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Todos somos Floyd

Todos somos Floyd

Los teléfonos móviles han documentado una década de violencia policial hacia la comunidad negra que desnuda el doble rasero del sistema policial y judicial de Estados Unidos

Mercedes gallego

Nueva York

Domingo, 7 de junio 2020, 00:31

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Es mediodía y pega el sol de junio, pero en el centro de Minneapolis no hay un alma. Si Lorenzo Hayes se ha aventurado por esas calles desiertas en las que se puede caminar por la calzada es porque tiene la nevera vacía y el estómago le ruge. Los establecimientos llevan días cerrados a cal y canto, como si fuera a venir un huracán. Los tablones de madera han servido de soporte a los grafiteros sedientos de voz. 'Justicia para George Floyd', dice uno. 'Black Lives Matter' (Las vidas de los negros importan).

Ha pasado ya más de una semana de la muerte de George Floyd, ahogado por la presión en su cuello durante 8 minutos y 46 segundos de la rodilla de un policía blanco, que ignoró sus súplicas («I can't breathe» 'No puedo respirar'). Las calles han estallado en todo el país, pero sobre todo en Minneapolis. Ha habido protestas pero también saqueos violentos. La tensión es palpable en la ciudad.

Las piernas le pesan a Lorenzo Hayes, por algo le dieron la invalidez, y se sienta a descansar en unos escalones mientras sigue la conversación. De la nada aparece un coche de cristales ahumados que aparca delante a pocos metros. Nadie se mueve en su interior. El afroamericano frunce el ceño y se lleva las manos a los bolsillos, como un vaquero a punto de empezar un duelo. Solo que su arma no son un par de pistolas, sino la cámara del teléfono móvil. Sin ella está perdido. «La vida de los negros no vale una mierda en este país», corrige al cartel junto al que se ha sentado.

Los teléfonos inteligentes han cambiado eso. En 2007 vio la luz el primer iPhone, al estratosférico precio de 500 o 600 dólares, con contrato de dos años. Todavía tendrían que bajar mucho de precio antes de popularizarse, pero para cuando en julio de 2014 el agente Daniel Pantaleo mató a Eric Garner de un gancho en el cuello en Nueva York, ya había un teléfono cerca para hacerlo viral. Fue el primer 'I can't breathe' (No puedo respirar) que cogió aire. Al mes siguiente el agente Darren Wilson le metió seis tiros a Michael Brown. Los vídeos del cuerpo abandonado sobre el asfalto durante cuatro horas en pleno mes de agosto incendiaron Ferguson. «Dicen que llevaba las manos en alto», se oye decir a alguien en uno de los vídeos que se hizo viral. 'Black Lives Matter' ya había nacido.

Un año después, otro vídeo dejó sin habla al país al demostrar que el policía Michael Slager persiguió a pie a Walter Scott por llevar un intermitente roto en el coche, le metió un tiro por la espalda y le esposó ya cadáver para 'plantarle' al lado una pistola de descargas eléctricas, que según su versión le había quitado del cinturón durante un forcejeo. No hizo ningún intento por resucitarle, como escribió en su declaración el policía de Carolina del Sur. Había sido un asesinato tan flagrante que fue al único policía al que le cayeron 20 años de prisión.

El clamor popular obligó a muchos agentes del país a vestir cámaras en la solapa, que misteriosamente no funcionan bien cuando hay incidentes y dejan en blanco los segundos más preciados. En 2016 el agente Jeronimo Yanez solo la llevaba en el salpicadero del coche patrulla, pero la novia de Philando Castile tiró de su teléfono y retransmitió en directo el fatal asesinato de Minnesota por Facebook Live, con su hija de cuatro años llorando en el asiento trasero. «Mami, por favor, deja de protestar, no quiero que te maten», le suplica la niña en los últimos minutos de la grabación, mientras le ponen las esposas a su madre, con Castile muerto en el asiento.

En su contexto

  • 60% de la población carcelaria de EEUU es negra, pese a que suponen solo el 13% de la población. El FBI admite que el 31% de quienes mueren durante las detenciones son afroamericanos. Uno de cada tres pasará por la cárcel a lo largo de su vida. Y además, sus sentencias son entre un 10% y un 20% más altas que las de los blancos.

Aún así, Yanez fue exonerado por un jurado de diez blancos y dos negros. Pantaleo ni siquiera tuvo que ir a juicio, como Wilson, porque el gran jurado no vio delito alguno. Ni el agente Lohemann, que mató en Cleveland al niño de 12 años Tamir Rice en un parque mientras éste jugaba con una pistola de aire comprimido.

¿Y si no hay vídeos?

