Amén
Hay discursos de odio disfrazados de homilías que campan a sus anchas inopinadamente. Disimulados con el paisaje y el paisanaje, olvidamos que tienen mal encaje ... en un estado democrático y aconfesional. Pero ahí los tienes, embebidos en su soberbia, inequívocos y sin ápice de compasión. Eso es lo que más me llama la atención de todas las burradas que nos transmiten algunos miembros de una Iglesia que se dice hecha de amor, la falta de compasión. Con un orgullo impropio de la sotana, o al menos en mis tiempos de educación católica así se me explicó, van sembrando pedacitos de odio por aquí y por allá, mientras intentan que sus pecados continúen dormidos bajo las alfombras.
No solo es el problema con los casos durísimos de pederastia, es el empecinamiento por hurgar en la herida, en vez de calmarla. A un católico al que quiero mucho le costó años de tristeza pedir el divorcio porque acarreaba una realidad doliente y terrible que no lograba asumir. Fue un cura de parroquia, en plenas vacaciones de aquel verano, el que consiguió calmarlo, con un relato que mi amigo cuenta igual que otros cuentan milagros. Porque no hablamos de toda la comunidad cristiana, hablamos de un puñadito de hipócritas. Uno de los más narcisistas, el obispo de Solsona Xavier Novell, anda ahora huyendo de púlpitos y revuelos mediáticos por un enamoramiento con tintes de novelón turco. De sus años de ejercicio bien cuajados de barbaridades no se acordará ya nadie. El papa Francisco, que tampoco gusta a ciertos grupillos, ha lamentado que «la hipocresía en la Iglesia es particularmente detestable y por desgracia hay hipocresía en la Iglesia y hay muchos cristianos y muchos ministros hipócritas». Amén.
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