«En Nochevieja llegamos a vender hasta 10.000 churros»
Bar Churrería Rías Bajas. El hostelero Pablo Carrera dice adiós a uno de los chigres más antiguos de Ceares, por el que pasaron Quini y Churruca
Ceares guardó en sus entrañas hasta junio uno de sus tesoros más codiciados: los churros del bar Rías Bajas. Ellos convirtieron este lugar en una meca para la clientela en fechas señaladas como Nochevieja, el día de Reyes Magos e incluso los fines de semana en los que el frío invernal tomaba protagonismo. Detrás del negocio está Pablo Carrera, quien deja el negocio, tras 21 años al frente, a causa de un problema de salud que le impide continuar.
Pero la historia de este emblema del barrio situado en Ramón y Cajal 62 comienza mucho antes: el 8 de septiembre de 1969. En esta fecha su padre, Alisinio Carrera, abrió el bar junto a su esposa, Orencia Blanco. Naturales de Ponferrada, se mudaron a Bélgica, donde en 1968 nació su hijo Pablo. A los ocho meses volvieron a España y se instalaron en Gijón, donde Alisinio se decidió a adquirir el bar en traspaso. Pablo ha vivido la evolución del mismo desde que tenía tan solo un año. A los 14, comenzó a ayudar a sus padres con el negocio. «A los clientes les hacía gracia verme servir los vinos», recuerda.
Carta de comidas
En el 1990, les surgió la oportunidad de ampliar el local y pasó a tener un pequeño comedor con nueve mesas que sumaron a las otras nueve que ya poseían. Ahí comenzaron a ofrecer una pequeña carta de comidas con pulpo a la gallega, tablas de embutido, pollo al ajillo o, el plato estrella, cabrito. Aunque nada pudo desbancar a la fama de los churros.
En Año Nuevo, se levantaban a las tres y media de la mañana «y no paráramos hasta las doce del mediodía». Incluso hubo un año en el que «vendimos hasta 10.000 churros», rememora Pablo. Esas madrugadadas resacosas no solo les trajeron alegrías sino también alguna sorpresa malavenida. «La Nochevieja de 2015 llegamos al bar y mi mujer y yo nos encontramos la cocina completamente inundada», cuenta. Al parecer, se había roto una tubería. Pero no dejaron la faena. Su mujer con el chocolate y él haciendo los churros, ambos con el agua hasta los tobillos, consiguieron sacar adelante el día. «Todo lo recaudado fue para arreglar la tubería».
Quizá el secreto del éxito es que los churros fueran artesanales: harina, sal, agua y aceite de oliva 0.4 suave. «No hay más secreto», explica Pablo. Aunque el precio y la eficacia también ayudaron, ofreciendo seis churros a 1 euro. «Y nunca tenía cola, porque los clientes nunca tenían que esperar».
Meses antes, aquel 2015, el bar celebró el ascenso del Sporting a Primera División. «Siempre fuimos muy sportinguistas», recalca Pablo. De hecho, Rías Bajas ha tenido siempre adornada la pared al fondo con cartelería, escudos y fotos del equipo gijonés. Un pequeño museo que inició en los años 80 Anibal García, «tío postizo» que ayudó hasta que se retiró y cuya tradición continuó Pablo, que rememora la gran fiesta que se montó en aquel momento. «Escanciábamos whisky en vasos de chupito». Aquel día, «se pasaron por el bar Quini, Churruca o Cundi».
Ahora, Pablo quiere alquilar o vender el local, algo que hace con «mucha pena». Si alguien se hace cargo espera que mantenga la esencia del negocio y, en caso de que siga siendo un bar, acudirá «ya como cliente».