Verano en el Club de Regatas

El dar a conocer el Club de Regatas a los forasteros no sería posible, eso sí, sin «acortar las distancias entre el pabellón y el centro de la ciudad». Proponía EL COMERCIO un servicio de coches, «que podría subvencionar el Club y que partiendo de la calle Corrida o de la playa, según las horas, hicieran por una cantidad módica el recorrido hasta Santa Catalina», aunque solo para los meses de verano y «como solución provisional». Una línea de tranvía al efecto sí podría alargar el trasunto al resto de días del año, si, «entroncando en la segunda mitad de la calle Jovellanos, fuera primero hasta la playa y recorriendo la calle Pidal y el Campo Valdés llegara hasta la actual entrada del pabellón o diera la vuelta ante la iglesia de San Pedro».

Solo así podrían disfrutar propios y extraños de fastos como el de hace un siglo, en el que una 'jazz-band' solazó a la concurrencia hasta las diez de la noche, citándose en la fiesta «a todas las 'pretty girls' de nuestra buena sociedad». El pabellón, remozado y decorado ahora con madera castaño oscuro combinada con metales, había sido decorado por «el genial artista gijonés señor Morán, honra legítima de este pueblo, y el también notable escultor Arturo Arias»; Arturo Truán estuvo al frente de la obra de los jardincillos «en lo que antes era la entrada del pabellón». Artistas ilustres para un más que ilustre público que, con las medidas correctas, ya solo le quedaba incrementarse.