

Secciones
Servicios
Destacamos
Con este abono de temporada a la alternancia de sol y lluvia, mañana y tarde, el rey es el caracol. Qué más quiere este amable ... muchacho, al que nos parecemos tanto los gijoneses, que ese rayo de sol tras un chaparrón para salir a darse un garbeo y, de paso, tomarse algo. Sus procesiones serán ahora las que nos tengan ocupados, con la Semana Santa empaquetada, a quienes miramos el calendario y nos vamos corriendo a preparar la huerta. Hay aún mucho chaparrón en ciernes, pero se puede ir avanzando. Justo antes del puente, de hecho, el cilúrnigo se fue a Runza a por los primeros plantones, los fundamentales, a falta de algún añadido posterior: tomate mariñán, cherry, calabacín, pepino y pimiento. Plantarlos ahora en tierra es temerario. Una microbabosa se los zampa en una noche. Una helada los atrofia. De ahí la decisión intermedia de meter cada planta, una a una, en una maceta con una dosis adicional de tierra y dejarlas ahí un par de semanas para ganar talla y aclimatarse mientras se solean como un disciplinado ejército detrás de una ventana recibiendo la luz y mirando la lluvia con ojo curioso. No se pueden quejar del trato.
En la huerta, además, hay aún vida invernal. Puerros, berzas y acelgas. Estas últimas, las más agujereadas por las visitas. En un repaso al huerto, en especial al tendayu que acogerá los tomates, haces una recolección de veintitantos caracoles en diversos formatos: cáscara marrón tradicional, cáscara rayada de esos que te sirven en Andalucía en un vaso bien condimentados y luego esas minibabosas que, sin caparazón, carecen de donaire alguno pese a ser en esencia el mismo bicho, pues eso de no llevar la casa a cuestas les deja sin derecho alguno a indulto. Las acelgas, y sus pencas, están muy sabrosas. También las berzas. Nada más cogerlas, sueltan en la pota un sabroso aroma a clorofila, al igual que los puerros, recién salidos de la tierra y lavados, desprenden una fresca fragancia que no lucen en el supermercado. Cómo huelen y cómo saben. Por algo te encuentras varios caracoles ocultos entre tanta hortaliza. Lo siento chicos, se acabó el banquete.
En la huerta el cilúrnigo alcanza altas cotas de felicidad. Preparándola, manteniéndola, regándola y, llegado el momento, recogiendo el fruto. No hay tomates como los mariñanes propios. Su carne, bien aliñada, es un festín a finales de julio. Toca preparar la tierra mientras se aclimatan los plantones. Y dar, entretanto, a los caracoles un amistoso ultimátum. Les sugieres irse al Musel, donde. según cuentan, idean fórmulas para ralentizar las cosas. Ellos se rascan la barbilla. Afirma su jefe, tras oportuno cónclave con fumata incluida, que les gusta 'jugar limpio' con la tierra que les vio nacer. Piden libertad y prometen a cambio respetar el huerto. Concedido.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.