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Luis Díaz, en uno de los trenes expuestos en el Museo del Ferrocarril de Gijón. DAMIÁN ARIENZA
Un nómada del ferrocarril

Un nómada del ferrocarril

El perfil ·

Tras pasar por terminales de media España, se ocupó de gestionar la estación de Gijón veinte años

POR PABLO SUÁREZ

GIJÓN.

Domingo, 10 de junio 2018, 03:48

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La historia y el desarrollo de Asturias no podrían nunca explicarse sin el ferrocarril. En la región han estado siempre presentes los vagones, las máquinas y las vías que, durante muchos años, fueron el principal lazo de unión con el exterior de la región. Por eso, no es de extrañar que con apenas cinco años Luis Díaz (Puente de los Fierros, 1946) ya jugara en la estación de ferrocarriles mientras esperaba a su padre, jefe de estación.

Con esa infancia, a nadie le sorprendió que una vez cumplida la mayoría de edad Díaz se alistase como militar en Ferrocarriles y se desplazase a trabajar a la estación de Cuatro Vientos para después comenzar una sucesión de destinos que tendría como primera parada la estación de Barcelona. «Allí llegué el 7 de julio de 1964», recuerda Díaz.

DATOS BIOGRÁFICOS

  • Origen Nacido en Asturias, Díaz pronto tuvo que emigrar a otras ciudades para continuar su formación como ferroviario.

  • Trayectoria León, Irún, Barcelona, Zaragoza o Veriña son algunas de las estaciones por las que pasó Díaz a lo largo de su carrera.

  • Pasión Díaz nunca concibió otra forma de ganarse la vida. «Para mí, ser ferroviario fue lo más», dice.

La Barcelona elegante y cosmopolita de los años 60 fue la ciudad en la que realizó sus primeras prácticas. «Al principio, mi función era la de emitir billetes, realizar facturaciones o tomar nota de las incidencias de cada tren», rememora sobre su corta etapa en la ciudad condal, desde donde al año siguiente se trasladó a Zaragoza, concretamente a la misma estación norte que hoy en día recibe varios AVE al día. «En aquella época nada se sabía de la alta velocidad. Los trenes eran de vapor y circulaban a no más de 40 kilómetros por hora», cuenta quien, para volver a casa en los días de descanso afrontaba un viaje de más de 25 horas. «Todo eso sin móvil. Imagínese. Y encima llegabas negro por el carbón».

«Cuando yo empecé, los trenes de vapor apenas superaban los 30 o 40 kilómetros por hora»

Tras pasar por otras tres estaciones, «porque la única manera de no estancarte era ir rotando destinos», Díaz se vio con la experiencia necesaria como para optar a un puesto de mayor responsabilidad, por lo que decidió apuntarse al curso de factor de circulación, un cargo superior al que en aquel momento ostentaba y que implicaba una mayor responsabilidad. «El factor de circulación era el encargado de ir haciendo los cambios en las vías, y gestionar la fluidez de los trenes. Implicaba trabajar jornadas de doce horas en las que era importante no perder la concentración», explica el ferroviario, quien desechó la oportunidad de ser maquinista. «Al final acabe descartándolo porque, aunque los horarios fuesen mejores, siempre preferí la vida de la estación».

A Díaz se le ilumina la mirada cuando habla de trenes. Tal es su adoración por estas máquinas que a día de hoy sigue acudiendo al Museo del Ferrocarril de Gijón cada vez que se inaugura una exposición. «Para mí, ser ferroviario es lo más», asegura.

«La estación de Gijón fue durante mucho tiempo de las mejores de España»

Precisamente en ese espacio que hoy alberga el recuerdo de un pasado entre vapor y carbón, Díaz trabajó más de veinte años como jefe de estación. «Tuve la suerte de estar en Gijón desde 1982 hasta que me jubilé en 2007», cuenta. Una lugar privilegiado desde donde pudo asistir en primera persona al desarrollo imparable del sector en aquellos años. «La estación de Gijón era lo mejor que había en aquella época en España. Gestionábamos un montón de líneas y las instalaciones eran magníficas», alude quien recibió con profunda tristeza la mudanza hacia la terminal norte, en el barrio de El Humedal. «Era más moderna y más amplia, pero yo prefería la del museo, la original», afirma.

Durante esos más de veinte años en casa, Díaz pudo por fin disfrutar al completo de su familia y de su gran pasión: el ferrocarril. Un amor que mantiene intacto a día de hoy, cuando pasea junto a su nieta por los últimos vestigios de aquel Gijón de finales del siglo XIX. «Trabajé mucho, pero nunca nadie me podrá quitar la gente que conocí gracias a los trenes y la satisfacción de haber trabajado en lo que siempre me gustó», afirma.

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