José Miguel Fernández 'Chechu': «La coña marinera de Gijón es como los genes de los tigres o los leones»
«La ciudad siempre ha estado peleando por su prosperidad desde fuera del poder. Y en esa lucha el carácter juega en contra»
Allá por 2003, José Miguel Fernández 'Chechu' (Gijón, 1942) ganó el Premio de Poesía Festiva del Ateneo Jovellanos con un libro corto, e ingenioso, titulado ' ... Gijón: 20 siglos de coña marinera', reeditado ahora con anexos; el principal, dedicado al Sporting. Histórico del sector siderúrgico (Uninsa, Ensidesa, Aceralia, Perfrisa), quien fuera presidente de los Antiguos Alumnos del Instituto Jovellanos lleva toda la vida diseccionando Gijón, su paisanaje y esa vena humorística que nos singulariza. De ello hablará el día 7 en la Escuela de Comercio (19 horas).
–¿Cómo definiría nuestra ciudad alguien tan gijonés como usted?
–Una ciudad muy abierta. Casi todos los pueblos que tienen mar son abiertos. Ahora la gente viaja mucho, pero de hace 60 años para atrás estaba mucho más pegada al terreno y los puertos acogían con facilidad. Gijón es una ciudad que absorbe bien a la gente y eso es una cualidad buena.
–Habla en su libro de nuestra coña marinera. ¿De dónde nos viene? ¿Del mar, de Cimavilla, de los cilúrnigos?
–Yo creo que son varias cosas. Además del carácter abierto de los pueblos del mar, la coña la da la antigüedad como pueblo porque eso penetra en los genes. Como los tigres o los leones tienen una manera de comportarse genética, los pueblos antiguos tienen ese poso, que es el que en nuestro caso origina la sorna, la ironía y la templanza en cuanto a la reacción. La coña marinera viene de ahí.
–Parece mentira cómo condiciona tanto el salitre...
–Es el salitre mezclado con algo más porque salitre lo tienen el cántabro y el gallego. Y nunca tuvimos buena relación con Cantabria. Siempre hubo, en cambio, gran admiración por Bilbao. Gijón siempre se quiso parecer a Bilbao. El patrón de Gijón es San Pedro, pero la patrona que se festeja es Begoña, a la que invocan los marinos vascos. Y hay cosas que no da el mar y hacen una mezcla que está un poco por analizar.
–Tuvo la valentía, y la audacia, de condensar en 2003 veinte siglos de coña marinera de Gijón ¡en 60 páginas! Y en verso.
–Es un libro hecho por casualidad. Una vez, yendo la senda del Arcediano, me dijo un amigo 'oye, salió una convocatoria de un premio de versos sobre Gijón'. ¿A que no tienes c... para presentarte?' Miré las bases y me presenté. Fue totalmente azaroso. Yo soy muy aficionado a la historia y todo me suscita curiosidad. Había leído atentamente el libro de Luis Suárez sobre Gijón, creo que el más importante sobre nuestra historia. Y al hacer mis versos cogí hitos como la quema de Gijón, la Reconquista, muy perjudicial para nuestros intereses porque se perdió protagonismo... Y luego ya en los años 50 son vivencias casi personales.
–Su libro, premiado por el Ateneo Jovellanos, se reedita ahora con anexos. No venía oportuno hablar del Sporting en 2003.
–La cosa estaba jodida. El Sporting estaba en riesgo de desaparecer y puso perras Fernández. Yo creo que hay una injusticia histórica con él. Estoy cansado de oír «Fernández vete ya» y él fue el único que puso dinero. La gestión, eso sí, fue malísima, pésima, horrorosa. Luego al final el hijo hizo un magnífico negocio.
–Borja Jiménez ha traído la alegría que le faltaba a Garitano...
