que coincidió con mineros asturianos que le hablaron del trabajo duro, pero bien remunerado, en el interior de la tierra, y en esa promesa abandonó el campo donde habían transcurrido sus primeros años y se trasladó a la cuenca minera, a trabajar en el pozo Sotón. La negrura de las profundidades tuvo, sin embargo, una epifanía de luz, porque de la mano de los mineros descubrió que en mitad de la oscuridad, las dificultades y el sufrimiento, surgía la solidaridad, el poder de la unidad, la capacidad de la reivindicación y la búsqueda a toda costa de la justicia.

En el rostro de Javier Arjona, reconocible bajo su sempiterna gorra, con la blancura de una barba que ha ido acusando el paso de los años, la experiencia acumulada y también el dolor del que ha sido testigo han ido dibujándole en el rostro el mapa de la esperanza irreductible. En algún lugar, al otro lado de esa mirada que escudriña y escucha, habitan las certezas que le permiten seguir creyendo en el internacionalismo, en que la sinrazón no sabe de fronteras y es posible alzar la voz por cualquier rincón del mundo. También en algún lugar enraizado en las manos acostumbradas a la dureza de la mina de la que ya se ha jubilado, habita el bálsamo que le permite curar las desilusiones inevitables, para seguir creyendo que más allá de las decepciones que procuran quienes llegados al poder traicionan ideologías, está la gente que padece, por quienes hay que seguir peleando.

Sus viajes a Latinoamérica y su conocimiento sobre el terreno de las necesidades y de las injusticias lo llevaron a trabajar durante varios años en Nicaragua con las brigadas, enseñando sus conocimientos en Agronomía. Eran los primeros años del triunfo sandinista, cuando parecían posibles tantas cosas y entre la gente el deseo de aprender le resultaba sorprendente. Allí le tocó la guerra, la presencia de la contra, los fusiles, la lejanía de la familia. Puede que también allí se vacunara contra la decepción, y afianzara su convicción de que no hay espacio para rendiciones cuando lo que se persigue está por encima de cualquier sentimiento de derrota.

Javier Arjona es una figura clave en la creación de los Comités de Solidaridad con América Latina, de Soldepaz Pachakuti, participa activamente en cualquier iniciativa que tenga que ver con cualquier lugar del mundo en el que la justicia pueda estar en peligro, buscando siempre la transformación social, cultural y ética, acompañando los movimientos populares, y ha hecho de la causa palestina parte de su vida, que por cierto se vio amenazada por ello. Siguen tirándole los orígenes y dedica parte de su tiempo al cultivo de su huerto, al contacto con la tierra, y no pierde de vista las palabras de Galeano sobre la utopía que abraza sin ninguna duda, porque, aunque como el horizonte siempre se mueva cuando avanzamos hacia ella, sirve para eso, para seguir avanzando.

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