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Sábado, 10 de noviembre 2018, 21:18
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Hoy, como un sábado más a la hora de comer, Amador Fernández cerraba con llave Cornión, sin que las almas que paseaban por la calle de la Merced notasen nada extraño. Pura rutina, pensarían, cuando ante sus ojos ocurría algo extraordinario. Cornión, desde su nacimiento en 1981 librería y galería de arte, se despedía, de forma discreta, del primero de los negocios. Que no cunda el pánico: la galería no solo permanecerá, sino que pronto renacerá multiplicada en metros y altura. Pero el ávido lector que desde hace casi seis décadas apuraba la cuesta para saciar su hambre de letras –antes de Cornión fue, durante veinte años, la librería Atalaya– perdió ayer uno de sus más apreciados refugios. La literatura dejará espacio a otras artes. A pintores y escultores que crecieron y, también, hicieron crecer el buen nombre de Amador.
Él, al cumplir los 65, ha tomado la decisión de emprender un camino más tranquilo, de abrazar «una ocupación que no sea una esclavitud». Pero que nadie se confunda. «Tampoco me apetece que todos los días sean domingo», advierte. Tanto él como su mujer, Isabel de la Rosa, y su hija Elsa, más que preparada para recoger con fuerza el testigo, se dedicarán en cuerpo y alma a una galería para la que ahora se abre «un mundo de posibilidades».
Aún queda trabajo. Hay que darle un lavado de cara a la planta de abajo, donde permanecerá el almacén y la actual sala de exposiciones, que a partir de ahora servirá para acoger las muestras más íntimas o para presumir de los fondos de galería. Arriba, los libros darán paso a un nuevo espacio, que «será impresionante», y tendrá capacidad para recoger el guante ante los desafíos de gran formato.
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