Manzano reventón.
Gijonadas

Batallas

Martes, 28 de octubre 2025, 01:00

Andas estos días a vueltas con Han. De sus advertencias sobre esos tentáculos de ese monstruo llamado teléfono móvil que nos gobierna nada que objetar. ... Cien por cien de acuerdo. Debemos habituarnos a salir de vez en cuando a la calle sin esos doscientos gramos de metal que condensan tanta sabiduría como perversidad. La sensación de libertad es maravillosa. Alertó Han en el Teatro Jovellanos, y en el Campoamor, de ese atontamiento progresivo de la sociedad abducida por el maléfico aparato y haríamos muy bien en hacerle caso.

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También acierta el singular coreano –más travieso en su verbo y su comportamiento de lo que podría imaginarse, un poco trasgu– de ese andar a carreras que nos gastamos en Occidente. Y ahí también da en la diana. Aunque en esta faceta –somos latinos y también cilúrnigos– seguir sus pautas resulta más complicado. Pues los días tienen las horas que tienen y la suma de trabajar, ir al Alimerka, comer, socializar y, en estos momentos, rematar un libro o hacer sidra deja poco espacio para la meditación. Contemplas las manzanas que aún penden de las ramas, demasiado pocas para año impar, y es un placer para la vista. Llevas años haciéndolo. Recrearte en la flor de mayo, en la canica de junio y ahora en el carnoso fruto es un placer de dioses. Pero miras unos densos segundos y no llegas al minuto. Hay que ir al llagar a prensar la sidra. Está casi lleno el primer tonel de 50 litros. No sabes si llegarás a tres como ese dada la escasez. Pero suficiente. Luego saltas al prao del vecino a recoger unos calderos de cucho que alimenten la huerta en invierno. Te miran curiosas las vacas. «Oye, ¿qué haces con nuestras cagadas?». Quizá lo piensen. ¿Y si te viera Han? ¿Le parecería tarea contemplativa o pura actividad campestre? Acaso esos quince calderos que llevas afanados sean un ritual intermedio en el silencio del campo entre vacas, manzanos y velutinas, que siguen cayendo en la trampa del duernu. El zumo de la manzana las vuelve locas y ahí mueren ahogadas de felicidad.

Queda una última pregunta para el travieso Buyung-Chul, que tanto se metió con el piano del Reconquista. ¿Ir al cine es contemplativo? Quizá su respuesta sea sí. Pero cuando la película es un frenético maratón de acción e ingenio bajo un ritmo musical trepidante, ¿qué diría? Lo de Paul Thomas Anderson es una obra maestra tarantiniana que empieza con dudas (recelas del arranque) pero enseguida vuela a cotas que llevabas tiempo sin ver, con un remate final antológico. La vida es así, Han: 'Una batalla tras otra'. Pero los cilúrnigos, no lo dudes, venceremos.

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