¡Menudo regalo!
A una historia ocurrida una década atrás se debía el abundante donativo recibido en una modesta parroquia asturiana
Martes, 15 de noviembre 2022, 00:33
Si no lo veo, no lo creo. Apunten: un «magnífico vestido de terciopelo bordado en oro con manto de tisú de plata, una soberbia corona ... de plata sobredorada, y otra del mismo metal también dorada para el Niño» -porque lo anterior era la vestimenta de una virgen: la del Carmen-; «una cadena de oro y un cinturón de plata, y unos hermosos pendientes de brillantes de gran valor». Y aún más: candeleros de metal dorado, un crucifijo del mismo metal; un misal con atril, platillo y vinajeras de plata; sabanillas de altar; tres albas «de finísima batista»; una casulla y capa pluvial de terciopelo negro y bordadas en oro... y todo eso con destino a la modesta parroquia de Pesoz. Con una historia, claro, detrás; una tan novelesca que en días como estos, pero de hace 125 años, llegó a Gijón por medio de las páginas de EL COMERCIO. Sucedió que, allá por 1884, el párroco de Pesoz se trasladó a Madrid por cierto asunto, sirviendo temporalmente en la iglesia de San Ginés.
Allí lo había conocido cierto conde, casado con otra cierta marquesa, «y a sus hijos», los de ambos, «entre estos al primogénito de la familia, pequeñuelo entonces que no conta más de cinco años». Fue tal la amistad generada que el matrimonio, con cierto mohín de capricho, rogó al cura que fuera su capellán particular. «A ello se negó rotundamente: el modesto párroco prefería las montañas, la iglesia humilde y el bienestar tranquilo de su aldea al bullicio y las comodidades y galas de la Corte», dice EL COMERCIO.
Accedió, eso sí, a decirles cada día misa particular, que viene a ser casi lo mismo. Un día, con «agitación profunda y mortal congoja», la duquesa le pidió que le recomendara «algún santo milagroso a quien pueda encomendar la salvación de mi hijo», gravemente enfermo. «Señora, en Asturias se venera a muchos santos que tienen fama de haber hecho grandes milagros», contestó el religioso, decantándose por la virgen del Carmen. «Que viva mi hijo dentro de 12 años, y yo prometo dotar a la parroquia de usted de todo (...) para el mayor esplendor del culto», prometió la doña. Y vivía, vivía, vive Dios. O eso contaron.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión