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¿Hasta qué punto se puede considerar que la guerra comercial entra en fase de enfriamiento? ¿Cambiará Trump su política proteccionista ante los efectos que ... ya está sufriendo la propia economía estadounidense? ¿Será por la reacción a la negociación de los destinatarios? El horizonte sigue estando desdibujado por la niebla. El escenario aún continúa bajo un riesgo elevadísimo de volatilidad pese a que aparecen síntomas de que el gobierno norteamericano está abocado a darle un giro a la batalla arancelaria que puso patas arriba el orden económico internacional. Lo que Trump anuncie hoy, mañana lo puede rectificar, por lo que la inestabilidad perdura de la misma manera que reina la desconfianza en los mercados. Pero la contestación global y generalizada a su abuso de poder le está obligando al repliegue.
Como ya se aventuró desde el primer momento en que el mandatario magnate amenazó con ponerle sobreprecio a los productos de afuera, las mayores víctimas de esa decisión iban a ser las propias empresas y los ciudadanos de Estados Unidos. Los últimos datos sobre la evolución económica en el país así lo atestiguan. Hasta en algunos ámbitos produce regocijo la desastrosa cuenta de resultados de la criatura de Elon Musk, la firma automovilística Tesla, que después de perder el liderazgo mundial del coche eléctrico en favor de la china BYD, ha sufrido un desplome del 70% de los beneficios y la pérdida a la mitad de su valor bursátil. Es lo que tiene mezclar política y negocio. Musk emprende el camino de vuelta, alejándose de la Casa Blanca. O consejero de Trump o de la empresa. El extremismo ideológico conduce claramente a la ruina. La locura nacionalista del amado líder acaba resultando suicida.
Por otro lado, apacigua saber que España será, según los pronósticos del FMI, la economía del mundo desarrollado que menos impacto tendrá en su crecimiento la batalla arancelaria. Los gravámenes de EE UU apenas afectan, de forma directa, al uno por ciento del PIB, aunque los efectos indirectos son mayores. Hay una revisión a la baja leve para este año y un poco más para el próximo, de apenas tres décimas, pero las buenas cifras no quieren decir que el país sea más rico, en cuanto que la mayor aportación al crecimiento viene de la mano del sector público.
La inversión y el gasto privado están prácticamente planos, más de un ochenta por ciento de los fondos de la UE se quedan en las administraciones y la sociedad subsidiada y la economía auxiliada aumenta sin parar. Por lo tanto, el alivio mencionado hay que relativizarlo.
En ese marco se encuadran los planes de defensa comercial y armamentística. Por un lado, el impulso a la industria de la guerra, a la que se destinará este año por encima de los 33.000 millones de euros tras la subida en más de 10.400 millones anunciados por el Gobierno de Sánchez, sin la aquiescencia de sus socios. Asturias se beneficiará por la parte fabril, pero el volumen de recursos públicos que absorberá esta carrera no deja de ser preocupante.
Por otro, el programa antiaranceles lanzado por el Ejecutivo, del que el PP sigue descolgado porque la cuarta parte va para Cataluña, conlleva también otros 14.200 millones para proteger a las empresas que comercian con EE UU.
Como cualquier plan de choque, las medidas que contiene se supone que se mantendrán hasta que vuelva a normalizarse el mercado. Si se deshiela la crisis generada por el 'trumpismo', los fondos supuestamente deberían tener otro destino.
Y eso mismo sucedería con la acción complementaria que el Gobierno asturiano expuso esta misma semana a los agentes sociales, la patronal Fade y los sindicatos UGT y CC OO, para respaldar a las compañías que exportan a Norteamérica. Treinta millones de euros, recolocando partidas. Una parte se dedicará a la apertura de nuevos mercados en Asia y Mercosur, principalmente. Hace mucho tiempo que no vemos misiones comerciales asturianas de gira por el mundo con el máximo nivel de representación institucional. Lo que hacemos es abrir oficinas aquí, en el territorio nacional.
La batalla arancelaria es un gran problema, pero no es el único ni el mayor de los problemas de la empresa regional y mucho menos de la industria. El remedio que requiere tiene que ir más allá de habilitar líneas de ayudas por circunstancias coyunturales. El problema es el nivel de competitividad.
La burocracia sigue ahí, la excesiva regulación es una locura, los costes energéticos están sin resolver, los avales y créditos deben tener mejores condiciones, la fiscalidad es disuasoria, el tamaño de las pymes continúa siendo un reto, la masa exportadora tiene que crecer más, la fuga de talento es imparable, la mano de obra difícil de encontrar, la productividad no alcanza el nivel, la formación necesita mayor adaptación, la innovación tiene que llegar a todo el tejido… En fin, para competir hay que labrar mucho más las condiciones. Trump no es el único mal.
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