La ética del coraje
Adrián Carneado
Jueves, 5 de junio 2025, 02:00
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Adrián Carneado
Jueves, 5 de junio 2025, 02:00
El 3 de junio de 2017, el mundo fue testigo de uno de esos episodios que, pese a su fugacidad, dejan una marca imborrable en ... la conciencia colectiva: el atentado terrorista en el Borough Market de Londres. Aquella noche de caos y violencia, un joven español, Ignacio Echeverría, no dudó en interponerse –con su monopatín como único escudo– entre los atacantes y varias personas indefensas. Su reacción fue inmediata, instintiva y profundamente humana. Dio la vida por otros. Fue, en el sentido más noble del término, un héroe. Solo unos días después, desde Nuevas Generaciones de Gijón –bajo el liderazgo entonces de Andrés Ruiz, hoy presidente local del PP– se propuso un gesto de reconocimiento simbólico: bautizar con su nombre el Skate Park de Cimadevilla, un espacio que conecta directamente con una de las pasiones vitales de Ignacio. La propuesta, sin embargo, quedó relegada durante años en un cajón, víctima de la desidia institucional bajo el mandato de la alcaldesa Ana González. Hoy, ocho años después, ese acto de justicia se ha consumado, y Gijón rinde homenaje, al fin, a quien encarnó con inusitada pureza la ética del coraje, gracias a la insistencia de la organización y su actual presidente, Carlos Álvarez. Ignacio no fue un personaje público ni una figura célebre. Era, hasta ese día, un ciudadano anónimo. Y, sin embargo, fue precisamente en esa cotidianidad donde germinó la grandeza. Frente al horror, eligió la acción. Frente al miedo, optó por el deber moral. Como dijo su padre, Joaquín Echeverría, Ignacio era, ante todo, «una buena persona». Pero también fue alguien capaz de trascender lo ordinario, de elevarse en el momento decisivo para defender a los demás, incluso a costa de su propia vida. Lo hizo mientras otros –agentes, civiles y testigos– optaban por la huida. Su sacrificio no fue solo valiente: fue esplendoroso, ejemplar y profundamente ético.
No obstante, el homenaje celebrado este sábado en Gijón, en presencia de su familia y con la solemnidad que merecía la ocasión, se vio empañado por un grupo reducido de personas que, desde una actitud infantiloide y marcadamente provocadora, intentaron boicotear el acto con consignas tan burdas como 'Queremos hacer botellón' o 'Inauguración, comisión'. Su presencia no fue solo inapropiada: fue, sobre todo, un síntoma preocupante de nuestra época. Una incapacidad para distinguir entre lo público y lo privado, entre la legítima crítica y la mera irreverencia, entre la libertad de expresión y la grosería gratuita.
Ni el diálogo ni la apelación al respeto lograron disuadirlos. Y, sin embargo, frente a ese ruido marginal, la ciudad respondió con dignidad. La mayoría de los asistentes comprendió que lo que allí se celebraba no era un gesto político, ni una simple inauguración: era un acto de memoria, de reparación simbólica y de gratitud hacia alguien que nos recordó, con su ejemplo, que la condición humana aún puede brillar con una intensidad conmovedora.
Desde el Partido Popular de Gijón queremos expresar con total claridad nuestro orgullo por haber contribuido a que el nombre de Ignacio Echeverría figure desde ahora en uno de los espacios más emblemáticos de nuestra ciudad. No es un gesto menor. Es una forma de inscribir su legado en la geografía urbana y, con ello, en la conciencia ciudadana.
A su familia, y especialmente a sus padres, queremos decirles que Gijón no se deja definir por quienes vociferan desde el resentimiento o la ignorancia, sino por quienes, con respeto, emoción y sentido de la historia, reconocen en Ignacio a uno de esos héroes silenciosos que, sin buscarlo, nos obligan a mirar más alto. No llevaba capa, ni escudo, ni uniforme. Solo un skate. Pero fue suficiente para enseñarnos, con su ejemplo, lo que significa verdaderamente el valor.
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