¿Cuántos vídeos podía EEUU soportar antes de tener que confrontar su propio pasado de racismo? ¿Y qué pasa con los casos en que no hay vídeos escalofriantes? Del-Shea Perry salió el jueves del funeral de George Floyd con los ojos hinchados y medio afónica de la rabia. A su único hijo, Hardel Sherrell, de 27 años, lo dejaron morirse en el suelo de la prisión durante días sin darle atención médica porque sus carceleros pensaron que estaba fingiendo. «Si no consigues que lo saquen en la prensa, no pasa nada», lamenta, «pero yo no soy una activista. Estoy cansada de hacer llamadas y escribir emails, sin que nadie me conteste».

Una manifestante ante la Casa Blanca en Washington se encara con los militares colocados ante la protesta. | Manifestante con una mascarilla con las últimas palabras de Floyd: 'No puedo respirar'. | El policía Derek Chauvin mantuvo inmovilizado así a George Floyd durante más de ocho minutos, hasta que murió. Afp y Reuters
Imagen principal - Una manifestante ante la Casa Blanca en Washington se encara con los militares colocados ante la protesta. | Manifestante con una mascarilla con las últimas palabras de Floyd: 'No puedo respirar'. | El policía Derek Chauvin mantuvo inmovilizado así a George Floyd durante más de ocho minutos, hasta que murió.
Imagen secundaria 1 - Una manifestante ante la Casa Blanca en Washington se encara con los militares colocados ante la protesta. | Manifestante con una mascarilla con las últimas palabras de Floyd: 'No puedo respirar'. | El policía Derek Chauvin mantuvo inmovilizado así a George Floyd durante más de ocho minutos, hasta que murió.
Imagen secundaria 2 - Una manifestante ante la Casa Blanca en Washington se encara con los militares colocados ante la protesta. | Manifestante con una mascarilla con las últimas palabras de Floyd: 'No puedo respirar'. | El policía Derek Chauvin mantuvo inmovilizado así a George Floyd durante más de ocho minutos, hasta que murió.

Hay demasiados George Floyd en EEUU. Prácticamente cada familia afroamericana tiene uno, pero pocas con el lujo de haber capturado su muerte en vídeo. Y en el momento en el que salen a la luz delitos cometidos, antecedentes policiales, drogas, violencia doméstica, o tantas lacras comunes de la marginación, «por defecto la gente actúa como si se lo mereciese», lamenta Del-Shea.

Cerca del 10% de los jóvenes negros de 30 años han estado en algún momento en la cárcel, según datos de Sentencing Project. El índice de encarcelamiento para los afroamericanos es el doble que el de los hispanos y cinco veces más alto que el de los blancos. A lo largo de su vida el 20% de los negros pasará por la cárcel, frente al 3% de los blancos. Una vez que lo hagan quedarán marcados para siempre por un expediente delictivo que pondrá techo a sus sueños. No habrá oferta de trabajo en la que no le pregunten si ha estado alguna vez en la cárcel. Y el 19% de los que salgan bajo fianza volverán a prisión por razones como no tener trabajo, perder una cita con el funcionario asignado o fallar un análisis de estupefacientes. Las puertas se cierran, la delincuencia se convierte en el único modo de vida al alcance. En 2014 un 27% de los hombres negros no reportó ningún ingreso, según un estudio de dos economistas del National Bureau of Economic Research.

George Floyd también había estado en la cárcel. Le cayeron cinco años por robo a mano armada en Houston, donde se crió. Al salir no pudo encontrar trabajo y acabó cogiendo el camino hacia Minnesota, una meca de oportunidades laborales con una calidad de vida impensable para los que venían de guetos en ciudades como Chicago o Detroit, donde la desindustrialización ha provocado el éxodo hacia estados más blancos y prósperos.

Philip Holmes, activista de 'Decarcerate Minnesota Coalition', una organización que trabaja para rebajar el número de ingresos en prisión en el Estado, también recuerda que Minneapolis era «un lugar donde podías hacer dinero fácilmente», dentro o fuera de la ley. Cerca de 40 robos bancarios en 2018, según el informe de estadísticas bancarias del FBI, porque «las cajeras tienen órdenes de entregar el dinero sin resistirse y los guardias de seguridad de no disparar», cuenta Holmes. Y además, «hay muchas parejas interraciales», una de esas bolsas de mujeres blancas que hay por el país a las que les gustan los hombres negros. La de Floyd se llamaba Courteney Ross y siempre le recordará como «uno de los hombres más espirituales» que ha conocido. «Minnesota era para él ese lugar amable donde todo el mundo era abierto».

