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Algunos desplazados en un campo de refugiados en Maiduguri (Nigeria).

Las alternativas para una niña de 13 años: convertirse en suicida o ser enterrada viva

Boko Haram recurre principalmente a mujeres kamikaces, incluso menores, para sus tácticas de guerrilla urbana en Nigeria

gerardo elorriaga

Domingo, 18 de enero 2015, 01:05

A Zahrau Babangida una bomba le salvó la vida. El deseo de alcanzar cuanto antes el paraíso o el mero accidente, quizás un fatal empujón, precipitó la detonación del artefacto que portaba su compañera, otra adolescente que la precedía en el siempre abarrotado mercado textil de Kantin Kwari en la ciudad de Kano. Sufrió varias heridas, pero la mayor sorpresa llegó cuando fue trasladada al hospital y se descubrió que, bajo el hijab, ella también portaba un cinturón de explosivos.

Su testimonio resulta excepcional porque las jóvenes kamikazes de Boko Haram se llevan consigo las razones de su inmolación. Zahrau, de trece años, contó a la Policía que su padre, miembro de la secta, la había conducido a un campo de entrenamiento de la banda donde un comandante le garantizó una vía rápida para la dicha final que implicaba el sacrificio en algún lugar concurrido. La alternativa era ser enterrada viva, según confesó y, naturalmente, aceptó, aunque en su fuero interno sabía que no podía cumplir la misión asumida. El pasado mes de julio, Hadiza Musa, de 10, fue capturada con otra carga. La acompañaba su hermana Zainab, de 18, presunta instigadora.

La utilización de mujeres, muchachas e incluso niñas, tal y como ha sucedido en los últimos atentados de la banda yihadista, no resulta novedoso, pero sorprende su proliferación en los últimos seis meses, desde que Abubakar Shekau y los suyos decidieron imponer un Califato al noreste del país. Habitualmente, este recurso se ha asociado con periodos de repliegue de un grupo armado, cuando la represión ejercida sobre los guerrilleros, su muerte, encarcelación o huida, provoca que las mujeres pasen de labores logísticas a asumir el protagonismo en las campañas de terror.

El caso de la entidad islamista es completamente opuesto. Su rápido crecimiento les ha permitido hacerse con un territorio de unos 20.000 kilómetros cuadrados e, incluso, superar fronteras. La estrategia bélica de los rebeldes ha variado a lo largo de los últimos seis años de combate, sobre todo, a partir del pasado mes de agosto, fecha del inicio de la ofensiva. La conquista de localidades pequeñas y medias se ha consolidado frente al mantenimiento de la anterior política de atentados indiscriminados en grandes poblaciones, a menudo capitales de Estado como Kano, Maiduguri o Gombe, de dimensiones aún demasiado grandes como para plantearse una invasión con ciertas garantías de éxito.

Las kamikazes han asumido el rol de mantener y extender la atmósfera de inseguridad en estos núcleos, desalentar la defensa y fomentar la desesperanza. El norte de Nigeria es abrumadoramente musulmán y muy conservador, y ellas, cubiertas con el velo integral, acuden a las gasolineras para adquirir el combustible doméstico, frecuentan los mercados y centros comerciales o acuden a las estaciones de autobús.

Una recatada viandante no causaba antes tanta prevención como un hombre portando una sospechosa mochila y merodeando alrededor de puestos de control, comisarías y cuarteles. Posiblemente, nunca se sepa por qué deambulaba un individuo alrededor de la mezquita central de Kano este pasado viernes, justo antes de la oración vespertina. Los fieles que se percataron de su extraño proceder no dudaron en apedrearlo antes de que pudiera utilizar el arma y bombas que suponían llevaba consigo, pero los policías que inspeccionaron el cadáver no encontraron nada potencialmente peligroso entre sus pertenencias.

La aparición de menores parece relacionada con el pánico generado tanto por tales sujetos sospechosos como por las usuarias del niqab y otras prendas susceptibles de esconder bombas. No existe certeza de que las pequeñas sean conscientes de su destino. Nadie sabe si se trata de pequeñas fanatizadas o tan sólo de suicidas a su pesar, niñas dirigidas, literalmente, por control remoto, aunque no existen dudas del desvalimiento y fácil manipulación de las más jóvenes en una sociedad en la que la fe y la tradición han alentado la subordinación de la mujer.

El fundamentalismo fomenta la anarquía y se nutre del caos en un entorno de ancestral miseria. El norte de Nigeria permanece ajeno a la progresión de la teóricamente primera potencia africana, con estándares de vida similares a los de la región sahelina, una de las más pobres del planeta. Las diferencias con el sur resultan abismales.

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