–Sí, creo que era buen entrenador, pero muy triste. Cada vez se le da más importancia al aspecto psicológico. Por ejemplo, Javier Clemente para mí era un fenómeno, que consiguió que el Bilbao ganase dos ligas. Y este chaval de ahora es un experto en psicología. Contra el Zaragoza hizo una cosa sorprendente cuando quitó a Gelabert, pero qué bien le salió.
–Vayamos a las coñas de su libro. Un servidor quizá se quedaría con la de Manquín...
–Es que Manquín iba para diplomático. Era muy habilidoso, aunque no precisamente para hablar.
–Luego está lo de «ir a ver la ballena» para librarse de plastas.
–Yo lo utilicé siempre. Ahora está un poco en desuso, pero en mis tiempos se decía mucho.
–Se remonta a los cilúrnigos, maravilloso gentilicio poco usado.
–Es una pequeña joya porque es una palabra bonita, define nuestros orígenes, tiene mil atractivos y está completamente perdida. Cuando hice el libro mucha gente me preguntó de dónde había sacado a los cilúrnigos como si me los hubiera inventado. De ahí que en cierta manera sea un libro histórico. Pues las cinco o seis cosas que yo puedo contar de Gijón mucha gente no las sabe. O sea que transmite unos 'básicos' oportunos y quizá generen la curiosidad de ver qué hay detrás de ellos.
–Pelayo no quería que Munuza se casara con su hermana Adosinda. ¿Visualiza la engarrada?
–(Risas) Nunca lo había pensado. Fíjate cómo somos aquí de liberales que la estatua de Pelayo está a cien metros de la calle de uno que podía haber sido su cuñado. Y mira que cuando huyó con sus huestes no salió vivo de Asturias. Según las crónicas, los mataron a todos en Santa Eulalia. No le perdonamos lo de Adosinda.
–Pone estrofas a la quema de Gijón del siglo XIV por orden de Enrique III de Trastámara. ¿Quemaría algo de ahora?
–Yo creo que bastantes cosas, pero no me lo había planteado. También en el siglo XX se cargaron San Pedro, un mercado que había en el Parchís...
–O sea que salimos malparados demasiadas veces.
–Diría que el espíritu gijonés tiene tres características: se discute todo, se lucha abiertamente para conseguir las cosas y luego se consiguen. Gijón siempre lo tuvo muy difícil. No ha tenido los centros de poder. Con la Reconquista pasó a Oviedo y unos siglos después, a la Universidad. Corte, Iglesia y Universidad estaban en Oviedo.
Jovellanos y Garciona
–Teníamos a Jovellanos.
–Y lo padeció. Hay escritos y cartas de la Universidad y el Episcopado a Jovellanos de vergüenza ajena, como cuando planteó lo del Instituto de Mineralogía. Hay un escrito del Obispado diciendo que en qué cabeza cabe que un pueblo marinero pretenda ponerse a hablar de minas. Gijón siempre ha estado peleando desde fuera del poder por su prosperidad. Y todavía ocurre hoy día.
–Garciona, Mariano, Manuel Meana 'el Aldeanu', Manquín... ¿Con qué personaje se queda?
–Garciona era una gran fuente de anécdotas, como la de los polvorones. Un día uno le dijo: «Oye, García, hago unos polvorones buenísimos. ¿Quies vendémelos? Ah, sí. Pasó el tiempo y García no respiraba. «Oye, García, ¿qué tal los polvorones?», le preguntó un día. «Muy buenos». «Bueno, ¿y la pasta?». «La pasta finísima». Luego está la de Turraína, el camarero del bar Argüelles. Un día llegó García tras estar sin dormir toda la noche y le dice: «Un quinto». Luego pide otro y otro hasta sumar seis quintos en la barra. Cuando se va sin pagar, le dice Turraína: «Oye, ¿qué hago con los quintos?». «Que rompan filas».
–Y luego están los de Cimavilla, que dan para un tomo aparte.
