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Hablan a tu alrededor de Broncano y Motos, esos presentadores que pelean audiencias cada noche. Jamás ves al uno ni al otro. El mejor estado ... del televisor, propones, es apagado. Si se enciende, que sea para una buena película, documental o serie. El resto... ¡buf! Hay mil cosas mejores que hacer. Te viene a la mente aquella casa de verano, en el viejo Riaño leonés, donde se juntaban la locura de tres o cuatro familias que rebasaban a veces las veinte personas, entre ellas una docena de niños. Fue en los años ochenta. En la casa no había televisión ni falta que hacía. En todo el verano nadie se acordaba de ella. La casa tenía un único baño, pequeño además, y carecía de lavadora. Quien quisiera tener la ropa limpia, a lavar al río. Las madres hacían recuento por la noche y a veces faltaba un niño. Siempre acababa llegando. Tampoco había apenas armarios. Llegabas al principio del verano y metías tu maleta debajo de la cama, ese era tu armario durante dos meses. La puerta de la casa estaba siempre abierta, o arrimada. Y, por supuesto, no había despertadores ni qué decir teléfonos móviles. Como en tu versión adolescente hacías ya horas extra en la discoteca del pueblo, despertabas más bien tarde con el campanario de la iglesia, que estaba a unos metros de la casa. Siempre una campanada. Y claro, enroscado en la almohada, una campanada era una entelequia. Muchas veces eran las doce y media. Pero eso lo ibas a deducir más tarde cuando volvía a sonar una sola campanada, la de la una. Y a veces, otra, la de la una y media. Hora de levantarse, de desayunar delicioso pan de pueblo con mantequilla y coger la bolsa de la comida que dejaban al más rezagado para llevarla al río. Allí tocaba comer en familia y pasar toda la tarde rezongando en el agua. Sin tecnología de ningún tipo, sin televisores, sin horarios, sin cerraduras e incluso sin baño (estuvo estropeado un verano una semana entera y cada cual hizo lo que pudo), no había necesidad de reality de ningún tipo. Eso lo hacíamos en vivo y en directo. Nosotros éramos los actores. Hoy, pese a la sobredosis de pantallas que nos rodean, invaden y aturden de la mañana a la noche, no conviente olvidar que aún podemos ser soberanos de nuestras vidas, coger a Broncano, a Motos y a la madre que los parió, arrojarlos (metafóricamente) al WC, si funciona, y tirar fuerte de la cadena. Detrás de ellos, también, el móvil, la tablet e incluso, si cabe, la televisión entera. Y a vivir. Que son dos días. Como para quedar empantallados.
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