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Las cenas improvisadas a veces son las mejores, sobre todo en un día tonto, entre semana. Un miércoles, a las nueve de la noche, estás ... acabando de currar y media hora después, tras la anulación de una mesa, estás sentado en Sancho ante un chorizo criollo, una ensalada y unas mollejas. Un día intenso de faena concluye con una imprevista luz al final del túnel. Cena rica, buena compañía y tertulia infinita. Resulta que el camarero es granaíno. El acento le delata. Y cuando se afloja su ritmo laboral rememoras con él tus tres años en el Albaicín con la Alhambra iluminada a la vista, cada noche, desde la almohada de tu cama. Él se viene arriba y concluye que Granada «es la ciudad más bonita de España». Suscribes. La entente Albaicín/Alhambra/Sierra no tiene igual. Haber vivido en la calle del Beso, tener un casero simpatiquísimo y fiestero, esquiar en Sierra Nevada, escuchar flamenco en el Sacromonte, perderte en las Alpujarras... Ese 'pack' de andalucismo veinteañero fluye desde entonces por tus venas y ya estás, en plena conversación, añorando Granada. ¡Graná!
Del Sancho pasas con el colega al Varsovia. Toca flor eléctrica, ese bebible fabricado en Quintueles y premiado en Madrid Fusion que sabe a gloria bendita. ¿Quién lo sirve? Pues otra vez el acento le delata. Esta vez es sevillano. ¡Joder con los andaluces! ¿Estarán invadiéndonos por lo bajini? Te tienta darle la turra sobre tu pasado sevillano, aquellos nueve meses intensísimos de la Expo'92 en los cuales te alimentaste a base de gazpacho. ¡Y sidra! La que escanciaba Tino 'El Roxu' en el pabellón de Asturias, donde acabaste muchos días después de perseguir a personajes de la talla de Gorbachov, Lady Di, Rocío Jurado, jefes de Estado, la familia real, ministros, cantantes, actores... Sevilla fue y es mucha Sevilla, con su barrio de Santa Cruz, su Torre del Oro, su Guadalquivir y su soleado endiosamiento. Finalmente, dejas al chaval currar. Con la turra al granaíno ya tienes bastante. Optas por recrearte con tu amigo en la flor eléctrica a breves tragos, con ese botellero tan guapamente iluminado y ese mar susurrante al otro lado de la cristalera. ¡Cuántas veces amaneciste en este hermoso garito! Pero una flor eléctrica, con tanto recuerdo a caballo entre Gijón, Sevilla y Granada se queda escasa. Hay que pedir otra.
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