Cada vez que un americano negro entra en la cárcel, ese expediente pone techo a sus sueños para siempre

Hay demasiados George Floyd en Estados Unidos. Prácticamente cada familia afroamericana tiene uno

George Floyd vivía en un barrio de clase media, tenía dos trabajos, de día conducía un camión y de noche vigilaba la puerta de Conga Latino Bistro, donde recibía a la gente con abrazos «y trataba a toda el mundo con respeto y dignidad», asegura su ex jefe Jovanni Thunstrom, que le despidió cuando le tocó cerrar por el coronavirus.

«Trampas del sistema»

Lo que a Floyd se le pasó es lo que Holmes llama «las trampas ocultas del sistema». En Minnesota, dos tercios de todos los ingresos en prisión son por violaciones técnicas de la condicional, sin haber cometido ningún delito nuevo. La pinza mortal consiste en una Policía racista que aplica un doble rasero y un sistema penal muy traicionero, en el que «todo depende de cómo presente los cargos el fiscal», dice Holmes.

La última vez que pasó una noche en la cárcel se entretuvo echando la cuenta de cuántas veces había estado y le salieron 85. De eso hace ya seis años. Violaciones de tráfico, violencia doméstica y conducir intoxicado son las más comunes. Su amigo David Boehnke, con el que trabaja en 'Decarcerate Minnesota Coalition', no ha estado nunca. ¿Por qué? «Porque soy blanco de clase media alta», responde sin dudarlo.

A Eric Garner lo pararon por vender tabaco en la calle; a Michael Brown, por caminar en medio de la calle; a Walter Scott, por llevar un intermitente roto; a Philando Castile, porque buscaban a dos sospechosos como ellos en la zona; a Hardel Sherrell, por portar un arma sin licencia; a George Floyd, por comprar un paquete de tabaco con un billete falso. Cualquier encuentro con la ley puede resultar mortal.

Por eso Lorenzo Hayes aprieta el teléfono en la mano, listo para disparar. La furgoneta negra de los cristales ahumados arranca y se marcha por la calle desierta sin levantar polvo. Un día más de vida en los Estados Unidos de América. Todos somos Floyd.

¿Qué hizo Obama? ¿Fue una oportunidad perdida?

Durante ocho años de presidencia, ¿qué hizo Obama? «Nada. De hecho las cosas han empeorado», contesta Philip Holmes sin dudarlo. «Muchos afroamericanos no quieren reconocerlo, porque su elección en sí fue algo tan monumental que nunca creímos posible, un negro elegido presidente, pero la realidad es que fue una oportunidad perdida».

El veredicto de este afroamericano de 66 años, que trabaja en 'Decarcerate Minnesota Coalition', que busca rebajar el número de ingresos en prisión en el Estado, matiza que a Obama «le siguen queriendo», pero pasa por alto que, al igual que las mujeres no pueden cambiar siglos de opresión sin la participación de los hombres, los negros no podrán superar el racismo sin los blancos.

El primer aviso que recibió Obama de que si se ponía públicamente del lado de los oprimidos resquebrajaría el espejismo creado con su mitad blanca fue durante la campaña de 2008, cuando salieron a la luz los sermones de su pastor Jeremiah Wright, que él había escuchado durante años en el banquillo de su iglesia de Chicago. «La gente está lógicamente molesta», se distanció. Luego trató de resolverlo con el discurso de 'Una Unión más perfecta' que dio en Filadelfia, pero a partir de ahí supo que hablar del tema racial era jugar con fuego en una sociedad que aún no se había visto en el espejo de los teléfonos inteligentes.

Confiaba en liderar con el ejemplo y algunos símbolos poderosos, como el nombramiento del primer fiscal general afroamericano, en la época en la que la serie de Netflix 'Orange is the New Black' (El naranja -de los uniformes de prisión- es el nuevo negro) popularizaba que el sistema carcelario es el nuevo yugo de esclavitud.

Petición a los alcaldes

Como perdió pronto la mayoría de su partido en el Congreso, tuvo que llevar a cabo esas reformas con cambios internos y órdenes ejecutivas que bajo su sucesor han desaparecido tan silenciosamente como las introdujo. Y la conmutación de penas a un millar de presos federales que llevaban más de diez años en la cárcel por crímenes no violentos, sin tener historial delictivo, recibió mucha menos atención que la que Kim Kardashian arrancó a Donald Trump para conmutar a una abuela de 63 años condenada a cadena perpetua por vender cocaína. Desde su retiro, esta semana ha intentado redimir el pecado capital de su país y de su presidencia pidiendo a los alcaldes del país una reforma policial.

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