–Recuerdo cuando hacían aquí cucañas en el muelle interior e iban casi todos disfrazados. O cuando los patrones de pesca eran importantísimos porque de su instinto dependía que en Cimadevilla se pasara hambre o no. Se pescaba a ojo. Son gentes muy especiales. Y sus motes, fascinantes, como aquel que leyó en el periódico 'casáronse' sin acento y le quedó para siempre Casaronse.
–Molinón, Escalerona, Solarón, Letronas, Tallerón, Iglesiona, Plantona... ¿Qué pasó con el Kilometrín? Probe.
–Sí, probe. Pero también funcionamos a la inversa. O vamos al 'on' o al diminutivo, como calcetín, entonces decimos calceto. Hay que llevar la contraria. Ahora tenemos la franja litoral de seis metros canijos que se va a habilitar en Naval Azul. Una vez consolidada, habría que llamarla a 'La Franjona'.
Tampoco ye pa ponese así
–Y siendo tan 'on', cómo explica que para Madrid somos 'in'.
–Me lo explico en parte por lo mismo que digo de la antigüedad del pueblo que te da tomarlo todo con socarronería. Cabronadas como la estación, el metrotrén, el vial de Jove o un montón de cosas más en otros sitios darían lugar a protestas contundentes... Pero la gente de Gijón es muy moderada y políticamente eso es malo. Si no hay reacción fuerte, no te hacen caso. Ahí tenemos un defecto. Hay una falta de consideración hacia esta tierra y tomar las cosas con templanza es un defecto. Carácter no nos falta, pero igual lo enfocamos al vivir o la coña marinera en vez de ponernos serios. Alguien dice «tampoco ye pa ponese así» y eso es demoledor. Ya la jodiste.
–¿Tiene receta ante tanto fiasco?
–Está en los genes, la gente funciona así. Se ve hasta en el fútbol. Aquí la afición siempre fue mucho más moderada que la del Oviedo, mucho más chillona. Somos más plácidos, más contemplativos, más relajados.
–Resumidos veinte siglos, ¿aventura los próximos veinte años?
–Desde el punto de vista global, de la humanidad, estamos en crisis. No puedo estar más de acuerdo con el coreano (Han), que está dando la voz de alarma por esa forma de vida que llevamos. Yo cuando tenía nueve o diez años a lo mejor me encerraba en el baño con una pelota y hacía virguerías desarrollando la imaginación. Y la IA es un instrumento peligrosísimo e incontrolable.
–¿Y Gijón?
–Gijón tiene futuro. Siempre tuvo a favor unas condiciones naturales espléndidas. Un profesor de Geografía decía: «Gijón debe el mar a Dios y todo lo demás al mar y a Jovellanos». Y estaba bastante acertado. Luego tiene una rasa costera como pocas en Asturias. Tiene todo para progresar. El parque tecnológico es un éxito. Ahí se factura muchísimo. Si no hay interferencias, la Universidad Europea va a venir y también Quirón, con lo cual va a haber un potencial importante.
–Y el turismo...
–También empieza a notarse, un tema que genera debate. Pero, en definitiva, tenemos punch.
–Y los oricios a 24,90 euros. ¿Nos hemos vuelto locos?
–Yo los compraba a paladas. Aprendí a comerlos con mi padre, que cogía una andarica y era como un taxidermista, porque estaba hora y media con ella. Tenía tal paciencia que también hacía paté con los oricios cuando no existía Agromar. Con esos precios de ahora nos han jodido.
–Siempre nos quedará la sidra...
–La sidra mejoró mucho, hoy casi toda es buena. Antes se bebía buena nada más que en el centro de Asturias. Y ahora, que es patrimonio de la Humanidad, deberían echarle un poco de cuento. Es tan barata que algunos restaurantes no tienen interés en ofrecerla. Eso es un fallo. Tiene que haber sidrerías como las de ahora y otras que tengan un paisano bien uniformado echando la sidra y cobrado ocho euros la botella.
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