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MERCEDES GALLEGO
Lunes, 10 de junio 2019, 20:46
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El recuerdo sombrío del 11-S estremeció este lunes a los oficinistas del rascacielos de la Séptima Avenida de Nueva York que revivieron en carne propia la evacuación de las Torres Gemelas, tras estrellarse contra su edificio una aeronave. Por suerte no se trataba de un Boeing 767 secuestrado por terroristas islámicos, sino de un helicóptero en apuros que efectó un aterrizaje de emergencia en el edificio más alto que encontró en medio de Manhattan.
Con ello el piloto, la única víctima mortal que se conoce hasta el momento, habría evitado una tragedia mayor en un área urbana tan concurrida. La zona de la calle 51, cercana a Central Park, está declarada de exclusión aérea por su cercanía a la Torre Trump desde que el magnate ganó las elecciones, por lo que la noticia provocó aún más intranquilidad. «¡Fenomenal trabajo que están haciendo nuestros grandes equipos de emergencia!», tuiteó entusiasmado el presidente estadounidense.
A la 13:50 hora local en la que se produjo el suceso, con un tráfico ya caótico por el día de lluvia, el centro de Manhattan se convirtió en un infierno, pero no tanto como el que vivían los que bajaban las escaleras del edificio de 230 metros de altura y 54 pisos, que conecta con el Rockefeller Center por un centro comercial subterráneo.
Uno de estos empleados, Nathan Hutton, relató a la cadena NY1 que en días normales tarda apenas unos minutos en bajar por las escaleras desde su oficina en el piso 29, pero este lunes la congestión humana era tal ante la evacuación forzosa anunciada por los megáfonos, que le llevó más de media hora salir a la recepción del edificio. En esas tétricas escaleras el ambiente era tan negro como el humo que empezó a bajar como si fueran un túnel de ventilación. Fue eso y el olor a quemado, lo que inquietó lo suficiente a los cientos de empleados que bajaban en silencio, conteniendo la respiración, como para apresurar el paso. «Hasta que no salimos al atrium no nos permitimos ponernos nerviosos», contó el testigo.
Fue allí cuando se aflojaron los nervios, se oyeron los suspiros, las lágrimas y hasta las risas nerviosas, ahogadas por la lluvia y el clamor de las sirenas.
El gobernador Andrew Cuomo, el primer mandatario en la escena, aseguró que no había más víctimas que las del helicóptero y ninguna señal de otra cosa que un aterrizaje forzoso por cuestiones técnicas que aún habrá que dilucidar.
Nadie entiende qué hacía allí el aparato, en un día de espesa niebla y tan corta visibilidad que ningún helicóptero tenía permiso para sobrevolar Manhattan. De ahí que las autoridades aérea no establecieran contacto con el aparato siniestrado, que no encontró suficiente espacio entre las nubes y los rascacielos.
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