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Camino del periódico, tienes un singular encuentro en la calle Cabrales. De repente, está frente a ti a Carmen, la histórica directora del colegio Eliska, ... adonde fuiste desde los 4 hasta los 9 años. Su hija Gloria le dice: «¿No le conoces, mamá?». Ella dibuja un interrogante en su cara. Tú le ayudas: «Eliska». La palabra mágica la sobresalta. Y te da dos cariñosos besos. Aquel cole estaba en el entresuelo de Padilla 10, la discreta calle lateral del Casino. Subías las escaleras y al abrir la puerta de la izquierda te topabas con un breve pasillo lleno de perchas y un hall distribuidor a tres clases, un aseo y el despacho de la directora; ella. En la del fondo fuiste a párvulos, con vistas a un patio interior. En las otras, a un batiburrillo: 1º y 2º de EGB juntos en una, con doña Elena de profesora; 3º, 4º y 5º juntos en otra, con doña Aurora. Suena extraño hoy día, pero los cursos compartían aula, la profesora era una y las clases eran mixtas, todos con mandilón. Estamos en este encuentro mágico de la calle Cabrales y dice Gloria, la hija de la directora, que fue contigo a clase a principios de los setenta, hace casi medio siglo: «Nunca olvidaré tu mandilón. Era el más bonito de clase. Azul, a cuadros, con tu nombre y tu apellido en la pechera». ¡Qué curioso! Te visualizas con el mandilón puesto y te entra un extraño orgullo de que fuera bonito.
Tus grandes amigos eran Carlos y Constantino, que tú pronunciabas enérgico sin la ese intermedia para diversión de tu padre. Hoy ambos viven fuera, uno en Bélgica, saltando de obra en obra, de país en país, con su familia en Gijón; y el otro en Chile. Un día contactaste con él por guasap y tenía barba blanca. Irreconocible. A Carlos en cambio te lo topas de vez en cuando por Gijón cuando tiene descansos largos. En clase estaban Rosa, Yayo, Gela, Fernando, Chus y Chema (hijos del gran Navascués), Juan, Jesús, Pablo, tus hermanos... Tienes bien presente la pizarra, con algún nombre escrito en francés, y aquellos soberbios mapas de España. El de las provincias, el de los ríos y las cordilleras... Cuando hacíamos mucho ruido, doña Aurora, que debía tener veintipocos, gritaba con poca voz «¡cállense muchachos!». Si querías ir al baño decías «señorita, ¿me permite?». Un día en párvulos te hiciste caca. Otro Graciela rompió las paletas a tu hermana Alejandra con la tapa del pupitre. Otro tus padres llevaron un regalo a doña Elena, no recuerdas la razón. Al salir del Eliska jugábamos en el parque infantil con una pelota de plástico de tres pesetas... Cuántos recuerdos se agolpan. Era el Eliska un colegio de gestión familiar, como tantos entonces en Gijón, que marcó tus primeros años. Al salir del periódico el domingo los pasos te llevan a su histórico portal. Miras la ventana que daba a la calle y te preguntas por Aurora, la profesora. ¿Vivirá? Cuando llegas a casa llamas a tu madre y le hablas del Eliska y de los mandilones, que quedaban colgando del perchero. El tuyo, palabra de Gloria, el más bonito.
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