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Estado en el que quedó parte del monte tras el incendio del 22 de octubre. Damián Arienza

«El Monte Areo es testimonio arquitectónico y espiritual»

33 elementos tumulares. El arqueólogo Miguel Ángel de Blas detalla los yacimientos encontrados entre 1990 y 1997 en este lugar afectado por el fuego

Lunes, 3 de noviembre 2025, 07:37

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El grave incendio del Monte Areo el miércoles 22 de octubre mantuvo en vilo a todo Gijón. Fueron 40 hectáreas las que se quemaron en lo que, según confirmó la investigación a cargo del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil, fue un suceso provocado. El lugar ha sido testigo de numerosos episodios como este. Pero, más allá de la atención que producen estos tristes acontecimientos, es uno de los lugares arqueológicos «más singulares del norte peninsular».

Entre el pasto y la maleza se conserva una de las concentraciones de monumentos funerarios más importantes de la costa cantábrica. El Monte Areo posee 33 túmulos. «Es una gran expresión arquitectónica, cultural y espiritual por parte de las primeras sociedades campesinas de nuestra historia», explica el arqueólogo y catedrático de Prehistoria en la Universidad de Oviedo Miguel Ángel de Blas, quien participó en estos hallazgos descubiertos en el monte entre 1990 y 1997.

Miguel Ángel de Blas. Álex Piña
Imagen - Miguel Ángel de Blas.

«En el Monte Areo están prácticamente las pruebas más antiguas disponibles hoy de la actividad agrícola, así como del cultivo del trigo y de cereales», señala. Además, centrándose en los ritos fúnebres, hay una propia evolución en el Monte Areo, que comienza desde el año 4.300 a. C. hasta el año 3.000 a. C., aproximadamente. «Hay casi 2.000 años de uso de este espacio tan singular, que ha sido utilizado como enclave de referencia espiritual entre las poblaciones campesinas», explica.

El estudio de los túmulos ha permitido reconstruir un desarrollo arquitectónico. En las fases más antiguas, aparecen estructuras de madera y de tierra, como es el caso del llamado Monte Areo XII, donde hallaron los restos de una cabaña de roble. El hallazgo sorprendió a de Blas y los arqueólogos que con él investigaron los monumentos. «Por aquel entonces, se usó como una estructura ritual, una 'casa de muertos', podríamos decir, que tras haber cumplido su misión, fue quemada, destruida y sellada bajo el túmulo», indica el catedrático. «Un caso único en la Península Ibérica», afirma.

Pasado el tiempo, siglos después, entre los años 3.900 y 3.700 a. C. esta estructuras se fueron transformando. «Lo que se empieza a ver en su interior es que hay una cámara de piedra. Una estructura de piedra grande, con bloques verticales y techados con bloques horizontales, el dolmen que conocemos».

Yacimiento arqueológico en el Monte Areo. E. C.

Lo que sigue siendo un misterio hasta el día de hoy son los muertos que ahí dentro se velaron. Los suelos ácidos del monte impidieron la conservación de restos humanos. «No se pudo determinar si los enterramientos eran colectivos o reservados a individuos destacados», afirma de Blas. «Nos gustaría poder saber si eran tumbas colectivas o selectivas. Si se enterraba a todos los miembros de la comunidad o solo a personas destacadas de la misma», añade.

Paradójicamente, fue un incendio acontecido en el año 1989 en el Monte Areo lo que permitió a los arqueólogos identificar varios de los túmulos que estaban escondidos entre la maleza. «Nos dio una oportunidad única de verlos», recuerda. Porque el verdadero enemigo de estos yacimientos es «el ser humano», asegura de Blas. «Es más peligroso una persona que decide plantar pimientos y arrasar el túmulo para convertir esa superficie en una huerta, por ejemplo».

Aunque son 33 monumentos funerarios los que se descubrieron en la década de los noventa, de Blas confía en que «hay muchos más». Pero, ¿habrá futuras excavaciones? «Eso lo decidirán las generaciones venideras», sonríe. «Nosotros hicimos nuestra parte. Quizá dentro de mil años otros arqueólogos vuelvan a trabajar en el Monte Areo. Los túmulos seguirán esperando».

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