Amnistía no es amnesia
La Ley de Amnistía no fue, como pretenden establecer algunos, un pacto de olvido. Precisamente porque recordaban aquello que querían dejar atrás, los españoles de entonces acordaron absolverse mutuamente en aras de la convivencia
Se cumplen 43 años de la Constitución del 78, sin duda el periodo democrático más exitoso del que ha disfrutado nuestro país nunca. El secreto ... de este éxito es muy sencillo y, al mismo tiempo, increíblemente complejo: una carta magna que no es de nadie, y que por eso es de todos.
Hasta la fecha todas las constituciones españolas habían sido de parte, y eso las abocaba irremediablemente a una extinción temprana y traumática. El recuerdo de todas esas experiencias fallidas y, sobre todo, la memoria doliente de la dictadura y la Guerra Civil, fueron nuestras botas de plomo con las que atravesar con prudencia y audacia la Transición.
La Constitución de 1978 debía ser, en primer lugar, el documento oficial que permitiera la reconciliación entre españoles, y lo fue. Una reconciliación que venía gestándose desde la década de los cincuenta, con el discurso de Azaña en Barcelona (Paz, Piedad y Perdón) aún resonando en los oídos. Que aflora el 1 de abril de 1956 coincidiendo con el aniversario del régimen franquista, cuando un grupo de estudiantes liderados por Jorge Semprún redacta el manifiesto que sentaría la bases para la reconciliación nacional dos décadas después. El documento, a cargo del PCE y de la Asociación Socialista Universitaria, reunía por primera vez, en un solo sujeto, las dos Españas de la guerra civil: «Nosotros, hijos de los vencedores y de los vencidos», decía el texto.
Ese 'nosotros' tenía que ser el 'we the people' español. Tenía que ser el sujeto de la soberanía nacional. Ese 'nosotros' tenía que protagonizar la constitución que aspiraba a reconciliar al país y traer la democracia. Y lo hizo.
Por eso cuando Marcelino Camacho se subió a la tribuna del Congreso, aquel 14 de Octubre de 1977, para defender la posición del Partido Comunista ante la Ley de Amnistía, la primera Ley que aprobaban las Cortes democráticas, volvió a invocar a ese mismo sujeto colectivo: «Nosotros considerábamos que la pieza capital de esta política de reconciliación nacional tenía que ser la amnistía. ¿Cómo podríamos reconciliarnos los que nos habíamos estado matando los unos a los otros, si no borrábamos ese pasado de una vez para siempre».
Los diputados que votaron a favor de la amnistía el 14 de octubre de 1977 (80 de los cuales habían pasado por las cárceles franquistas) sabían perfectamente qué votaban. Para ellos no podía haber mejor recuerdo político que el de haber hecho posible la reconciliación entre españoles. Así lo percibieron también los ciudadanos, que en las calles y en las urnas se condujeron siempre de acuerdo con ese espíritu de concordia, haciendo posible la consolidación democrática. Y así lo sienten todavía aquellos que hace 40 años protagonizaron la Transición, y también sus hijos: un barómetro del CIS del año 2012 señalaba que más del 72% de los españoles cree que «la forma en que se llevó a cabo la transición a la democracia constituye hoy en día un motivo de orgullo».
Estoy seguro de que ese sentimiento permanece, a pesar de la lluvia fina de algunos discursos disolventes. Pero una sombra gris se cierne sobre ese primer gran pacto de la Transición, la enmienda registrada por Psoe y Unidas Podemos a la Ley de Memoria Democrática que trata de ofrecer una interpretación alternativa de la Ley de Amnistía de 1977. Se anunció en primer lugar como el portillo jurídico con el que abrir los juzgados a los crímenes del franquismo, para ser negada posteriormente por el ministro Bolaños, que rebajó su importancia a una cuestión meramente formal sin transcendencia jurídica. En todo caso, un frívolo juego que no solo amenaza los pilares de nuestra Constitución sino que, lo que es más grave, busca escindir aquel nosotros que reunía por primera vez en un solo sujeto las dos Españas de la Guerra Civil.
Se perdonaron muchas cosas en el 77, pero a cambio de ese perdón conquistamos la democracia y la convivencia. Valió la pena, por eso este 6 de diciembre debiera servir de homenaje a aquellos hombres y mujeres, venidos de uno y otro lado de la trinchera de la historia, que con su generosidad y su ánimo de reconciliación hicieron posible que España sea hoy lo que no pudo ser durante buena parte del siglo XX: un país normal.
Es una lástima que este homenaje no se lo rinda hoy la izquierda, esa nueva izquierda que ni siquiera es capaz de defender sus grandes triunfos. Porque la Ley de Amnistía del 77 fue un triunfo de la izquierda, y prueba de ello es que solo la vieja Alianza Popular se abstuvo en su aprobación. Y no, amnistía no es amnesia. La Ley de Amnistía no fue, como pretenden establecer algunos, un pacto de olvido, al contrario: fue, como ha explicado el profesor Santos Juliá, «el recuerdo de lo que se quiere olvidar». Precisamente porque recordaban aquello que querían dejar atrás, los españoles de entonces acordaron absolverse mutuamente, en aras de la convivencia. No se merecen que les enmendemos la plana.
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