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Ezequiel Motas, retratado por EL COMERCIO en su domicilio.
1972. Hace 50 años.

El último veterano

Frisando ya el siglo de vida, Ezequiel Motas recordaba su paso por la guerra de Cuba desde su piso de Gijón. Pocos quedaban ya como él

Jueves, 19 de mayo 2022, 00:26

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Ezequiel Motas era, al menos, dos cosas, y las dos, cuestión de solera: de un lado, el decano de los suscriptores de EL COMERCIO. «porque lleva más de cincuenta años suscrito a nuestro periódico». Del otro, y con los 97 años cumplidos, «uno de los más veteranos supervivientes de la guerra de Cuba». Que se había desarrollado, recuérdelo el lector, casi ochenta años atrás. Ezequiel Motas seguía recordando, desde su casa de la calle Santa Rosa, cómo, a los 14 años, se había marchado a Cuba. Corría el año 1889 y había hecho el viaje «en compañía de Pepín Cifuentes, un gran amigo durante muchos años. Salimos de Santander en el barco 'Reina María Cristina'», en su viaje inaugural a La Habana, el día 20 de octubre.

«Previamente habíamos ido hasta la capital montañesa desde Liquerica en un barquito pequeño». Toda una aventura que palidecía a la que siguió muy pronto, apenas dos años después de llegar a la isla: Motas se alistó voluntario en el batallón Manzanillo y, entonces, todo se desmoronó. Ascendido a segundo teniente por el ataque a Peralejo, los recuerdos de la contienda permanecían aún en la cabeza, eternamente cubierta con una boina calada, de Motas. «Un día estuvimos sitiados desde las cuatro de la mañana hasta las cuatro de la tarde», recordaba. «Nos mandaba el general Santocildes, que murió allí mismo, de un balazo».

El destino del general fue una premonición de lo que le aguardaba a Cuba. La colonia del Caribe se perdió en 1898, pero Ezequiel Motas aún permanecería allí hasta 1912, año en que regresó a España «por consejo médico. Aquello no me venía bien por el calor. Me decía el médico que si quería alargar la vida tenía que venir para España. Después volví otros dos o tres años y ya, de regreso, me quedé aquí definitivamente». Jubilado, por ser excombatiente de la guerra de Cuba, uno de los pocos que quedaban ya, recibía una pensión de 555 pesetas al mes. Lo justo para una vida tranquila. «Cuando puedo voy hasta El Rinconín. El año pasado fui a Somió. Hice el viaje de ida y vuelta andando». También llevaba solo sus cuentas bancarias. ¡Con casi cien primaveras!

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